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Editorial

Wilde y Olympia (II)

Todavía hoy Olympia posee la belleza y la juventud de Dorian Gray…

Poco después del levantamiento contra los turcos, en la segunda década del siglo XIX, Otto, el príncipe alemán, fue nombrado Rey de Grecia, con la voluntad de Gran Bretaña, Francia, Rusia y, claro, de algunos griegos.

Después de muchos titubeos, Atenas suplió a Napflio como capital griega. En 1835, Otto declaró que los Juegos Olímpicos debían restablecerse el 25 de marzo, en el aniversario del inicio de la lucha armada a favor de la independencia. La noticia fue recibida con entusiasmo entre la población, que a lo lejos escuchaba las crónicas orales de la grandeza de los héroes y de los atletas sobre el Valle Sagrado del Peloponeso. Pero la precaria economía griega no se inmutó; el dinero suele ser insensible al romance y a la poética.

No había dinero en las arcas para llevar a cabo los caprichos del rey.

Como siempre, hubo un alguien que dijo: claro majestad, claro que se puede. Se llamó Evangelis Zappas, un viejo mercenario que había logrado una buena fortuna vendiendo armas a los turcos y después invirtiendo en la agricultura y en el mercado naval. En 1856, Zappas puso el dinero para el restablecimiento de las fiestas en las que solamente particparían atletas griegos y de otras zonas del imperio otomano. Los celos suelen tener sus razones.

El rey dijo: se llamarán Olympicos y tendrán el propósito de exhibir los productos de nuestra Grecia, principalmente agrícolas, industriales y ganaderos. La copia de la copia llegaría cuatro décadas después de la mano de un pedagogo francés ilusionado como Voltaire de la vida industrial y empresarial de Gran Bretaña: Pierre de Freddy, Barón de Coubertin, nacido en París en 1863.

El deporte, en el plan del rey, quedó reducido al tercer domingo de los Olympicos.

En 1859 se llevaron a cabo los primeros Olympicos, aunque se llamaron los Juegos de Zappas (patrocinio viene de paterniddad). William Penny Brooks, el empecinado inglés de la restauración olímpica, donó diez libras para el ganador del Torneo del Círculo, un viejo deporte medieval. Pero el ganador del premio fue el vencedor en la pueba de la milla, prueba realizada en homenaje al Comité Olímpico de Mondelok, Inglaterra.

La ruta se llevó a cabo sobre espacios públicos y cuentan las crónicas que una mujer que paseaba con su perro (Gógol de fondo) “la detuvo por unos instantes”.

Zappas murió en 1865 y heredó una gran suma para la rehabilitación del estadio Panatinaikos, en donde se debían realizar pruebas deportivas cada cuatro años, sin interrupción; la misma cuenta olímpica en los tiempos poshoméricos.

En 1875 los alemanes comenzaron las excavaciones en el Valle Sagrado de Olympia. El mundo comenzó a saber más del mundo griego antiguo. Y también un joven que cambiaría la literatura inglesa. Llegó tarde a su curso en Oxford por asistir a las excavaciones. Dijo: sí, me dieron de baja en Oxford, pero ya conocí la belleza de Olympia. Se llamaba Oscar Wilde, quien moriría en París en noviembre de 1900, pocos meses después de que la capital francesa fuera sede de los Juegos de la II Olimpiada de era moderna.

Todavía hoy Olympia posee la belleza y la juventud de Dorian Gray…

Wilde y Olympia (II) es la segunda entrega de una serie de textos escritos por el autor rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio.

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