“En casi todas las ciudades italianas que conozco ha habitado un instante o un rincón en el que he creído estar en el lugar más bello del mundo. El cielo violeta de Siena la noche del Palio, el atardecer en el Cannareggio, la cúpula de Brunelleschi sobre el cielo tormentoso de Firenze. En Roma me he quedado en suspenso. La multitud, los letreros, las calles, los monumentos, el peso de la historia, pero también los silencios, el perfume de las glicinas en un pasadizo poco transitado, una mujer leyendo a la puerta de su negocio de sombreros…Todo pasa delante de mis ojos mientras busco las palabras. Roma me espera siempre”
Blu Palinuro, Isabel Parreño
Tengo que confesar que cuando me enteré de que Ediciones Menguantes iba a publicar un libro que hablaba de Italia me invadió una sensación de felicidad, de querer tenerlo en ese mismo instante entre mis manos. Puede que fuera por el vínculo que tengo con el país, una conexión amorosa, y nada objetiva, derivada de un periodo de tiempo en el que pude vivir allí. Aquel pensamiento estaba sustentando en esa sensación tan maravillosa de reconocerte en lo escrito. De sentirte parte de algo. Finalmente, cuando pude leerlo, ratifiqué ese pensamiento.
Blu Palinuro (2021), escrito por Isabel Parreño, es una carta de amor a Italia. Basada en la búsqueda de la Italia que se esconde: pero no de aquella que vive en el margen del ojo turístico, sino de la que encuentra en sus lugares y representantes más paradigmáticos emociones escondidas y sentimientos de belleza y tristeza. Que dibuja desigualdades y contrastes. La Italia que crea postales universales.
En las líneas de Blu Palinuro, Isabel Parreño recorre Italia de norte a sur, y lo hace de una manera romántica. Se trata de una ruta por lugares como Venecia, la Toscana, Nápoles, Roma o Sicilia, entre otros, en los que habla de figuras como Dante, Petrarca, Thomas Mann, Pier Paolo Pasolini, Truman Capote, Pablo Neruda, Hugo Pratt o Elena Ferrante: “Me gustaría decir que hay un plan, que todo forma parte de una estrategia diseñada con habilidad y equilibrio. Pero no veo más estrategia que Italia. No existe más plan que la ausencia de plan. Recorrer Italia de arriba abajo, de un modo clásico, como hizo Goethe para saciar la nostalgia de sur; o buscar el norte, como hizo Garibaldi, unificando territorios reales y literarios”.
El viaje italiano de Goethe consagró de manera definitiva la percepción actual del país y Parreño, de alguna manera, continúa esa tradición. Attilio Brilli, en Il viaggio in Italia. Storia di una grande tradizione culturale, dice que “la historia del viaje a Italia es una ocasión de excepcional relevancia no sólo y no tanto en la historia del viajar, sino también por lo que se refiere al continuo enfrentamiento de culturas distintas que se exhiben y se comparan en el mudable curso del tiempo, en un escenario, por el contrario, ilusoriamente inmutable”.
Blu Palinuro – cuyo título hace referencia a la pedanía italiana del municipio de Centola y al nombre dado por Virgilio en la Eneida al piloto de la nave de Eneas – refleja un afán de la autora por establecer una conexión con todos los elementos que dan forma a esas ciudades italianas que albergan culturas y realidades distintas: su historia, su literatura y su cultura. Sus día a día. Sus rutinas.
Pero no sólo se trata de una ruta literaria. La filóloga hispánica parece crear de todo esos lugares un horizonte imaginativo con las escenas que se le aparecen ante los ojos. Consigue recrear los cánones de estética clásicos que todos asociamos a Italia, basados en la armonización del todo, a la vez que deja sitio a una sensibilidad hecha por contrastes luminosos, por la fragmentariedad del tiempo, por el gusto por lo indefinido y por lo oído y visto:
“Pensar en Ferrara es, por encima de todas las cosas, pensar en el tiempo detenido. Tiempo que se desliza como un río manso, como si sus habitantes estuvieran en posesión del secreto de los relojes” Isabel Parreño, al final del libro, nos sitúa lejos de Roma. En una tarde de noviembre y lluvia. Con la Grande Bellezza de Paolo Sorrentino en un cine desierto. Quizás, cuando veamos otra vez esta obra maestra, pensemos en algunos versos de su Blu Palinuro.