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Anna

Volvió al día siguiente a la misma hora. Anna lo esperaba mirando a la ventana.

Tengo tres demonios sobre mi espalda, cada uno me susurra algo distinto y los tres buscan lo mismo. Uno de ellos habla a mi mente, me dice las cosas al oído y es bello; me gustaría creer que lo que me dice no afectará a nadie pero cada una de sus palabras es tentadora y está llena de mieles y serenidad, de un futuro que me gusta desear aunque tenga que pasar sobre los demás. Otro le habla a mi corazón, no dice palabras pero pone en mis ojos ilusiones que hacen que se me estremezca y comience a latir con fuerza, desbocado y doloroso; mucho de lo que dice es del pasado y sus recuerdos son confusos, y a veces me hace olvidar mi realidad. El otro le habla a mi sexo, no es complicado entenderlo; me grita un presente pasional, todo lo que deseé en algún punto y que me trajo hasta este momento. Y los tres me aman, o eso creo. Hasta ahora no han intentado verme muerta.

Hablaba, pero no se dirigía a él. Miraba con atención a la ventana, algo afuera había captado su atención y no la soltaría hasta que su mente decidiera que era suficiente. Sus palabras rebotaban contra el cristal y sobre el escritorio, el sonido rodeaba la silla que la soportaba y se perdía, confundido, en la suavidad del colchón al otro lado de la habitación, luego llegaba hasta él, cansado y preocupado por darse a entender.

Ben, su médico, sonreía.

Su cabello negro solía estar revuelto; a ella le gustaba así. Cuando en verdad hablaba con él, ella lo observaba y se dejaba llevar por la brillante oscuridad de éste, se perdía entre sus curvas y su caos y luego acercaba las manos, lo tocaba y lo enmarañaba aún más. Él lo permitía y solo entonces ella volvía a contarle de sus sueños y sus deseos. Los días de lucidez eran los más tranquilos.

Otros días, sin embargo, ella hablaba de sus demonios, de como le llenaban la cabeza de ideas que, si ellos (sus médicos) lo permitieran, podrían desencadenar en algo sin solución. Así llegó ahí, con la sangre de su hijo y el dolor de su esposa en sus manos.

Yo los amaba. A los dos. Sabía que no debía hacerle caso, pero no pude detenerlo. Pronto convenció a los otros dos y lo que vi tenía que ser detenido o me hubiera matado, y ellos no querían eso. Por eso lo hice. Aún escucho sus gritos en la noche, en mis sueños. A veces también escucho su llanto.

Sin despegar la vista del jardín comenzó a jugar con su cabello. El sol le pegaba casi directamente y hacía brillar su cabeza con un halo de fuego tan bello que Ben tenía que mirar hacia su libreta para no dejarse arrastrar.

Era bella, había mucho en ella que llamaba la atención del médico: su cabello era lo principal, rojo oscuro, casi castaño, casi sanguíneo; el azul de sus ojos que contrastaba con su cabello y lo amenazaba con apagarlo; las pecas que cubrían su rostro, su cuello, y la parte visible de su pecho; el calor de su voz, suave, dulce, serena; también sus palabras certeras, asertivas, inteligentes, casi lúcidas.

Ella, Abi, mi vida, solía decirme que no me preocupara, que domaríamos mis demonios juntas. Casi lo logramos.

El sol ya se había elevado otro poco y se posaba directamente sobre el edificio. El cuarto se volvió mas oscuro y su cabello adquirió un tono mas ocre, y ahora esa oscuridad fue la que captó de vuelta la atención de Ben.

Cuando la conocí dejé de escucharlos, de verlos, de sentirlos. Ninguno de los tres me habló por años y creí que todo estaría bien. Por eso lo adoptamos. Nunca me habían llevado tan lejos, en realidad solo estaban ahí de vez en cuando y nunca tuve problemas por ello. Escuchaba su voz para salvarme de una o ayudarme en otra, o contestarle a alguien. Tenía visiones de mi pasado tan vívidas que llegué a creer que mi memoria era muy buena, o quizá mi imaginación era prodigiosa. Y mis deseos, oh, ¡vaya que los disfruté!. Nunca tuve problemas por su culpa, mis historias se vendían bien, mi vida era tranquila, así que le conté y ella los aceptó conmigo y juntas los domamos.

Él anotó. Unas cuantas lineas sobre su libreta y volvió a poner atención al movimiento de su cabello y de sus dedos jugando con él. ¿Y después vino Daniel, cierto? Se sintió estúpido al instante de soltar la pregunta al aire. No esperaba de ella una respuesta, sabía que tenía que escuchar la historia y esta llegaría atraída por las palabras.

Si, Ben, después vino Daniel. ¿Y esa mirada? Jaja, sabía que te tomaría por sorpresa… Hoy están callados y me gusta hablar contigo, sabes escuchar.

Anna volteó a verlo directamente a los ojos y le sonrió con travesura. Él sintió aquella mirada como estacas de hielo que llegaban hasta su alma y se quedó clavado en su lugar sin saber cómo responder y luego, poco a poco, el sonido de su voz derritió el hielo y, por fin, pudo sonreírle de vuelta.

Fue tres años después, cuando estábamos mejor y decidimos que lo haríamos. Era tan tierno y dulce. Lo amábamos y a su risa cuando nos quería molestar.

Ben le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Sus ojos, pudo notar, se llenaron con la sombra de una tristeza honesta. A Anna le dolía recordar, pero él sabía que tenía que llegar al final.

Ella se levantó de la silla y caminó hasta la cama, su cabello, delgado, voló tras de ella como una brisa de fuego fatuo. Ben pensó que se sentaría al llegar pero no lo hizo, en lugar de eso se quedó un momento de pie y luego dio media vuelta y caminó hasta él.

Ben sabía lo que seguía, simplemente se relajó y dejó que ella revolviera su cabello.

Se sentó frente a él y se relajó sobre el colchón. Ben la miró con curiosidad y ella le sonrió una vez más.

Me gusta hacer eso. ¿Sabías que te sonrojas cada vez que te sonrío? Eres lindo, Ben.

El médico se sonrojó aún más. Podía sentir el calor sobre sus mejillas y los nervios recorriéndolo completamente, así que clavó la vista en su libreta y puso su pluma sobre la hoja antes de que ella lo notara aún más.

Si sigues haciéndolo no podré hacer más que molestarte de nuevo.

Pudo escuchar su sonrisa, luego un suspiro y continuó.

Solo supe que tenía que hacerlo. Pude verlo, ¿sabes? había fuego, y dolor y oscuridad. Podía escuchar su voz, la voz de Unna hablándome al oído. Podía ver los recuerdos que Belfe sembraba en mi corazón, y las imágenes que traía a mi presente, como una mala representación de un futuro que ni siquiera era seguro que alguna vez llegaría. Podía sentir la pasión desmedida de Siajes en mi presente, explotando y llenándome de adrenalina e implantando en mí un vacío tan grande que, si no hacía algo, implotaría y desaparecería. Los tres hablaron al mismo tiempo, después de años de no existir, de mantenerse en silencio. Me contaron una historia maravillosa de una vida en eterna libertad, sin tiempo, sin miedo, sin amor, solamente paz, completa y dulce paz. Y la oscuridad me consumió. Me pidieron un sacrificio, lo que más amaba. Pero no pude hacerlo.

Una lágrima rodó por su mejilla. El brillo del trazo húmedo llegó hasta la comisura de su boca y Ben quizo abrazarla. Quizo levantarse de la silla, correr hasta ella y tomarla entre sus brazos y decirle que todo estaría bien, qué él la cuidaría siempre, que él la amaría de la misma manera en que ella amó en el pasado. Pero no lo hizo, se quedó sentado y la admiró.

El tiempo me ganó, o la casualidad, no lo sé, Ben. ¿Qué clase de Dios despiadado hace eso? Sé que no fueron mis demonios. Sé que no fui yo. Pero eso nos destruyó, Ben. Abi no quería saber de mi, quizá se lo recordaba y ella me lo recordaba a mi. Unna, Belfe y Siajes han estado en silencio desde entonces, y Daniel parece un recuerdo lejano. ¿Era real, Ben? ¿Abi?

Si, Anna, ambos.

Sintió como se quebraba su voz en el fondo de su garganta, si ella lo notó, o no lo hizo, no lo supo. Solo le dijo eso, fue una respuesta corta, certera y así lo quería.

Gracias

Anna se recostó en la cama con la cara hacia la pared y le dio la espalda. Se veía tranquila con los brazos cruzados al frente y su cabello rojo cayendo sobre la almohada como un río de fuego y sangre.

Se quedó con ella hasta que el llanto se calmó, poco a poco, entre suspiros ahogados. Se quedó a su lado hasta que la escuchó dormir y solo entonces cerró su libreta y se marchó en silencio.

Volvió al día siguiente a la misma hora. Anna lo esperaba mirando a la ventana.

Por Ángel Torres

Productor musical, guionista de radionovelas, escritor, gamer, cinéfilo y melómano. Soy un apasionado de las historias que la eternidad tiene para contarnos.

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