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Soy todos los árboles, 
desde el frondoso Tule de Oaxaca
hasta los tarcos dadores de jacarandas en marzo,
cada cual un monje que es su propia ermita 
cuyas raíces son aristas guardando el voto 
de silencio

Déjame sentir tu hacha
Vuélveme el lápiz y la hoja
en la que escribirás con vehemencia los requiebros 
a mi totalidad
Traza entonces el mapa de los estigmas que dejaría 
sobre mi cuerpo el salvajismo diplomático

Mi pulpa será tu crónica
en primera plana por todas las imprentas
Así como la caracola es juglaresa del mar
deja que la pareidolia te entregue mi rostro
Traduce la contemplación de mis centenares
 de años de longitud

Conviérteme en la base de tu cama
En tu bastidor
En la puerta que derribarán si no contestas
En el caballo de Troya
Provoca conmigo la caída de un imperio
Domina el arte del bonsái,
mantenme miniaturizado 
para observarte de cerca
y conocer la inmensidad,
una que no sea el cielo,
una inmensidad que camina
con la liviandad de un hombre que abraza árboles 

De cuando en cuando,
despójate de tus apellidos,
de tus minerales,
de tu sombra 
Y antes de que con tu calor de caldero
derritas hasta el abanico en tus manos,
huye bajo tierra
-ahí donde la excavación no alcance-
a contarle a mis raíces

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