La aclamación de Mario Vargas Llosa como escritor recae en novelas como Conversación en La Catedral (1969), La guerra del fin del mundo (1981), o incluso La fiesta del Chivo (2000). No obstante, en su vasta trayectoria como novelista, que ya dejó claro que acaba con Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023), otros títulos como Lituma en los Andes (1993), o Los cuadernos de don Rigoberto (1997), merecen mucha más atención. En el caso de Lituma en los Andes, más allá de ser premio Planeta en el año 1993, lo más interesante es el rejuego narratológico donde, a través de distintas capas en los diálogos de los personajes, logra insertarse magistralmente en dos y hasta tres puntos a la vez de la trama policíaca que, como en otras novelas anteriores, recae en los hombros de su conocido personaje Lituma.
Ahora bien, más allá de cada una de las novelas antes mencionadas, una en especial para mí merece mayor atención. Se debe a su obra más infravalorada, como él mismo la tilda en el prólogo a la edición del año 2000. Me refiero a Historia de Mayta (1984), donde el Nobel Vargas Llosa intenta reconstruir la figura de Alejandro Mayta, un trotskista que buscó llevar a cabo una frustrada acción revolucionaria en el Perú de finales de los cincuenta y principios de los sesenta y a raíz de ello, de su falta de éxito, poco a poco su figura se diluye en el tiempo y su vida acaba en el olvido, prácticamente en el anonimato. A raíz de varias entrevistas, las cuales sirven de leitmotiv para reunir toda la información posible sobre el personaje central, el narrador consigue transmitir una imagen, una idea, de un Mayta que, al final de la novela, resulta ser todo lo contrario.
La obra, que se divide en diez capítulos, cuenta de manera intercalada los avatares del propio Mayta Avendaño y su intento de revolución, con los del narrador para hacerse de las opiniones, de las entrevistas a los que conocieron al frustrado revolucionario. Es por ello que, desde el principio, las opiniones de personajes como Moisés Barbi Leyva, o el senador Campos, o el chato Ubilluz, van moldeando la percepción del lector y lo van obligando a asumir que, ese que van conociendo, ese que se les devela a través de las palabras, es de manera irrevocable el Mayta Avendaño por el que está interesado el narrador, incluso nosotros como lectores. Llegados a un punto, se nos muestra que el Alejandro Mayta Avendaño de carne y hueso, despojado de las leyendas antes citadas, resulta demasiado distante a todo lo leído. En ese momento nos damos cuenta, como lectores, que hemos sido manipulados por un narrador, y a su vez por un Vargas Llosa, dispuesto también a darnos su versión del revolucionario. Una versión muy bien trabajada donde la línea entre realidad y ficción se nos difumina lo suficiente como para perder la noción de dónde empieza una y acaba otra.
Una manipulación monumental, y en mayor medida el éxito de un escritor radica ahí: en su capacidad para manipular al lector. Por momentos nos hace empatizar con el revolucionario, nos hace mezclarnos y compadecernos de su intento armado, de sus relaciones, de sus intereses homosexuales por un compañero de lucha y el rechazo de los otros a esas “desviaciones sexuales”. Nos podemos llegar a identificar con un personaje abocado a la derrota, un iluso, dispuesto a matar por una ideología, y eso es lo que hace grande a Vargas Llosa como narrador. No ya la manera de poner en contraste las distintas opiniones que tienen los demás sobre Mayta, no. Sino la manera de permitirnos crear, a los lectores, nuestra propia imagen del pobre revolucionario para al final, echárnosla por tierra con el “verdadero” Alejandro Mayta que logra entrevistar el narrador/personaje.
El juego metadiegético en la historia, la caja china: de un Mayta contado por terceras personas a un Mayta real que aparece al final, resulta la genialidad de la novela. Además de la manera de contarlo. No en balde, en el mismo prólogo, el autor la tilda como “la más literaria” de todas las que ha escrito. Se debe, por supuesto, a la manera en que cuenta la historia, en que le dora la píldora al lector, para al final sorprenderlo de la manera menos esperada. También, algunas descripciones (como la del personaje de don Ezequiel, en el capítulo VIII), algunas escenas y diálogos, refuerzan la idea de ser “la más literaria”. Historia de Mayta, en términos literarios, no tiene nada que envidiarle a La fiesta del Chivo, desde la justicia y el compromiso ético de Vargas Llosa como escritor y crítico de la realidad que le ha tocado vivir, ambas novelas tratan con suficiente seriedad los fenómenos sociopolíticos que le han interesado tocar.
Como bien cita él mismo en el prólogo, la novela debe juzgarse de acuerdo a su tiempo y lugar. Se refiere al período de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, donde los ideales revolucionarios en América Latina encandilaron a muchos que, poco a poco, se fueron desencantando con el tiempo y con el nacimiento de no pocas dictaduras. El propio Vargas Llosa llegó a creer en los ideales políticos de Cuba amparado en la Campaña de Alfabetización, mas rompió su vínculo cuando los ecos del totalitarismo resonaron en el enjuiciamiento público del poeta Heberto Padilla, uno de los más tristes actos de censura perpetuados en la historia de la cultura cubana.
Hablar de los aspectos políticos, sin hacer alusión al componente fundamental de la obra: una ficción, es tergiversarla por completo. Es sacar de contexto, a conveniencia, los factores que más convenga destruir, tomarlos con pinzas, y pues, reducir a ellos todo el contenido de cualquier obra. Esta Historia de Mayta fue víctima de las miles de críticas destructivas que la ligaron a la postura política de Vargas Llosa, un anticomunista férreo después de ver lo sucedido con el poeta cubano, y la hicieron pasar sin penas ni glorias cuando fue publicada. La crítica quiso verla como un ensayo, como un panfleto, donde el autor despotricaba de las intenciones políticas de la izquierda peruana, sin embargo nada más lejos de ello, pues lo principal con lo que cuenta Historia de Mayta, es que se trata de una ficción. Fue atacada por críticos permeados de ideas socialistas, enfermos del auge comunista de América Latina durante los años ochenta, y por ello, años después, el autor se vio obligado a prologar la edición del 2000 y tildarla de “infravalorada”.
Una novela de ficción reducida a un mero panfleto. Como en muchas obras de Vargas Llosa, el factor político-social no puede verse desligado de su ficción, juega un papel importante en su narrativa, pero no carga con el peso de toda la obra. La violencia desatada por muchos movimientos izquierdistas en América Latina también es de vital importancia en Historia de Mayta, como lo fue también en Lituma en los Andes. Muchos jóvenes que se dejaron llevar por los cantos de sirenas, por la lucha armada, por los tiros socialistas en el nombre del proletariado mundial, perecieron, quedaron en el olvido, en la nada. Eso pretende dejar en evidencia la novela más literaria de Vargas Llosa: una labor que, desde el comienzo, está condenada.
Juzgada de manera errada en su momento, satanizada a más no poder, la historia de Alejandro Mayta Avendaño, merece revalorizarse, merece nuevos estudios y nuevas interpretaciones, despojadas de todo reduccionismo tendencioso, con tal de conseguir, literariamente hablando, la justicia que merece la novela “más literaria” de Mario Vargas Llosa. Pobre Mayta, sí, cuya historia, desde que se publicó, ha estado condenada al olvido, al anonimato, tanto en la ficción como en la vida real. Tal parece, irónicamente, que ese siempre fue su sino.