Foto: Los mil y un libros.

Soy el espacio en el que estoy: diálogo con Rebecca Solnit

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Últimamente no pasa mucho. El libro Recuerdos de mi inexistencia, de Rebecca Solnit, lleva cinco meses en la mesita de noche y para combatir la nostalgia del año que se escapa, decidí escribir estas líneas. Emprendo lecturas breves. Culpable, disfruto imaginar o mirar el espacio privado de otrxs. Leer también es habitar lo ajeno. Subrayo ideas, voy hilando. Quiero hablar sobre cómo su obra me arropa en estos tiempos tumultuosos en donde prevalece el no sentido. 

Espacios de ciudad

¿Dónde se sitúa una persona? Para ella, el primer departamento que habitó en San Francisco fue determinante en su formación como escritora:

Los primeros años que pasé allí se correspondieron con la época de mis batallas más feroces: algunas las gané, otras me dejaron cicatrices que todavía tengo, muchas me formaron de tal modo que no puedo decir que desearía que todo hubiera sido distinto, pues entonces habría sido otra persona y esa persona no existe. Yo sí. Pero puedo desear que las jóvenes que vienen detrás de mí puedan saltarse algunos obstáculos de antaño, y algunos de mis textos han tenido esa finalidad, al menos nombrando esos obstáculos.  

Rebecca Solnit nos lleva por el vecindario de su juventud. Ofrece postales armadas de letras:  sirenas ruidosas, humedades en muros y canciones de gospel muestran un cotidiano barrial alejado de la gentrificación. Trayectos, comidas o detalles aparentemente nimios son el escenario en donde prevalece la violencia hacia las mujeres y la posición en desventaja que ocupamos en la sociedad. 

Para muchxs, el éxito es que guardemos silencio, que andemos mutiladas como Lavinia en Shakespeare. Hay gente a la que le conviene que sigamos siendo nadie, que desea fundirnos con la inexistencia:

en su aspecto más brutalmente convencional, la feminidad es un acto de desaparición constante, una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres, un espacio en el que nuestra existencia se considera hostil

Más allá del enfoque intimista clásico de la mujer confinada a labores domésticas, Rebecca Solnit apertura temáticas urgentes a propósito de la generalización de diversos tipos de abuso. Ella piensa cómo aparece la violencia y cómo nos limita el acceso al espacio público, a la libertad de movimiento y la igualdad. Reflexiona no nada más para contar lo propio, sino para contar lo nuestro: 

¿Qué es lo mío? ¿Dónde soy bien recibida, dónde se me permite estar? ¿Cuánto espacio se me concede? ¿Donde me cortan el paso, en la calle, en mi profesión o en las conversaciones? Cabe imaginar nuestras batallas como luchas territoriales, para defender un territorio o anexionarlo, y es posible entender que nuestras diferencias tienen que ver, entre otros aspectos, con el espacio que se nos otorga o se nos niega para hablar, participar, deambular, crear, describir, vencer. 

Cuerpa

La anatomía femenina llega a ser desastrosa. En Recuerdos de mi inexistencia se pone de manifiesto el paso del tiempo y la cantidad de generaciones que nos hicieron andar con armaduras: la sociedad tradicional perpetuó la tensión de una belleza normativa. Vivimos en estado de incorrección: todo el mundo es libre de juzgarnos y opinar sobre cómo debemos ser. Quizá ahora el asunto ha cambiado un poco, no obstante Rebecca Solnit (2021) menciona cómo en su época la cultura estaba obsesionada con el cuerpo y la belleza femenina era cuantificada por medio de tallas específicas:

el problema no reside en los cuerpos sino en su inspección despiadada… se nos decía que las recompensas por cumplir esos requisitos eran ilimitadas y los castigos por no reunirlos, infinitos, y que en cualquier caso nos castigaba a todas porque, en última instancia, jamás lograríamos alcanzar ese canon.

Identidad 

El entramado identitario se configura desde puntos de referencia diversos. Los archivos históricos y el arte juegan en su trayectoria un papel que va por encima de la pasión: le otorgaron un oficio, una caja de herramientas para entender su lugar en el mundo. Vivir a través de la escritura es conjurar hechizos con palabras ya dichas: 

…a menudo la escritura se contempla como un proyecto de crear cosas, una obra cada vez, pero escribimos partiendo de quiénes somos y de dejar atrás las voces falsas… en la tarea de escribir una obra concreta subyace la tarea general de crear una identidad que lleve a cabo lo que nos proponemos crear.

A tiempo que visibiliza la poca participación de las mujeres dentro de las publicaciones literarias de los años cincuenta, Rebecca Solnit narra cómo quiso convertirse en escritora; para descubrir la potencia de aquello que podemos armar desde fragmentos, para experimentar sentimientos, reconectar lo fracturado y distinguir constelaciones simbólicas. Su trayectoria está compuesta de estructuras, planeación y disciplina, pero también de credibilidad y relevancia:

tener voz implica la capacidad de participar plenamente en las conversaciones que configuran la sociedad, las relaciones con los demás y la propia vida.

Inquietud 

A partir de la no ficción ensayística, Rebecca Solnit piensa en las personas como viajeras mutantes que cruzan un territorio que también va cambiando a medida que avanzan. Nos invita a no tenerle miedo a la juventud:

en ocasiones envidio a quienes se encuentran al principio del largo camino de la vida que forjarán, a quienes todavía tienen por delante muchas decisiones que tomar a medida que el camino se bifurque una y otra vez… la emoción de tener que elegir, de ponerse en marcha sin saber muy bien en dónde se acabará. 

En el tráfago entre ser y llegar a ser, la incertidumbre tiene su lado dulce, yo todavía debo sortear muchos obstáculos. Deseo irme lejos del cuerpo entendido en soledad, por eso subrayo estas ideas con Rebecca Solnit, para fundirme con ella y que surja algo.

Arranca otro año, a veces el principio del relato cambia al agregar nuevos capítulos. Voy a prender una vela: espero que el tiempo sea mejor, y si no, al menos siempre tendremos lecturas para aligerar la carga. 

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