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Andrea Arnold, un cine con emoción y realismo

Escultora del cine británico actual, directora, guionista y actriz, Andrea Arnold nació un 5 de abril de 1961 en Dartford, Kent, Inglaterra. Empezó desde adolescente como bailarina y presentadora en la televisión británica en la década de los ochenta, en shows como Top of the Pops y No. 73, de corte infantil. La joven no se sentía muy cómoda frente a la cámara, por lo que pronto se dio cuenta que las historias que rondaban su cabeza podían convertirse en guiones. Voló a Los Ángeles, California para estudiar en el American Film Institute, dónde se nutrió de cultura cinematográfica.

Arnold regresó a Gran Bretaña y se dedicó a escribir pequeños cortos para TV, dejando de lado su carrera como presentadora. Decidida a explotar un futuro como cineasta, ingresó al Performance Arts Lab, en su natal Kent, para capacitarse como guionista. De ahí salieron sus dos primeros cortometrajes: Milk (1998) y Dog (2001), crudos y directos experimentos de diez minutos de duración. 

Mientras en Milk se trata sobre lidiar con la pérdida de un hijo y la catarsis sexual del dolor, en Dog se muestra la frustración que se vuelve violencia. En ambos cortos, Andrea Arnold pone a sus personajes al centro de una vorágine de sexo y soledad, desde un punto de vista pesimista, como la realidad atroz. Son seres que buscan apartarse del mundo, pero, al mismo tiempo, desean crear una conexión con la poca empatía que consiguen en su universo, entornos por demás hostiles, cargados de miseria. Se empiezan a delinear desde aquí, los temas y elementos recurrentes en la filmografía de la cineasta: la pobreza, el sexo, la violencia, decisiones radicales, personajes femeninos complejos, y la cámara al hombro como componente estético identificable.

En el año 2004 llega un campanazo. Luego de cosechar más de 23 preseas internacionales (Sundance incluido), Andrea Arnold gana el premio Oscar Best Live Action Short Film por su cortometraje Wasp (2003), imponiéndose ante otros contendientes en la categoría como Nacho Vigalondo, Ashvin Kumar, Taika Waititi y Ainsley Gardiner. En 26 minutos, se narra la historia de la joven madre soltera Zoe (Natalie Press), quien se encuentra con un viejo amor del pasado y se emociona al conseguir una cita. El problema son sus cuatro hijos, que nadie quiere cuidar y ella decidirá llevar a escondidas al bar del encuentro.

Wasp (2003, Andrea Arnold).

Wasp arranca violento con una pelea entre Zoe y otra mujer; los gritos y las injurias se intensifican mientras las niñas observan a los adultos y aprenden de ellos. Una infancia donde siempre hay carencia y suciedad, en el que ir a comer a McDonald’s resulta impensable y los juegos son en medio de los peligros de la calle. El tema central en el corto es la falta de responsabilidad a tiempo y la reincidencia del egoísmo adulto, que se niega a madurar. Zoe miente para poder recuperar el tiempo perdido, mientras sus hijas la ven lidiar con el caos de la insensatez. Decide ponerse sus mejores ropas y cargar con las 4 infancias a la cita, dejándolas afuera del pub. Para Zoe de pronto regresa la libertad y la juventud, el éxtasis de sentirse deseada, en tanto que para sus hijas, el evento se convierte en un rato miserable, tienen hambre y comerán incluso las sobras de otros.

Llega la noche y el ritmo del bar cambia. Comienza la búsqueda de sexo, del placer carnal que trae consecuencias. Solo una avispa que por poco pica al bebé de la atribulada familia, romperá los arrumacos de Zoe y su amor de antaño. La pareja decide llevar a las niñas a comer un bocadillo mientras cantan «Hey Baby (If You’ll be My Girl)» de DJ Ötzi. Tras el derroche de desolación y egoísmo del corto, Andrea Arnold cierra su historia de forma esperanzadora, con la posibilidad de un futuro menos dramático para para Zoe y sus hijas. 

Wasp representa la primera colaboración entre Arnold y el cinefotógrafo irlandés Robbie Ryan, cómplice habitual en la filmografía de la cineasta, que también ha trabajado con Ken Loach, Sally Potter, Stephen Frears, Noah Baumbach y Yorgos Lanthimos. En Wasp, la cámara tambaleante se adentra al sórdido universo de los personajes, filmándolos muy de cerca, casi de forma documental, revelando la mugre en las mejillas de los niños y el nerviosismo de Zoe ante la posibilidad de recuperar su juventud, mientras las cervezas corren. La complejidad psicológica de la protagonista y sus decisiones drásticas, junto a la violencia, el sexo y la miseria del entorno, siguen trazando las preocupaciones de una cineasta comprometida con las historias al límite de lo soportable. Wasp resulta, sin duda, un ejercicio difícil de ver, igual que lo es el corto Dog, con aquella violenta muerte del perro a golpes.

Luego del Oscar conseguido y de dirigir también en 2003 el episodio «Bed Bugs» de la serie Coming Up del canal cuatro del Reino Unido, la revista Screen International nombró a Andrea Arnold como Star of Tomorrow, título que alentaba una prometedora carrera como cineasta. Su ópera prima sería el largometraje Red Road (2006), un drama que sigue la historia de Jackie Morrison (Kate Dickie), supervisora de cámaras de vigilancia en Glasgow, Escocia. Un día descubre en uno de los monitores a Clyde Henderson (Tony Curran), un hombre que pensaba estaba en prisión, pero al parecer regresó a las calles. Obsesionada con el individuo por misteriosas razones, Jackie sorteará todo tipo de eventos para inmiscuirse en la vida de Clyde y, finalmente, ejecutar decisiones extremas que emergen una dolorosa revelación.

Red Road (2006, Andrea Arnold).

En la tradición de Caché (2005) de Michael Haneke, con su ojo vigilante, y Antichrist (2009) de Lars von Trier, con su sexo violento y desolador, Andrea Arnold exhibe en Red Road un crudo drama sobre la pérdida y los errores que carcomen el alma, con una ligera oportunidad de redención para superar la angustia que asemeja detener la existencia. Nuevamente estamos ante una protagonista femenina compleja, que toma decisiones excesivas en medio de un Glasgow rebosante de miseria. Jackie busca conectar por medio del sexo mientras su obsesión por contemplar e intervenir en las vidas de otros la va destruyendo desde el interior. La soledad que experimenta, encontrará una válvula de escape en su bizarra venganza, la que tendrá como resultado el descubrimiento completo del dolor y la culpa.

El periódico británico The Observer encuestó en su momento a cineastas y críticos que reconocieron a Red Road como una de las mejores películas británicas de los últimos 25 años. La cinta forma parte de la trilogía Advance Party, una serie de filmes que serían dirigidos por directores primerizos, quienes seguirían una serie de reglas propuestas por los productores ejecutivos Gillian Berrie, Lone Scherfig y Anders Thomas Jensen. El retador proyecto surgió luego de una plática en la que incluso Lars von Trier estuvo presente, pues su productora Zentropa respaldaba la serie, junto a la escocesa Sigma Films. 

Y es que en Red Road hay un tufo evidente al Dogma 95, con los violentos movimientos de cámara al hombro y el uso de luz natural. Los momentos más ríspidos de la trama, suceden en los Red Road Flats en Balornock, Glasgow, que en su momento eran los edificios residenciales más altos de Europa, hoy sumidos en la penuria, una triste alegoría de la decadencia social escocesa. Mientras suena en una atiborrada fiesta «(What’s the Story) Morning Glory?» de Oasis, todo parece ir bien para un grupo de jóvenes que se reúnen para embriagarse y perder el tiempo, sin un futuro prometedor al frente. Jackie los observa y reflexiona sobre lo que la ha llevado ahí, carga con la pena y no se detendrá hasta consumar una inseminación inaudita, que va mucho más allá del sexo catártico. Quizá, nadie ha abordado la complejidad de la sexualidad femenina mejor que Andrea Arnold.

Contando en la fotografía de nueva cuenta con Robbie Ryan y el montaje del francés Nicolas Chaudeurge, Red Road es el inicio del idilio entre la cineasta y el Festival de Cannes, consiguiendo el Premio del Jurado de aquel año, además de competir por la Palma de Oro. Arnold también se llevó el premio BAFTA al mejor director, guionista o productor británico novel, y dos premios en actuación en los British Independent Film Awards. El Festival Internacional de Londres le otorgó igual el Sutherland Trophy, premio al director más original e imaginativo en 2006.

Si bien Red Road es un ejercicio desgarrador, su estructura en forma de thriller psicológico va revelando paulatinamente los acontecimientos para al final, dejar una luz de esperanza. Hundirse en la aflicción, para solo así poder ascender a la armonía de la existencia. Detrás de la cámara, Andrea Arnold va descubriendo su innegable poder para narrar historias con personajes complejos, dentro de entornos que parecen devorarlos.

En Fish Tank (2009), Mia Willams (Katie Jarvis) es una adolescente malhumorada que vive en un diminuto departamento junto a su madre (Kierston Wareing) y hermana menor, en las inmediaciones de un barrio obrero inglés. Se pasa los días deambulando por la calle y su medio de escape es el baile, actividad que practica sola en un cuartucho abandonado. Su frustración crónica se ve interrumpida cuando entra a escena el apuesto Connor (Michael Fassbender), eventual novio de su madre que despierta en Mía una enorme fascinación. Diversos eventos harán que la joven y Connor conecten de forma insólita, con resultados que van embrollando aún más la de por sí complicada situación. Mía entenderá que la única salida a su angustiante realidad, será comprar un boleto sin retorno, para huir de ahí.

Fish Tank (2009, Andrea Arnold).

En su segundo largometraje, Andrea Arnold hace un estudio puntual de la clase baja inglesa, introduciéndose en la vida de una contradictoria joven de 15 años que supura cólera debido a la falta de esperanza y la opresión de su ambiente. Mía tiene que lidiar con adultos irresponsables, un despertar sexual impulsivo y el desmoronamiento de cada uno de sus sueños. Cuando por fin obtiene la oportunidad de una audición, abandona el lugar, decepcionada. En el momento en el que cree conectar con Connor y se siente protegida, todo se viene abajo debido a un sorpresivo descubrimiento que lleva a Mía a tomar una decisión radical, cercana a la tragedia. El único momento donde la protagonista se siente libre es mientras baila, la catarsis del arte. Su ira se vuelve energía y la frustración perfecciona su danza.

Nuevamente el sexo tiene un momento estelar en la filmografía de la cineasta, porque en Fish Tank, el encuentro sexual entre Mía y Connor lo cambia todo. La cámara los filma muy de cerca, exhibiendo la tensión en la bestialidad del acto. Se trata de personajes quebrados que buscan recomponerse por medio del placer de la carne. Arnold se acerca y los filma sin romanticismo, no los juzga, simplemente muestra el espinoso evento que engendrará más dilemas. La poderosa actuación de la debutante Katie Jarvis destaca por su capacidad de ir de lo irritable a lo curioso, del desconcierto a la venganza, de la fascinación al hartazgo. Jarvis ganó el British Independent Film Award como el novato más prometedor en 2009, mientras Andrea Arnold se llevó el premio como Mejor directora. 

Multipremiada en diversos festivales alrededor del mundo, Fish Tank se coronó con el BAFTA como mejor película británica en 2010 y en el Festival de Cannes siguió el encanto por el cine de Arnold, volviendo a competir por la Palma de Oro y ganando, por segunda vez, el premio del jurado. También hubo nominaciones en los Premios del Cine Europeo, los Premios Guldbagge de Suecia y la Asociación de Críticos de Chicago.

Robbie Ryan siguió como director de fotografía, aportando esa cámara casi documental que corre y se tambalea junto a los personajes. Los planos exploran el entorno decadente de un suburbio inglés cualquiera, donde la desesperanza puede respirarse. Ese baile final, de Mía con su madre y su hermanita, es el triste resumen de los sueños rotos de las clases bajas, arrojadas al castigo infinito de la frustración. Las tres bailan y se observan, saben que es el adiós, el fin de una etapa y el inicio, quizá, de otra mejor. Fish Tank es la coherente y alabada prolongación de las inquietudes de la directora Andrea Arnold, con su mirada a una protagonista compleja, ser frágil y desconcertado que busca conectar y encontrar su lugar en la vida. El sexo, la soledad y la miseria vuelven a estar presentes en una trama que coquetea por momentos con el dramatismo del cine de Ken Loach.

Cumbres Borrascosas (1847), la única novela de la escritora británica Emily Brontë, ha tenido múltiples adaptaciones a la pantalla grande: William Wyler la adaptó en 1939, Peter Kosminsky en 1992, Luis Buñuel en 1953, Jacques Rivette en 1985 y Yoshishige Yoshida en 1988, entre otras cuantas versiones también para la televisión. En abril de 2008, se anunció un nuevo proyecto con Natalie Portman a la cabeza del elenco, pero las negociaciones no prosperaron. Comenzaron a desfilar nombres en la dirección como Peter Webber y John Maybury, y actores que iban de Michael Fassbender a Abbie Cornish, pasando por Ed Westwick y Gemma Arterton. Finalmente, en enero de 2010 se reveló que la británica Andrea Arnold dirigiría la película con Kaya Scodelario, James Howson y Oliver Milburn en los papeles principales.

Con un guion de la propia Arnold y Olivia Hetreed, la cinta adapta la historia por demás conocida de Brontë, sobre amor malogrado, rivalidad y venganza: un hacendado encuentra en las calles de Liverpool a un indigente de nombre Heathcliff, a quien decide adoptar. Una vez en la mansión, donde el trabajo y los días pasan, el chico comienza una relación afectiva con la hija del hacendado, Catherine. Del tierno amor infantil, a la amistad que se convierte en deseo, Heathcliff y Catherine llevarán su amor por los truculentos senderos de la obsesión llegando a consecuencias trágicas.

Cumbres borrascosas (2011, Andrea Arnold).

Cumbres Borrascosas (2011) se filmó durante 2010 en locaciones de Inglaterra, como Yorkshire del Norte, incluyendo Thwaite, Cotescue Park en Coverham, Moor Close Farm en Muker ​y la localidad de Hawes. Se trata de Andrea Arnold filmando una película de época con un acercamiento impresionista, quitando el hedor de clásico que carga la novela, presentando la crudeza de la pasión, el deseo y la envidia que corrompen a la naturaleza humana. La cámara del cinefotógrafo Robbie Ryan (aquí ya, un colaborador habitual, inamovible) se regodea capturando a los frágiles personajes en vestuarios de época, filmándolos casi al estilo Dogma 95, lo que provoca un contraste estético inaudito, pero efectivo. Incluso en 2012, ganó el premio Technical Achievement Award que otorgan los Evening Standard British Film Awards y en el festival de Venecia fue galardonado con el Golden Osella for Outstanding Technical Contribution, con nominaciones también en el London Film Critics’ Circle, el festival Camerimage (Rana de Bronce) y los Irish Film & Television Awards. En la Semana Internacional de Cine de Valladolid, Ryan también fue laureado con el premio a mejor director de fotografía.

En Cumbres Borrascosas existe una coherencia en los temas recurrentes de Andrea Arnold: hay sexo, violencia y la búsqueda de conexión de sus personajes, que por momentos parecieran no saber hacia dónde apuntar sus emociones. Hay, además, una tensión constante por las decisiones y acciones que el triángulo amoroso ejecuta a través de los años; si bien la película pierde un poco de fuerza en su segundo acto, el ejercicio resulta efectivo en su conjunto por la desgarradora moraleja acerca de las consecuencias del amor obsesivo, donde todos pierden. Para algunos críticos, incluso se trata de la consagración de Andrea Arnold.

Con un estreno mundial el 6 de septiembre de 2011 en el Festival Internacional de Cine de Venecia, Cumbres Borrascosas igual tuvo presencia en el Festival de Cine de Toronto, el Festival de Cine de Zúrich, el Festival Internacional de Cine de Leeds y el Festival de Cine de Londres, llegando a salas británicas finalmente en noviembre de ese año. Con un recibimiento positivo por parte del público, la cinta lleva en sus fotogramas algunos de los planos más hermosos del cine de Andrea Arnold, donde la luz cubre delicadamente la puesta en escena y las facciones de los afligidos personajes. El cenit de éxito de la cineasta llegó también en ese 2011, cuando fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE), por sus servicios a la industria cinematográfica.

Andrea Arnold dejará un tiempo el cine para dedicarse a las series de televisión. Entre 2015 y 2017, dirige 4 episodios de Transparent (2014-2019), una especie de comedia dramática con temática LGBT+, producida por Amazon Studios. En 2017, dirige 4 capítulos de la serie I Love Dick (2016-2017), comedia protagonizada por Kathryn Hahn, Griffin Dunne y Kevin Bacon, también de Amazon. Si bien estos ejercicios televisivos representan un rompimiento de acuerdo a la crudeza de sus primeros trabajos, Andrea Arnold continúa explorando las posibilidades de la estructura narrativa, mientras el sexo y la búsqueda de conexión siguen siendo temas recurrentes.

American Honey (2016) es, sin duda, la obra maestra de Andrea Arnold. 163 minutos de una road movie que explora la América profunda, estrenada el mismo año en que Donald Trump ganaba la elección que lo convertiría en el 45.º Presidente de los Estados Unidos de América. Se trata, también, del primer filme de la cineasta rodado fuera del Reino Unido. Star (gloriosa la debutante Sasha Lane) es una chica que, harta de la hostilidad doméstica y la responsabilidad de sus hermanos pequeños, decide unirse a un grupo de jóvenes que atraviesan el país vendiendo suscripciones de revistas, lidereados por la rigurosa Krystal (Riley Keough) y el misterioso Jake (Shia LaBeouf).

American Honey (2016, Andrea Arnold).

Star se maravilla con el grupo cuando los encuentra en un super mercado bailando «We Found Love» de Rihanna y Calvin Harris. El encuentro fortuito con esa familia disfuncional de jóvenes norteamericanos se da después de que Star busca comida en la basura junto a sus hermanitos. Mientras es ignorada por los automovilistas al buscar un aventón a casa, se pregunta: ¿acaso somos invisibles?, la eterna cuestión dentro de la miserable América profunda. Jake le ofrece a la joven un trabajo y la oportunidad de explorar el mundo, salir de su pequeña comunidad. Se deja entrever que su padrastro abusa de ella y la responsabilidad injusta de educar a sus hermanos le abruma, teniendo un punto de quiebre donde deja todo atrás para subirse a la van que le da la oportunidad de tener una verdadera familia, disfuncional y extraña, pero familia al fin.

Son seres perdidos de varias partes de Norteamérica, algunos huyeron de casa, otros no recuerdan cómo terminaron ahí. Los eternos tramos en carretera les permiten hablar, conocerse, al tiempo que comen lo que pueden y duermen en sórdidos moteles de paso. El trabajo consiste en vender revistas en zonas de alto nivel, donde los residentes en ocasiones compran las suscripciones al no saber en qué gastar tanto dinero. El choque de las diferencias de clases sociales se hace evidente en la furia de los miserables y el desinterés de los ricos. El verde y perfecto césped de los jardines de las gigantes mansiones es una triste alegoría sobre la enorme brecha social en Estados Unidos. Jake y Star no pertenecen a ese mundo, pero sueñan con habitarlo. 

Las mentiras y la manipulación son utilizadas para vender las revistas que a nadie le importan y nadie quiere comprar. El triunfo viene después de juntar algunos dólares y dormir amontonados en un cuarto de hotel. Son vidas perdidas, gente que vive a medias, un universo ya explorado por cineastas como Larry Clark y Gus Van Sant, pero que en manos de Andrea Arnold encuentra una hermosa lírica en las imágenes que remiten la soledad y la búsqueda de conexión de sus personajes. Star se siente especial e idolatra a Jake, el sexo entre ambos es de liberación, casi salvaje, mientras la vastedad de América los cubre. 

La miseria y los entornos peligrosos se hacen costumbre para el grupo, son jóvenes que no tienen un hogar, un sitio al cual volver; prefieren vivir así, en constante viaje, que regresar a la pesadilla doméstica. En un momento poético, mientras suena «Dream Baby Dream» de Bruce Springsteen, un camionero le pregunta a Star cuál es su sueño. La joven no sabe qué contestar, dice que nunca se lo habían preguntado. Luego de reflexionar, confiesa: quiero mi propio tráiler, mi propio espacio. Ella se conforma con poco porque cree que merece poco. Ni siquiera se atreve a pensar en una casa, pues resulta impensable. La triste realidad que conlleva la miseria. 

De forma prácticamente documental y en formato académico, Andrea Arnold encierra a sus personajes en apretados planos que ahondan en las reacciones de los jóvenes, rechazando el ostentoso horizonte del paisaje. La secuencia con los vaqueros, donde Star bebe mezcal y se divierte con los adultos, termina con la habitual violencia, resultante de la tensión de clases, cuando Jake irrumpe en la escena con un arma. Más adelante, Star tendrá la disyuntiva natural de seguir batallando por unos dólares, o bien vender su cuerpo y ganar dinero rápido. En un campo petrolero, la joven se adentrará en la oscuridad de la noche con un desconocido que le promete 1000 billetes verdes por un rato de placer. Star confiesa: nunca había visto tanto dinero junto. Jake volverá a invadir la secuencia, como un violento freno ante los impulsos de la confusión de Star.

American Honey es un cúmulo de cultura norteamericana. Los símbolos y las referencias desfilan en un paseo por la América profunda que se olvida de los monumentos y las grandes ciudades. A un lado de la vastedad del paisaje, el grupo de jóvenes se siente pequeño. Se saben minúsculos, ante un mundo monstruoso que los espera. Rumbo al final del filme, Star visita una zona miserable donde se encuentra una situación igual de sórdida a la que ella escapó. Tres niños viven con una madre adicta al crack; la joven decide comprarles algo de comida, darles un poco de ilusión y confianza. 

En pleno 4 de julio, la comunidad de frágiles y solitarios jóvenes viaja por la carretera cuando empieza a sonar «American Honey» de Lady Antebellum. Todos cantan de forma melancólica, añorando un hogar que no tienen y una familia que no existe. Solo se tienen ellos mismos, con todas las contradicciones que eso puede revelar. Una fogata y una fiesta nocturna para celebrar, todos bailan mientras Star entra a las aguas que la harán renacer. Las luciérnagas comienzan a salir ante la oscuridad, diminutos insectos que recuerdan que siempre que hay luz, por pequeña que sea, habrá esperanza.

Rodada durante la primera mitad de 2015, con locaciones en lugares como Muskogee, Okmulgee y Norman en Oklahoma, Mission Hills y Missouri Valley en Iowa y en el área de Kansas, American Honey fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2016, donde ganó el Premio del Jurado, el tercero para Andrea Arnold. La influyente productora A24 estrenó la película en Estados Unidos el 30 de septiembre de 2016, mientras que al Reino Unido llegó el 14 de octubre. Llovieron las nominaciones en los BAFTA, Independent Spirit Awards, en el festival de Sevilla, Gotham Independent Film Awards y los British Independent Film Awards, donde ganó como Mejor película británica independiente, fotografía, mejor dirección y mejor actriz.

Y es que las miradas se posicionan en la inolvidable actuación de la debutante Sasha Lane, quien se devora la cámara con su inquietante mezcla de inocencia y furor, junto a esa mirada que parece la de una pantera, curiosa y ansiosa por atacar. Por ratos documental, por ratos road movie, American Honey debe su quebradiza estética a la fotografía del gran Robbie Ryan, consiguiendo un fresco impresionista donde los jóvenes atraviesan un país plagado de inmundicia y desesperanza. Nominaciones a la cinefotografía en los Evening Standard British Film Awards, IndieWire Critics Poll, Irish Film & Television Awards y London Film Critics’ Circle, confirman que la mirada extranjera de Arnold y la cámara nerviosa de Ryan, consiguieron aplausos alrededor del orbe, en su austera disección de la cultura norteamericana.

La filmografía de la cineasta se nutre con este extenso paseo por las profundidades de los Estados Unidos. Una vez más, tenemos a una protagonista femenina compleja que toma decisiones radicales. Están el sexo y la búsqueda de conexión, la soledad y los estragos de la miseria, además de la violencia inevitable de la naturaleza humana. Hay en Star una obsesión por observar a los demás, por estudiarlos y aprender de ellos. Es un ser a la deriva que busca descubrir el motivo de su existir. 

La fuerza de American Honey se complementa con el ecléctico soundtrack que transmite la melancolía de una tierra que se ha ido erosionando, hasta casi desaparecer. El quinto largometraje de Andrea Arnold trasciende por representar el grito de guerra de una nueva generación, en una era donde tik tok e Instagram dominan la cultura y Star Wars lleva más gente a las salas que el clero a las iglesias. Es una película de pegajosa belleza, que vale la pena recuperar en un momento relevante, con el posible segundo mandato de Donald Trump y la peligrosa ideología Make America Great Again.

En 2019, Andrea Arnold regresó a las series de televisión para dirigir siete capítulos de Big Little Lies (2017-2019) de HBO, creada por David E. Kelley y basada en el libro homónimo de Liane Moriarty. El drama gira en torno a tres mujeres (Reese Witherspoon, Nicole Kidman y Shailene Woodley, nada más) que un día ven su vida alterada por un brutal asesinato. 

Rumbo al final de American Honey, cuando Star baja del camión en el que un amable hombre decide comprarle una suscripción de las revistas que vende, la jovencita se da cuenta que la enorme unidad transporta vacas. Hay aquí una conexión directa con el siguiente ejercicio cinematográfico de Andrea Arnold. La secuencia funciona como alegoría del futuro incierto y como premonición de un documental crudísimo que la cineasta presentaría en el Festival de Cannes el 8 de julio de 2021. 

Cow (2021) es un emotivo ejercicio filmado al estilo cinéma vérité, que sigue la rutinaria vida de una vaca lechera llamada Luma, en el rancho ganadero Park Farm en Kent, Inglaterra. Andrea Arnold y su directora de fotografía, la polaca Magda Kowalczyk, detallan las andanzas de Luma y despiertan empatía por estos enormes animales. El documental intenta ser una especia de homenaje a la labor de las vacas que alimentan a los humanos, transitando por momentos clave en la hipnótica vida vacuna: el espectador conocerá a Luma, asistirá en primerísimos primeros planos al nacimiento de su becerro, sufrirá con la inevitable separación de madre e hijo, conocerá las actividades diarias y momentos felices de césped y sol, para al final, acompañar a Luma en la enfermedad y, eventualmente, a la muerte siempre implacable, en un espeluznante desenlace. 

Cow (2021, Andrea Arnold).

El compromiso y precisión de Arnold es relevante al conseguir un documental emotivo e íntimo sobre un tema siempre espinoso. Si bien podría parecer que la intención de la cineasta es convertir al espectador al veganismo, la realidad es que su mirada reflexiva es mucho más profunda, al presentar una historia que funciona como alegoría de la vida, sin intenciones políticas. Dice la directora: «Nuestra relación con los millones de vidas no humanas que utilizamos es en gran medida parte de nuestra existencia. Hice Cow para invitar a comprometernos con eso». Durante varios años, a Andrea Arnold le había rondado en la cabeza la idea de hacer una película sobre algún animal y pensó en los pollos, sin embargo, se decidió por las vacas al encontrarlas más interesantes en el momento de insertarse en su rutina. 

En Cow hay una intención de que la audiencia se acerque sin miedo a la vaca Luma, bovino con sentimientos reales, al mismo tiempo que se puede mostrar la vitalidad de un animal no humano. Producto de aquel confinamiento por la pandemia Covid19, se trata de un documental valiente que transmite lo cíclico de la existencia y retoma los temas recurrentes de la filmografía de Andrea Arnold: aquí también hay soledad, violencia y muerte; la obsesión por mirar de cerca y, por supuesto, una protagonista femenina que enfrenta la adversidad. 

94 minutos con cámara al hombro que despuntan ideas justamente incrustadas en la nueva normalidad, después de aquel encierro: la vida no puede verse igual, se reflexiona constantemente sobre lo que se pierde, además del brote de una renovada y afortunada empatía por los derechos de todos los animales. En Cow no hay tiempo para lo cursi, el filme se compromete a mostrar la verdad, por cruda que sea.

Con nominaciones en los BAFTA, el Festival de Sevilla y los British Independent Film Awards, el documental de Andrea Arnold tuvo proyecciones en Cannes y en el Festival Internacional de Cine de Busan; la plataforma MUBI compró los derechos de distribución de la película en Reino Unido, Irlanda, Turquía y Latinoamérica, mientras IFC Films hizo lo propio en los Estados Unidos. Cow es un ejercicio incómodo pero emotivo. 

Una película donde Andrea Arnold despliega las inquietudes sobre la vida de los animales y los estragos de los seres humanos en esas vidas. No debe olvidarse que la filmografía de la directora está plagada de animales; en ese universo, siempre aparecen perros, osos, hámsteres, tortugas e insectos. Hay un compromiso con la existencia de esas criaturas, que usualmente son generosas, como el caso de la vaca Luma. Arnold pareciera reflexionar sobre la idea utópica de una convivencia armónica con todos los seres vivos que habitan en el planeta.  

Del 14 al 25 de mayo, estará celebrándose la 77ª edición del Festival de Cannes, donde la película Bird (2024) de Andrea Arnold competirá por la Palma de Oro. En un evento donde habrá filmes de Francis Ford Coppola, David Cronenberg, Yorgos Lanthimos, Paul Schrader y Paolo Sorrentino, la presencia de la cineasta se siente necesaria, mientras su nuevo trabajo se antoja enigmático e irreverente. El jurado será presidido este año por la directora y guionista Greta Gerwig, la mente detrás de Barbie (2023).

Respaldada por la productora A24, con locaciones en el sur de Inglaterra en Gravesend, Dartford, Ashford, Bean, Kent y la isla de Sheppey, Bird narra las andanzas de Bailey (Nykiya Adams), de 12 años, quien vive junto a su padre Bug (Barry Keoghan) y su hermano Hunter (Jason Buda) en una granja al norte de Kent. Bailey está entrando en la pubertad y busca atención y aventuras fuera de casa, ante la falta de interés de su papá. Una inquietante exploración de los márgenes de la sociedad, donde vuelven la miseria y la búsqueda de conexión, los temas predilectos de Andrea Arnold. También regresa Robbie Ryan como director de fotografía a un entorno bien conocido: los suburbios ingleses. 

Andrea Arnold es presencia constante en Cannes: miembro del jurado en 2012, presidenta del jurado de la Semana de la Crítica en 2014 y presidenta del jurado de la sección Un Certain Regard en 2021, ya hemos hablado sobre las tres veces que la cineasta británica ha ganado el premio del jurado. El actual director del festival, Thierry Frémaux, dijo sobre lo nuevo de Arnold en la rueda de prensa del evento: «La cineasta inglesa, que hace poco regresó con Cow, una película sobre el destino de una vaca, vuelve con Bird, una película que no cuenta la historia de un pájaro, sino el destino de una joven de un suburbio inglés que intenta escapar del destino social al que la ha destinado su nacimiento. Es puro Andrea Arnold, un estilo de cámara en mano, una película sobre el aprendizaje, y un cine absolutamente necesario para contarnos la historia de los países».

Por Armando Navarro Rodríguez

Periodista. Cinéfilo y lector empedernido. Escribe sobre cine, arte y literatura.

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