¿Y ahora qué hago?

Al fin y al cabo, estaba acostumbrada a encadenar contratos de corta duración.

Ya no recordaba qué día era. Estaba en uno de esos momentos insípidos que buscaba cubrir haciendo algo para no sentirse demasiado miserable. Momentos peligrosos, sin duda.

Encendió el televisor y no pudo dar crédito a lo que escuchó: había sido despedida. No fue tanto la noticia, sino la manera de recibirla lo que la perturbó. Al fin y al cabo, estaba acostumbrada a encadenar contratos de corta duración. Sin embargo, por una u otra razón, nadie había tomado nunca la decisión de dejar de contar con sus servicios.

Así que, cuando anunciaron la nueva normalidad, ella, la vieja normalidad, se sintió muerta en vida. No pensaba que el ser humano pudiera vivir sin ella, al menos, en la sombra. Estaba viviendo una traición en toda regla. Y, el problema, no era ese, sino que en el fondo de su alma (o de su esencia, para ser exactos), sabía que nunca la enterrarían.

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