Vive Latino, 2019

El Vive Latino también cumple como pretexto para encontrar seres queridos de forma mucho más gozable que la Navidad.

Mi asistencia al Vive Latino 2019 se confirmó a menos de veinticuatro horas de que abriesen la puerta por segundo día. Rumbo al Estadio Azteca, para ver al Cruz Azul, siendo estrictos. Va a estar Javier Bátiz, má. Cómo que Javier Bátiz. Sí, Bátiz y Santana, uno después de otro. Cómo que Bátiz y Santana, uno después de otro. Sí, y también Café Tacvba. Cómo que también Café Tacvba. Sí, cómo ves. Pues órale; y yo que nunca he ido a un Vive Latino. Pues es necesario ir a un Vive Latino, má; boletos habrá. Magui y yo ya habíamos tenido ese pasaje terapéutico de pareja donde nos juramos que, de verdad, no importa no ir. A mí tampoco, en serio. El cartel no está tan bueno. Luego quizá abran una fecha los Yeah Yeah Yeahs. Dicen que habrá gira de los Strokes. Cuánto dices que costaban los boletos de Florence + The Machine. Ya ves que a mí de adolescente me encantaba Muse. Pero la semana previa a un festival siempre es un infierno cuando sabes que no irás; si ya tienes los boletos, es probablemente más disfrutable que el propio festival. Como la Navidad: el 24, por expectativa, siempre supera al 25.

            Se trazó el plan: renunciaríamos a la cartelera vespertina –El Tri, Miguel Mateos y la Orquesta Mondragón; solamente me dolió la última- y nos lanzaríamos a la constelación que ofrecía el line-up más noche: Javier Bátiz, Snow Patrol, Café Tacvba y Santana. Hubiera catafixiado a Korn por cualquier elemento sabatino: Fobia, Editors, Foals, incluso Intocable y ya arriesgándome también los trasnochados Caifanes. La inexplicable manía por cerrar el puente que comunica al autódromo y estacionamiento del Palacio de los Deportes conflictuaba la huida. Habrá que rodear, ni modo; no terminábamos de llegar y ya nos resignábamos. Arribar de noche a un festival que lleva maquinando desde el mediodía anterior es como desembarcar en The Walking Dead: ya escaseaba la cerveza cuando nosotros ni siquiera teníamos la pulsera blackmirroresca que te la otorga. Cuánto fumigado, dios mío. Al fondo, Alex Lora se despedía con ‘Las piedras rodantes’. Baño, una chela y Bátiz. Venga.

            Javier Bátiz es el desplante de rock and roll más auténtico y furibundo que me ha tocado ver en directo. El arte del Vive Latino estriba en su tendencia a funcionar como relojito: los horarios son exactos, nunca tentativos; algunos, como Santana, deciden retirarse incluso cinco minutos antes. Los escenarios Indio y Escena Indio –principal y secundario, respectivamente- están sumamente lejos del Telcel y Doritos Búnker; la cercanía entre estos pares impide que las presentaciones coincidan en tiempos, a riesgo de invadir el espacio sonoro del prójimo. Bátiz saltó a escena a cinco minutos de que diese la hora; cubierto por un manto blanco saludó entre la oscuridad –organizadores estrictos: no hay focos hasta que sea hora- y se quejó, entre señas, de que los micrófonos estuviesen aún apagados. No había terminado Alemán a poco más de quinientos metros cuando lanzó el primer riff rabioso. Quién le va a venir hablar de horarios a Javier Bátiz. Coristas, bailarinas y una guitarra delirante: parecía una deidad ataviada totalmente de blanco, con greña gris y lentes morados. De él salía, más que voz, un lamento oscuro, rasposo; reconocible. Las letras plateadas de la playera se distinguían apenas: Tijuana, i love you. Hay un lugar en la ciudad por donde sale el sol; y nací allí, entre llanto y dolor, en la miseria y sin amor. Quiso continuar cuando ya no le quedaba tiempo; Magui me recordaba que a poco más de quinientos metros ya salía a escena Snow Patrol. Yo, apelando a la decencia del músico, le juraba que seguramente estaba ya por terminar. Cual musiquita en época de premios cuando el discurso ya se alargó, la organización le apagó el micrófono a Bátiz. Éste es el rock que Alex Lora siempre hubiese querido representar.

            Recordé las sabias palabras de mi amigo Ángel: nunca vayas al baño pronto en una noche larga; la primera vez determina con cuanta frecuencia irás. Yo ya había visitado el inframundo aquel apenas llegué, motivado solamente por una lata de Monster. Sentí vergüenza de mí: sublevado ante las necesidades fisiológicas sin haber opuesto resistencia alguna. Me aguanto, pero sí quiero otra chela. El Vive Latino también cumple como pretexto para encontrar seres queridos de forma mucho más gozable que la Navidad; hallé a Alejandra mientras Snow Patrol navegaba entre la tercera y cuarta canción. Ayer, Foals estuvo cabrón. Yo hubiera querido ver a los Editors. Pues sí, pero no mames, al mismo tiempo estaba Foals, y Foals estuvo cabrón. ¿Viste a Fobia? Sí, pinche Jay de la Cueva, me encanta. Ya toquen ‘Chasing Cars’, chingada madre, que va a empezar Café Tacvba, grité desaforado. Segundos después me sentí mal: tuve un dèja-vu del 2012 cuando, precediendo al mismo Café Tacvba en el escenario principal, tocó Kasabian. La –monumental- banda originaria de Leicester, que venía promocionando el ‘Velociraptor!’ se echó versiones apoteósicas de ‘Switchblade Smiles’, ‘Days are Forgotten’ y ‘Fire’. Tras esta última pretendieron medir el calor del público en perfecto español: ¿quierren más? La respuesta, al unísono: ‘papa-ru-papa-eo-eeeeooooo’; ergo, que salga Café Tacvba. Yo quería reventarle el hocico a todos y cada uno. Me volví uno de ellos al apurar a Snow Patrol. Al final, ‘Open Your Eyes’ y ‘Just Say Yes’ me recordaron a cuando, nueve años atrás, los vi en el Estadio Azteca abrirle a U2. Arrancar un concierto en ese mastodóntico escenario de 360 grados era una tarea casi imposible, pero de algún modo no les quedó grande jamás. Ahora tocan todavía mejor: mucho menos tímidos. Mi favorita fue ‘Don’t Give In’; con esta lloraba si la hubiese conocido, yo creo. Nos fuimos antes de ‘Chasing Cars’, chingada madre.

            La explanada del escenario principal comenzaba a bufar y desbordarse. Todo estaba oscuro; comenzó ‘Futuro’. Días antes había descubierto que el nuevo álbum de Café Tacvba me gustaba demasiado, a pesar de ‘1-2-3’. Hay una canción, ‘El mundo en que nací’, dedicada por parte de ‘Meme’ a su hija, que es francamente entrañable. Quiero que sepas de verdad que si algún día llego a faltar, que si algún día ya no estoy más acá, que sepas cuál ha sido mi única verdad. Nada jamás me ha hecho tan feliz como el día que llegaste a este mundo y por primera vez te vi, cargarte entre mis brazos y mi nariz; entonces ese día supe que primero dejaría que un avión cayera sobre mí, antes que algo se acercara y pudiera ser algún daño en ti. El miedo me quiere paralizar, y encuentro algo que me hace caminar; me dejo en esta redención, es tu amor mi única y completa salvación. Y aquí voy, queriendo contener que este es el mundo en que nací. Así, de botepronto, no recuerdo letra superior en la discografía de Café Tacvba. A ‘Futuro’ le siguieron ‘Matando’ y ‘Disolviéndonos’, del nuevo material. Catarsis segura con ‘Cómo te extraño mi amor’, ‘Chilanga Banda’, ‘Las flores’ y, en extraordinaria elección, ‘El fin de la infancia’. Y bailando caballito con la banda cafecitos, cómo no lo va a lograr. Después, invitan a Los Tres: ‘Déjate caer’. Continúa ‘La Chica Banda’, con la melódica característica. Fue entonces que ocurrió uno de mis momentos favoritos en la historia del Vive Latino: el público tenía sangre en los ojos; vivíamos ese momento donde se adivina que el tiempo en escena durante un festival es especialmente finito, y corre como el agua. Café Tacvba tiene demasiados éxitos como para dosificarlos en una hora y diez minutos. ‘Meme’ se acercó al micrófono, y cuando quizá media explanada esperaba el redoble de batería que arranca ‘Eres’, arrancó con ‘El mundo en que nací’. Chapó. Ni la perorata infaltable que soltó Rubén Albarrán, sumió al Foro en el tedio y provocó que muchos desistiéramos de quedarnos al baile y el salón, lo empañó. Numerazo.

            Última escena: Santana. Arribamos con los acordes postrímeros de ‘Oye como va’, que dio paso a ‘Maria, Maria’. Como el agua se fue uno de los números más brutales que he visto en un Vive Latino; a Santana, su vírgen, su sombrero, su espanglish, sus solos, hay que verlo al menos una vez. Cada riff, cada rafagazo, qué maravilla estar acá. Importó poco la vuelta a todo el complejo deportivo para poder llegar al coche; importó poco que mi mamá hiciera añicos un vaso tequilero con el nombre del festival mal impreso; importó poco la vueltota que Waze nos enjaretó. Yo floté, y sigo flotando, con ‘Smooth’.

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