Durante más de treinta años, Armenia y Azerbaiyán se han enfrentado por el control de Nagorno Karabaj, una región ubicada en el corazón del Cáucaso. A pesar de que este territorio se encuentra dentro de las fronteras de Azerbaiyán, ha operado de facto como una entidad independiente bajo el nombre de la República de Nagorno Karabaj. Esta región es gobernada y habitada en su mayoría por armenios, y ha mantenido una administración y estructura de gobierno independiente. Sin embargo, ningún país reconoce oficialmente su independencia. Nagorno Karabaj se ha convertido en un campo de batalla donde se interceptan los intereses armenios y azeríes, marcados tanto por la disputa territorial como por la cuestión cultural. Los enfrentamientos armados entre las milicias armenias y azeríes son frecuentes, y la región sigue inmersa en un conflicto que parece nunca terminar.
Desde sus orígenes, el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán ha estado marcado por elementos irredentistas y separatistas, donde la identidad etno-territorial adquiere un gran significado. Inspirados en la idea del Estado-Nación, el conflicto, enraizado en tensiones étnicas, proporciona el terreno fértil para un choque de identidades que, sin mediación y ante factores geográficos y narrativas históricas diferentes, condujeron al conflicto armado. Desde una perspectiva jurídica, Armenia defiende el principio de autodeterminación de los armenios en Nagorno Karabaj, mientras que Azerbaiyán insiste en el respecto al principio de integridad territorial. Este es un principio fundamental del derecho internacional que evoca el derecho de un Estado a preservar intacto su territorio ante cualquier intervención exterior. Sin embargo, el conflicto de Nagorno Karabaj va más allá de la mera disputa por el territorio debido al impacto directo que tiene en la estabilidad en la región.
Esto se debe en parte al hecho de que Azerbaiyán, debido su economía basada en el petróleo, ha invertido considerablemente en el fortalecimiento de su ejército, lo que le otorga una clara ventaja militar en la región. Además, el conflicto involucra a países vecinos como Turquía y Rusia. Por un lado, Turquía manifiesta abiertamente su apoyo a Azerbaiyán, y este conflicto le proporciona una plataforma para mostrar su creciente papel estratégico en el Cáucaso. Por otro lado, Rusia está preocupada por la posibilidad de que Azerbaiyán, con el respaldo de Turquía, se convierta en un actor clave en el transporte de petróleo hacia Europa a través de rutas que excluyan a Rusia. Por esta razón, Rusia se convirtió en el garante de la seguridad en Armenia y ha expresado su disposición para actuar como mediador. En 2010, promovió un acuerdo en el que se establece que, en caso de que el conflicto se intensifique, se permitiría que las fuerzas rusas se desplacen por territorio armenio con el fin de garantizar la seguridad en la región. Sin embargo, debido a otras prioridades, como la guerra en Ucrania, Rusia no ha intervenido de manera efectiva y su falta de atención ha sido un factor que incentivó a Azerbaiyán a lanzar su ofensiva.
La ofensiva azerí ha desencadenado una grave crisis en la que miles de armenios requieren asistencia humanitaria. Esta situación plantea una amenaza directa a la integridad y a los derechos humanos, no solo de aquellos que han huido en busca de refugio, sino también de quienes permanecen en Nagorno-Karabaj. Las posibilidades de negociar una resolución al conflicto son bajas, ahora que Azerbaiyán tomó el control del territorio. Nagorno Karabaj está destinado a desaparecer ya que la disolución de las instituciones estatales significaría efectivamente la pérdida de su autonomía como entidad. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la disolución de estas instituciones no garantiza necesariamente una resolución definitiva del conflicto, ya que las tensiones políticas y culturales en la región podrían escalar. Ambas naciones, destinadas a compartir fronteras, enfrentan el desafío de encontrar mecanismos para fomentar una convivencia inevitable de manera pacífica.