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Breve historia en discordia de una metamorfosis idílica

Ella lo sacaba de todos sus estándares y prejuicios. La conocía de hace un día, carajo. Y tan bonita, tan joven.

Abrió los ojos. ¿Qué día es? Ni siquiera los pájaros querían salir del nido. Sólo había dos, empollando y acurrucados. Eso debería seguir haciendo. Con cierta pesadez se levantó de la cama, se puso aquellos jeans desgastados y nada ajustados que tanto le gustaban, los zapatos y la blusa de siempre, cómodos. ¿Dónde está? ¡Ah!, la mochila de siempre, con las películas rentadas que tenía que regresar. Hizo una mueca cuando agarro la mochila con una mano y los VHS en la otra, de no ser porque cobrarían de más si no los regresaba a tiempo, no tendría que haber salido de la cama, en fin, algo saldría ese día para divertirse.

Caminó hacia la famosísima franquicia azul, entró, saludó como siempre y se perdió entre los pasillos, husmeando. Normalmente disfrutaba de la soledad y hasta le resultaba un poco incómodo cuando había alguien más en el pasillo; siempre pensó que las personas fisgoneaban para darse una idea de la personalidad, o gustos culposos de los demás, por lo que pudo percatarse al primer instante cuando una mirada pícara la asechaba. Se quedó quieta, quieta, preparándose para descubrir a quien estuviera de mirón. No le dio tiempo, un niño, de no más de ocho o nueve años le salió a brincos, los dos se sostuvieron la mirada, ella estaba un poco molesta, pero él le sonreía como si fueran los grandes amigos.

Para cuando el papá llegó, ya estaban sentados en el pasillo, con la libreta, las películas y otras cosas más regadas. Y así, apurándolo, el papá levantó al niño, la película que quién sabe si era esa o no la que rentarían y se dirigieron a la salida. Ella, dubitativa, se levantó rápido también, recogió sus cosas y quiso ir a pagar, (porque a eso iba, a devolver películas). Vio su libreta y se dio cuenta que no estaba el mentado autógrafo, -el que el niño le dijo que le daría, pues algún día sería reconocido en el cine- por lo que quiso apurarse más, pero entre la lentitud del cajero y demás, estaba perdiendo de vista al niño. Ni siquiera le preguntó cómo se llamaba. Libre al fin, lo alcanzó a ver, ya a unas calles de distancia. Corrió para intentar alcanzarlo, pero el ruido de unas llantas incapaces de frenar y un estruendoso golpe se lo impidieron. Cerró los ojos.

Abrió los ojos. Era una mañana más de oficina, qué tedioso, pensó, y apenas era mitad de semana. Se abrochó la corbata y llegó al corporativo, le esperaban muchas juntas y ruedas de prensa: qué agotador. En cuanto pudo se refugió en su oficina, donde estaba colgado un pizarrón blanco con una fecha seleccionada. Bueno, se decía, por lo menos pago mis gustos, ya me urge irme de viaje, carajo. Ya casi.

Abrió los ojos. La mayoría de las personas en el hotel estaban listas, empezaba a caer la tarde, y había estado retozando en las hamacas todo el día, pero, para eso eran las vacaciones, ¿no? Todos estaban muy emocionados porque, como sea que le quieran llamar, con ayahuasca, ya iba a empezar. Con bastante respeto, todos fueron acercándose al guía, quien dio las instrucciones precisas, y comenzó todo. Muchas lágrimas, muchas risas, muchas conversaciones, todos y nadie, demasiadas y ninguna, el viaje en el viaje. Regresaron a las recámaras para dormir, ella no sabía si aún continuaba el alucine, pero estaba fatigada, todo el tiempo, durante el ritual, no podía dejar de ver las llantas de un coche, las luces acercándose más y más, la presión piel vs lámina. Algo horroroso. Entre sueños, decidió jamás recomendar este tipo de experiencia a ninguno de sus conocidos o amigos, estaba exhausta y con mucho miedo. O eso pensó, pero la intriga la acompaño muchas horas después.

Abrió los ojos, se había quedado dormido en el avión, y le dio gusto haberlo hecho porque sus amigos venían en el relajo del mundo, y la gente se empezaba a incomodar.

Cerró los ojos. Quiso apretarlos lo más posible para sacarse los recuerdos de la noche anterior. Siempre le habían dado miedo los coches, y sus amigos y familia siempre se burlaban de ella por cruzar la calle tan insegura siempre. Pero estaba segura de que ahora tendría muchísimo más cuidado. Pretendía que ese viaje fuera para olvidarse de todo y todos, no para traer los nervios de punta, eso estaba reflexionando cuando un grupo de hombres jóvenes, llegó al lobby del hotel a registrarse.

Pensó que su tranquilidad se había arruinado, pero los siguió con la mirada y trató de averiguarlos mientras los observaba, sentía un poco de curiosidad. Imposible, parecían entrados en los treintas, y ella seguía en los primeros veintes, difícilmente encajarían en algún tema de conversación. Además, solo hombres, un poco sospechoso. Concluyó.

Él pensó que una escuincla sola era bastante raro. No podía dejar de verla, le resultaba familiar, quién sabe, como si la hubiera visto antes, esa nariz, sobre todo, algo extraña a su gusto, pero, ¿dónde?

Tampoco la podía ubicar en los perfiles de alguna conocida, amiga o mujer con la que hubiera salido antes. Decidió concentrarse en sus vacaciones.

El hotel ofrecía todo tipo de tours y amenidades, y al estar incluidos, las personas se inscribían en cuanto podían. Había una excursión en bote por algunas lagunas y después, a una selva. Tenían que estar listos a las cuatro de la mañana para poder lograr el itinerario. Fueron pocos los asistentes.

En una fila de la camioneta, con un vestidito y abajo el pantalón de la pijama y la mochila súper retro que tanto le gustaba, estaba ella. Quiso pasar desapercibida cuando vio que él se subió, solo, sin ninguno de los personajes con los que venía. Ella le quiso evitar la mirada, pero él, en shorts y definitivamente en menos fachas que ella, fue bastante insistente al buscarle la mirada, y se sentó, con su mochila, y una cámara grande que llamaba la atención. Era de madrugada. Toda la camioneta venía dormida.

Primera parada, el último pueblito antes de embarcar, así que el chofer despertó a los extranjeros que habían ido al tour y a ellos dos. Ella se quitó el pantalón lo más rápido que pudo y se acomodó el vestido que traía encima, que le llegaba a las rodillas, y se apresuró a salir. Él la estaba esperando abajo. No podía sacarse de la cabeza que era alguien conocida, hasta la seriedad con la que ella parecía dirigirse al mundo le resultaba familiar. Pensó que se lo llevaba la chingada porque no se podía acordar dónde, cuándo o cómo.

En vez de desesperarse, ambos continuaron platicando sobre qué los había hecho empezar ese viaje, qué les gustaba, que no, y el desayuno transcurría. Llegó el momento de continuar con el viaje y ya todos estaban subiéndose a la camioneta, así que ellos, interrumpiendo una plática que a ambos les pareció como si se la debieran desde hace mucho tiempo, ambos se apuraron a sacar dinero para pagar el desayuno, cuando ella intentó sacar su cartera, una libreta salió volando. Él estaba cada vez más enganchado de curiosidad, quería saber todo de aquella mujer joven, cada vez que la veía sentía algo de nostalgia por su juventud. No es que fuera viejo, pero se trataba de aquella época en la que él era igual de preguntón y creía que el mundo lo tenía en la palma de la mano. Y en realidad sí fue así. De niño rentaba películas; ahora las películas tenían su nombre. Pero ella lo sacaba de todos sus estándares y prejuicios. La conocía de hace un día, carajo. Y tan bonita, tan joven. Jamás sucedería algo entre ellos, qué iluso al siquiera planteárselo…

Ambos pasaron todo el tour juntos, poniéndose al tanto con todas las preguntas que querían hacerse, en la última laguna que visitaron, y donde concluía el viaje, ella iba sentada al frente de él. Y nada más, el atardecer, los colores naranja y morado llenando el cielo, algún pájaro de vez en cuando adornando el ambiente, y él, contemplando, fingiendo que tomaba fotos del paisaje, cuando en realidad el foco era ella. No aguantaba la curiosidad, estaba seguro, ¿o no? Imposible. Pero tenía que averiguar, quizá ya se estaba volviendo loco, pero tenía un recuerdo en específico que ella le provocaba cada vez que estaba cerca. Y así, sigilosamente, sacó de su mochila el dichoso diario, y leyó rápidamente el episodio de la ayahuasca, de cómo había alucinado un accidente de coche que él también recordaba, ella se dio cuenta, pero antes de poder reclamarle, él se lo regresó y le estiró las manos como pidiéndole que se tranquilizara, le tomó una mano, y después de estar un par de segundos en silencio, ella levantó una de él y le preguntó:

– A ver, ¿cuántos hijos vas a tener? Y el bufando, le sonrió cariñosamente y preguntó: – ¿Qué tienen que ver las manos? – No sé, pero creo que hay una película donde hacen eso.

Fue todo, de cómo se subieron a la camioneta, de cómo llegaron al hotel y de cómo amaneció, no se sabe nada. El viaje en el viaje en la recámara superó a la ayahuasca.

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