Camas

Las sábanas poco a poco le presionaban el cuerpo hacia el colchón, asfixiándolo. Rendido, vio que no tenía remedio ni escapatoria, esa cama lo había atrapado. Ahora era su prisionero y sólo quedaba entregarse a ella.

Un duro día de trabajo estaba finalizando ese viernes en la ciudad de San Martín. A pesar de ser su primer viaje a ese hermoso y complicado lugar pudo hacerlo sin ningún inconveniente. Estaban por ser las ocho de la tarde cuando el frío viento y las negras nubes comenzaron a amenazar con una tormenta, por lo que decidió cenar y buscar algún refugio para pasar la noche. 

Cenó en un restaurante de segunda mano que logró satisfacer muy bien su hambre. Acompañó la cena con el vino de la casa que le pareció bastante agrio, y mientras el mozo le servía, le recomendó varios lugares donde podría descansar esa noche. Lo que hizo que se gane una buena propina.

Una vez que salió del restaurante comenzaron a caer en forma de aviso junto con algunos relámpagos distantes las primeras gotas. Sin dudar un segundo apuró el paso para llegar a algún hotel. Iba en dirección hacia los lugares recomendados, pero terminó entrando en el primer edificio que se encontró más a mano. 

El hotel donde ingresó se llamaba Lainez, de no ser por la lluvia nunca se le hubiera cruzado por la cabeza entrar en un hotel como ese. Un edificio viejo y muy poco llamativo. El lugar, tanto por fuera como por dentro, era oscuro, si no fuera por la recepcionista que estaba en el mostrador casi parecía abandonado. La anciana de varias primaveras lo miraba con una sonrisa que daba una sensación de soledad. Ya había comenzado la tormenta y para evitar mojarse en ella, terminó quedándose ahí.

Pidió la habitación y sin perder un segundo fue a ella a poder descansar sus cansados pies. El dormitorio, al contrario del resto del edificio, era un lugar acogedor, con algunos detalles mínimos para mejorar, pero Manuel se sentía tan agobiado que al ver la cama simplemente se dio cuenta que era perfecto para él. Dejó los zapatos junto con su corbata y se comenzó a sentir más cómodo. Por la ventana se veía como iluminaban los relámpagos y se lograba escuchar el gran caudal de lluvia que caía, era un verdadero “aguacero”, como se lo había descrito un cliente más temprano ese mismo día.

La cama se veía muy antigua, la madera de varios años le daba una sensación de fragilidad, temía terminar durmiendo en el suelo. Cuando por fin se acostó todo ese pensamiento se borró de su mente. El colchón era tan apacible y cómodo que al cerrar los ojos podía sentir la sensación de volver a ser un niño que se acuesta en la inmensa cama de los padres. Se sentía seguro, como en casa.

No le costó dormirse. Cuando despertó en la mañana siguiente siguió con el sabor agrio del vino en su boca, ya eran cerca de las diez y advirtió que la tormenta había cesado. Por la hora que era había perdido el tren que lo regresaría; sin embargo, estaba tan bien descansado, con tan buen humor que no sintió preocupación alguna. Para volver sólo le quedaba la opción del tren de las dieciséis, lo que le daba tiempo para seguir durmiendo seis horas más, pensó. Y así lo hizo.

A las quince horas comenzó a sonar el despertador y de manera automática lo apagó sin intención de levantarse, ya se había pasado el desayuno y el almuerzo y Manuel seguía acostado con ese sabor agrio en la boca. Después de meditar en lo sucedido decidió levantarse, en ese momento advirtió que no podía mover su cuerpo, se encontraba paralizado. 

Fallidos fueron los intentos de poder mover alguna fibra de su cuerpo. Desde su interior comenzó a sentir un poco de desesperación. Intentó gritar para que alguien acudiera pero sus cuerdas vocales estaban apagadas, ni la boca podía mover. Estaba solo con su pensamiento, buscó alguna explicación lógica a lo que le estaba sucediendo. Supuso que al no estar acostumbrado a dormir tantas horas quizá sus músculos se habían dormido y en breve volverían a responder a sus órdenes. Pasaron los minutos y al no tener respuestas, las ideas en su cabeza comenzaron a preocuparlo cada vez más; era como si la cama lo tuviera atado a ella. Se encontró en un laberinto de sábanas que no lo dejaban ir. 

El miedo fue creciendo en su interior, la idea del lugar tranquilo completamente se había mutado, la cama era ahora horrorosa. Sus intentos de pedir ayuda eran en vano. Cada vez le fue costando más respirar, pensaba en el mozo y en por qué no le hizo caso en haber ido a otro lugar. Al final, más allá de las advertencias, uno termina dando por el camino fácil.

Manuel sentía como las sábanas poco a poco le presionaban el cuerpo hacia el colchón, asfixiándolo. Rendido, vio que no tenía remedio ni escapatoria, esa cama lo había atrapado. Ahora era su prisionero y sólo quedaba entregarse a ella.

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