Casas vacías: metáfora de un dolor indescriptible

“Casas vacías” de Brenda Navarro es poética -como debe ser la ficción- y real, cruda e intempestiva, como suele ser la vida. Una fotografía narrativa de uno de los momentos más tristes que vive México.

Mi biblioteca personal está llena de obras completas de escritores y escritoras que admiro y quiero, así como de recomendaciones que me han hecho. Con el avanzar del tiempo, poco a poco se han ido sumando libros que provienen de búsquedas personales. Una de esas inquietudes es ir haciéndome de libros de escritoras y escritores de mi generación (Millennial o Y, según las últimas convenciones) o cercanas a; una suerte de búsqueda de identidad global o de alimentar el sentido de pertenencia.

Casas vacías de Brenda Navarro (Sexto Piso, 2019) es parte de esta necesidad personal que busca otorgarle personalidad a mi biblioteca. Una novela que por su ritmo y extensión podría leerse en un día o un par de días -según el ritmo de cada lector-, pero que yo leí en una semana, debido a las responsabilidades laborales. Esta lectura, a diferencia de otras, la realicé a la par de un ejercicio que decidí emprender este año: llevar un diario de lectura, el cual me está sirviendo para ir vaciando las impresiones que me va generando la lectura al momento de terminar un capítulo o la meta impuesta para leer por día.

En ciento cincuenta y nueve páginas, Brenda narra la historia de dos mujeres: una es madre y no sabe si es buena o si merece serlo; la otra quiere ser madre, pero las circunstancias no se lo han permitido, así que hará hasta lo imposible por cumplir el deseo de convertirse en ello.

Cada madre es representada en el texto por un ritmo y tonalidad distinta. A la primera madre la caracteriza una narración fragmentada donde la ansiedad y desesperación siempre están presentes; mientras que la segunda madre es representada por una oralidad más extensa, repetitiva y violenta. Ambas madres, a pesar de pertenecer a un círculo socioeconómico diferente, tienen muchos vasos comunicantes o coincidencias entre ellas: una urgente necesidad de definirse a partir de ellas y no de otros: pareja, hijos, familia y sociedad. Dos mujeres que desean encontrar su lugar en el mundo; que no están conformes con sus decisiones amorosas ni con su presente. Dos mujeres que reflejan los extremos en que se encuentra este país, pero que sin duda convergen cuando de miedos e inseguridades se trata.

La novela refleja los miedos, las dudas e inseguridades propias de la naturaleza humana y que se disparan ante la noticia de ser madre o la imposibilidad de serlo. Un texto que busca romper tabús y poner sobre la mesa de discusión todo aquello que pueda significar ser madre. Si uno como individuo consciente se puebla de dudas ante el acto de vivir, no me imagino qué se sentirá saber que otra persona -más pequeña- dependerá de tus buenas o malas decisiones que tomes como madre -o padre- para forjar sus primeros años, esos en los que se crean los cimientos que mantendrán en pie al adulto del mañana.

Una novela que a través de Daniel/Leonel -el niño que se convierte en el coprotagonista presente/ausente de la historia- se habla de un tema tan doloroso y urgente para un país como México: las desapariciones forzadas. Daniel/Leonel es la gran metáfora de la novela y que se resume en un fragmento de la misma:

“¿Por qué les llaman desaparecidos y no se atreven a llamarles muertos? Porque los muertos somos los que los buscamos, ellos siempre, siempre seguirán vivos”.

Casas vacías es poética en muchos aspectos -tal y como debe ser la ficción- y es real, cruda e intempestiva, como suele ser la vida.

Brenda ha logrado hacer una fotografía narrativa de uno de los momentos más tristes que vive México; y también, de una u otra forma, nos recuerda que nadie sabe ser madre, padre o hijo e hija y que todos vamos aprendiendo sobre el camino y logramos ser a pesar de uno y del otro.

Casas vacías, una obra que busca, pienso, expiar el dolor de una nación en pos de una futura sanación.

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