Babosada y media sobre cine (IX)

Los ganchos lanzados por Rocky ya hubiese querido Tarantino construirlos con diálogo, aunque ninguno tenga jamás la sensibilidad de mi primera opción.

Una misión secreta, una matanza sin medida y el gancho que derrumbó al peleador invicto. Los ganchos lanzados por Rocky ya hubiese querido Tarantino construirlos con diálogo, aunque ninguno tenga jamás la sensibilidad de mi primera opción.

El agente topo (Maité Alberdi, 2020)

El planteamiento inicial es delirante: por medio de El Mercurio, diario chileno de circulación nacional, se convoca a adultos de entre 80 y 90 años para realizar un trabajo específico: infiltrarse en un asilo con el fin de descubrir si existe maltrato a los residentes. En el camino se le enseñará al improvisado agente a utilizar las nuevas tecnologías (cámara del celular, micrófono, whatsapp, facetime…) en pos de que pueda mantener contacto con el exterior. Es ficción, pensé, imaginando una sátira. Luego: no mames que es documental. El equipo de grabación tiene permitido estar dentro del asilo bajo la idea de que están realizando un producto más bien publicitario. Las autoridades del lugar no tienen ni la más remota idea de lo que se cuece. Es una locura. Si bien el tono thrilleresco del principio no tiene demasiada continuidad (y tampoco debería tenerla), el resultado es un producto que desborda honestidad y naturalidad. Cada personaje resulta entrañable a su modo: cuánta ternura, cuánta nostalgia, cuánto dolor. En un principio, el protagonista se oculta para mandar los informes, pero termina haciéndolo a la vista de todos. ¿Por qué? Porque nadie va a sospechar. La posibilidad de la locura está plenamente asociada a los personajes desde la perspectiva del cuidador. Cada quién sacará conclusiones propias respecto al abandono y la soledad en que pueden llegar a vivir los adultos mayores, y de eso dependerá qué tanto lo interpele. Gran, gran cosa.

The Hateful Eight (Quentin Tarantino, 2015)

Vale la pena echarse el plomazo que es la película con tal de llegar al final, donde Samuel L. Jackson, desde la cama, y Jennifer Jason Leigh, esposada a un cadáver, protagonizan el mejor diálogo de la película. El personaje de ella es memorable, robándole foco a Kurt Russell y todo aquél que se le pusiera enfrente; el de él no tanto, quizá porque en el imaginario siempre estará tan presente el monólogo pulpfictionesco, que todo parece un intento por emularlo. Leí en algún lado que The Hateful Eight es una gran película porque sabe burlarse muy bien de ella misma, y sí -el hecho de que le exploten la cabeza con un balazo a dos bandoleros, impidiendo así que pueda cobrarse la recompensa al dejarlos irreconocibles es un ejemplo de hasta dónde puede llegar-, pero híjole. Si Leila Guerriero decía que para ser cronista uno debe tener el egocentrismo de creer que lo que uno tiene por decir merece ser leído por los demás, acá a Tarantino le dio francamente lo mismo que su producto no fuese novedoso, original ni profundo. The Hateful Eight es lo que resulta si metes a una licuadora el tedio de Django Unchained y el desenfado de Inglourious Basterds, pero sin la brillantez de ambas. Hay, en el tramo final de la película, una metáfora en el hecho de que Samuel L. Jackson cuente una anécdota donde muestre su poder a partir de forzar a un enemigo a practicarle sexo oral, luego le vuelen los testículos de un balazo, quede convaleciente en una cama desde la cual funge de francotirador y, por último, al acabársele las balas, implore a su aliado que le preste una. El poder y amenaza de Jackson se centra en un símbolo fálico que pierde dos veces y sin el cual es, por supuesto, impotente.

Rocky II (Sylvester Stallone, 1979)

Esto es un capricho: es mi Rocky favorita, contra todo pronóstico y desafiando la lógica cinematográfica (los grandes logros se los reparten, normalmente, la primera y la cuarta). Me puse su final buscando mejorar las sensaciones que me dejó la insípida pelea del Canelo. Entendí que debo ponerme ese último round entre Apollo Creed y Rocky Balboa al menos una vez al mes. Rocky se lanza a golpear, conecta, pierde el equilibrio, cae. El referee empieza a contar. Uno, dos, tres, cuatro. Levántate. Cinco, seis, siete. Se levanta Apollo. Ocho. Se levanta Rocky. Nueve. Cae Apollo. Diez. La musiquita diegética, típica, que está más allá de cualquier noción de melodrama. El triunfo es esto. La victoria es esto. La gloria es esto, al menos hasta que vea al Cruz Azul alzar un título de liga.

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