Foto: @alferdez

28-A

Gracias, mamertos, que mueren baleados por luchar contra eso, que filman eso, que gritan la verdad sobre eso. Algún día, Colombia les sonreirá.

Gracias, mamertos, que desafían a los asesinos,
a los perros de presa, a los galgos.

Ni un aguacero detiene su marcha entre
los charcos de la fría ciudad. Gracias.

Las ventanas empañadas de la tarde
desvelan su imparable aliento de cambio.

Los ojos que han perdido en ello denuncian,
son testigos:
el infame Estado colombiano
se resquebraja en el moho de su inmundicia.

Son los latidos finales del corazón de Gaitán:
nos habla él sus últimos pensamientos en el éter,
la advertencia sobre el sicario, el puñal,
el dinero, el parásito.

Cumbias ensangrentadas que suenan
en Puertos de Resistencia,
bombardeados por las mismas violentas doctrinas
que azotaron a nuestros abuelos.

(Es el mismo Estado, la misma élite del despojo, son los mismos sicarios).

Gracias, mamertos, que mueren baleados
por luchar contra eso,
que filman eso,
que gritan la verdad sobre eso.

La verdad se cuela por entre cualquier resquicio;
ni la bota, ni la censura la terminan acallando.

La verdad camina lento,
pero cuando llega es contundente.

Ya llegó, ya suenan trompetas en orillas lejanas.

Gracias porque el mundo se enteró,
la sangre derramada no se borrará fácil.

Gracias, mamertos, vendrán nuevas luchas,
el régimen no cayó aún,
el banquete vil de los porcinos continúa
en bellos salones,
la matanza sigue impune.

Pero surge la esperanza lejana de un país,
luminoso, vivo, alegre quimera de plazas
con más tragos que balas.

Gracias, mamertos…
algún día Colombia les sonreirá.

(Mamerto es seguro el apodo
que ahora nos ponen los asesinos,
pero usaremos el epíteto con orgullo).

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