Todo pasa por una razón

Su madre le enseñó el método de suspensión, así pudo soportar a su padre por cuarenta y siete años, hasta que al viejo le dio por morirse.

«La ansiedad es exceso de futuro, la depresión es exceso de pasado». Uno de los tantos mantras que Cristina se repite al espejo. Inhala profundamente. Exhala. De su boca sale disparado un soplido entrecortado de dolor. Se toca con los índices las arrugas que se le forman en los ojos, se aparta el cabello rubio del rostro y con sus manos y agua tibia retira la sangre pegada en las mejillas.

Verifica que no sea gran cosa, seca las heridas con la toalla azul que cuelga al derecho. No fue tan grave, hace una semana despertó en el hospital con dos costillas fracturadas. «Exceso de pasado, exceso de futuro, ¿Cómo se le llama al exceso de presente?», pensaba, mirando las bombillas blancas en el área de emergencia.

La enfermera se le acerca:

—¿Sabes que puedes pedir ayuda?

—Sí, lo sé, pero, ¿adónde se va cuando no se tiene adonde ir?

Felipe se llama el dueño de las marcas y fracturas. El 4 de julio cumplirán dos años de relación. Encantador, cariñoso y dulce —exceso de pasado —. Se conocieron en una app de citas y, como todo al inicio, la pasión sobraba y el tiempo para pensar hacía falta. Para Cristina era el hombre perfecto. Luego de dos meses juntos, decidieron mudarse. Cristina vendió su coche viejo para amueblar el piso y dar la primera cuota de la hipoteca que Felipe puso a su nombre, para después encargarse de pagar el resto. 

«Un sueño hecho realidad», le decía a todas sus amigas y familiares con una sonrisa perenne. A los cuarenta y siete días exactos comienza la pesadilla. ¿A dónde se va cuando no se tiene a donde ir? Las palabras de su madre justo antes de morir las repite como su segundo mantra: «Todo sucede por una razón». 

Su madre no vivió, sobrevivió. El padre era un alcohólico agresivo con aroma a cigarrillo y ron barato. El monstruo de su infancia no estaba escondido en el closet, dormía en la habitación de junto. Sus pasos pesados, su respiración forzada. Un cáncer de pulmón se lo había llevado un par de años antes de que muriera su madre. 

Le encantaba leer. Su novela favorita era El extranjero. Se identificaba con el poco sentimentalismo e intensidad con la que vivía el protagonista, de no llorar por la muerte de sus padres, de resignarse al presente y vivirlo sin esperanzas. «Todo sucede por una razón».

«Exceso de pasado, exceso de futuro, exceso de dolor» . Marcaba  bajo la mesa de su despacho los días sin llorar, como una reclusa, como lo ha sido siempre —quinientos cuarenta y tres días—. Estamos hechos de las decisiones que se toman en la vida y Cristina las erró todas: exceso de decisiones, se repetía. 

«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio», es la parte favorita del libro que tiene escrita en un papel y pegada con cinta justo al lado del lugar en el que marca los días sin llorar.

Oye unas llaves, su corazón se acelera, le golpea el pecho, su piel se eriza, los hombros tensos, el estómago cada vez más pequeño. Corre al salón, se peina un poco, espera que Felipe abra la puerta para saludarlo.

—Hola, preciosa.

—Hola.

— Muéstrame tu mejilla —toma su rostro con la mano derecha, le toca la barbilla con el pulgar —esto es porque te amo, lo sabes ¿no?

Cristina no responde.

—¿Lo sabes? —Sube la voz.

Cristina cierra los ojos y asiente mientras en su mente repite: «Todo pasa por una razón».

—Voy a dormir ya cené.

—Guardaré la comida y te acompaño a la cama.

 Cristina va al despacho corriendo y marca un día más: quinientos cuarenta y cuatro —exceso de pasado—.

De lunes a jueves Cristina intenta no molestarlo, hace lo que Felipe ordena, alista su ropa, comida y cosas que tiene que llevar para trabajar, no habla, no está. Su madre le enseñó el método de suspensión, así pudo soportar a su padre por cuarenta y siete años, hasta que al viejo le dio por morirse. 

El método de suspensión consiste en alejarse mentalmente, si no puede esconderse o correr, piensa en otras cosas, medita, sueña despierta mientras es usada como un saco de boxeo —exceso de futuro—.

A los minutos, los golpes dejan de sentirse, el miedo es solo al inicio, casi nunca puede recordar cómo termina, casi siempre inconsciente, casi siempre sangrando. Una vecina le recomendó unas pastillas para dormir. Su rostro cansado y con exceso de ojeras, las ganas de huir que ya empiezan a notar los extraños. 

El jueves despierta nerviosa. Por la noche tomó una de las pastillas para dormir y no escuchó la alarma del despertador. —¡El desayuno! —grita nerviosa, voltea la mirada y Felipe no está a su lado.  

Encuentra la cocina hecha un desastre, todo en el suelo, corriendo se dirige a la ventana para revisar si el coche sigue estacionado.

Siente que la toman del cabello y se derrumba, cae con un golpe seco al suelo. 

 —¡ No sirves para nada! Ya no quieres atender a tu marido. Por eso es que te hago lo que te hago.

Felipe se aleja y Cristina continúa en el suelo. Todo pasa por una razón, todo pasa por una razón, todo pasa. Escucha sus pasos cada vez más cerca.

—En las costillas no, por favor.

Y como si fuera una petición, siente una patada justo en ese lugar: el del dolor. Dos semanas han pasado de las seis que necesita para recuperarse, según indicaciones del doctor. —Todo pasa por una razón— A veces, el método de suspensión no funciona. 

Cristina en el suelo en posición fetal, el sonido de las llaves, los pasos, la puerta. Se arrastra, diez minutos para llegar a la habitación, no puede levantarse, con fuerza abre el cajón de su mesita de noche, toma el primer bote de somníferos: el que abrió en la noche para probar su efectividad.

Nembutal era el nombre de la pastilla. Luego de la recomendación de su vecina, buscó en diversas fuentes un medicamento eficaz para dormir y  soportar dolor. De casualidad llegó a un artículo sobre un suicidio asistido y trasmitido por la BBC de un hotelero multimillonario llamado Peter Medley.

«Deberás beberte el vaso entero; si no, sólo te vas a dormir, no te vas a morir», reseñaba el escalofriante artículo —exceso de futuro—. 

Junto a los botes de Nembutal guardaba una barra de chocolate para facilitar la digestión. Cuarenta y siete pastillas del mismo medicamento que tomó Marilyn Monroe el día de su suicidio. Un par de días antes de la compra vio por casualidad unas fotos de Marilyn en Twitter —todo pasa por una razón —. Hoy, 17 de abril, cumpliría cuarenta y siete años. Para morir dignamente, gastó quinientos cuarenta y siete euros, lo único que le quedaba de la pequeña herencia de sus padres.

—Todo pasa por una razón—. Toma de tres en tres, siente que la cubre una manta de sueño y pesadez. Madre, todo pasa por una razón, esta es la mía: Exceso de tiempo. 

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