El otro día tuve la oportunidad de acudir a la Filmoteca de Catalunya, ubicada en Barcelona, para ver la exposición Son les sis a tota la terra (Son las seis en toda la tierra), la cual celebra, junto con una retrospectiva de sus películas, el centenario del nacimiento del director Chris Marker. Aquí se explicaba su itinerario artístico a través de cortos, fotografías, guías de viajes de la colección Petite Planète, collages, libros o extractos de sus films. La crítica e historiadora de arte Christine van Assche, comisario de la exposición, ha definido de esta manera al artista: «Es escritor, novelista, poeta filósofo, resistente francés, editor, fotógrafo, viajero, explorador, cineasta, videógrafo, infógrafo, artista plástico, músico, investigador, archivista, apasionado por los gatos. Un experimentador y pensador increíble en el campo de la imagen, sea fotográfica, cinematográfica, de video o dibujada. Marker, que ha viajado infatigablemente de un continente a otro, es también un explorador de nuestro mundo cambiante».
«Marker vive en un mar de rumores, algunos creíbles, algunos inverosímiles. Las enciclopedias de cine informan de que Marker fue paracaidista durante la Segunda Guerra Mundial. Que es hijo de un soldado americano. Que nació en Mongolia. Que en realidad proviene de otro planeta, o del futuro, lo que –como escribía alguien- “le lleva a uno a pensar que la raza terráquea llegará a parecerse a Marker dentro de unos cuantos siglos”. Como en toda buena leyenda, los límites entre los hechos de su vida y la ficción resultan difusos. Su obra también desafía toda definición».
(Aaland, 2006, p.227)
La trayectoria y estilo de Marker
La trayectoria de Christian François Bouche-Villeneuve (1921-2012) ha sido considerada como una de las más importantes del cine europeo de las últimas décadas, en muchas ocasiones desconocida para el público general: «El más famoso de los cineastas desconocidos». Comenzó a trabajar en cine a comienzos de los años cincuenta, con un primer documental sobre los Juegos Olímpicos de Oslo de 1952 y trazó su camino alejado de la Nouvelle Vague, perteneciendo a la Rive Gauche (junto a Agnès Varda y Alain Resnais). Considerado como el padre del ensayo fílmico, obras como Lettre de Sibérie (1957) o Sans Soleil (1983) han creado escuela dentro del cine documental. Para la historiadora de arte Sandra Lischi, «toda la producción de Marker es un viaje que trenza magistralmente vínculos entre documental y subjetividad, carta personal y reportaje, la poesía con el ensayo documentado, la fotonovela con la fantasía política, realizando, de esta forma, vínculos entre medios y lenguajes».
Con un gran compromiso y activismo político, Marker estuvo muy ligado a la generación del 68. Codirigió, junto a Alain Resnais, Agnès Varda y Jean-Luc Godard entre otros, el documental Loin de Vietnam (1967) contra la intervención estadounidense en Vietnam. También creó y distribuyó los conocidos como cine-tracts, piezas mudas para llamar a la acción obrera como Le fond de l’air esa rouge (1977), un documental de cuatro horas de imágenes de archivo de la causa revolucionaria mundial de los 60 y 70 con la Cuba de Fidel Castro, la Francia obrera, Chile o Praga.
A partir de los años 90 realizó también trabajos para internet, que entendía como otro espacio más para la memoria. Concretamente, en 1997 creó Inmemory, un trabajo en formato Cd-rom diferenciado por diferentes temáticas: fotografía, guerra, poesía, memoria, viaje y museo. Como una especie de mapa y ventana digital a todo su universo personal.
Viajero en busca de la libertad
El carácter nómada de Marker y su militancia política lo llevaron a viajar por muchos de los países convulsionados por las huelgas, los movimientos sociales y los conflictos armados, como Cuba, Vietnam, Chile o su propia Francia. Una de sus primeras obras, realizada también junto a Alain Resnais, Les statues meurent aussi (1963) fue clave en la denuncia y crítica de la implantación del colonialismo en la cultura y en el arte de África. Estuvo prohibida por el gobierno francés durante diez años: «Cuando los hombres están muertos, entran en la historia. Cuando las estatuas están muertas, entran en el arte. Esta botánica de la muerte es lo que nosotros llamamos la cultura».
Siempre con una cámara en mano, viajó por Japón, África o Sudamérica para intentar retratar las múltiples y complejas realidades de los lugares, con una mirada reflexiva y políticamente activa. Llegó a ser redactor jefe de las guías de viaje Petite Planète, de la editorial Seuil, entre 1954 y 1964, una colección de ejemplares que se postularon como la antítesis de las famosas guías Michelín, con una concepción en contra de la homogeneización del viaje. Como una especie de collages, incluían tiras cómicas, películas, canciones, ilustraciones o poemas. Marker consideraba la colección como «cine falsificado». Estas guías, que ya parecían intuir el futuro del turismo, la gentrificación y la despersonalización de los lugares y las culturas que estaban por venir, denunciaban que «buena parte del mundo se perdía por culpa de nuestra tendencia a observarlo todo de la misma manera, condenándonos así a vivir encerrados en un círculo que se desplaza con nosotros […] no son guías, ni libros de historia ni folletos propagandísticos ni impresiones viajeras; son conversaciones con personas a las que nos gustaría escuchar porque son sensibles e inteligentes, y porque saben cosas insólitas sobre países adonde nos gustaría ir aunque solo sea con nuestra imaginación». De hecho, el número veinticinco de la colección estuvo dedicado a Marte.
Como dice el poeta Jaime Abad, «frente a una tradición occidental que ya desde sus orígenes, en lo más profundo de la caverna de Platón, desconfía de la imagen como copia de lo real, como reproducción siempre distorsionadora del mundo circundante, incapaz por tanto de dar verdadera cuenta de la esencia profunda que late bajo las apariencias, Marker, a través de todo su cine, articula una profunda meditación a partir de las imágenes y la fascinación que ejercen en nuestra memoria». En esta era digital en la que vivimos, en la que la imagen —vestida en muchas ocasiones de narcisismo y superficialidad— ha pasado a ocupar un primer plano, es reconfortante descubrir y hablar de una artista que ponía el arte por delante: firmaba sus obras con múltiples pseudónimos, de él apenas existen fotografías y no concedía entrevistas: era el hombre que se escondía detrás de un gato (por los que tenía una gran obsesión). De él, escribía el poeta y pintor Henry Michaux: «Hay que demoler la Sorbona y poner en su lugar a Chris Marker».
La Jetée: enigma y obra maestra
Para Abad, «el cine de Marker reclama un ojo atento, un visionado calmo, una reflexión que busca desenvolverse al margen de todo espectáculo, en una sociedad como la nuestra donde, como decía Guy Debord, todo se presenta como una inmensa sucesión de espectáculos». Esto es lo que se desprende de su obra La Jetée (1962), un cortometraje de veintiocho minutos montado a partir de fotografías fijas en blanco y negro, catalogado como obra maestra de culto que sirvió de inspiración para la película Doce monos (1995) del director Terry Gilliam. En él se plantea la necesidad de enviar a un hombre a través del tiempo con el objetivo de salvar la humanidad de las consecuencias de una Tercera Guerra Mundial. Cuenta la historia de un hombre obsesionado con una imagen, que cuando era niño vio un asesinato en el aeropuerto de Orly y que en el presente vive en una especie de apocalipsis, después de la guerra. La humanidad que ha sobrevivido se refugia en los subterráneos de Chaillot, entre viejas esculturas y ruinas. Ahí, unos científicos experimentan con la posibilidad de viajar en el tiempo para intentar salvar el presente. Al viajar al pasado el protagonista se pierde en sus recuerdos. Esta obra, con una profunda carga de lirismo y honestidad, supuso un punto de inflexión en el cine de ciencia-ficción, siendo una reflexión sobre los recuerdos a partir de las imágenes, con una belleza innegable de cada imagen. El periodista Carlos Reviriego escribía en la revista El Cultural que en La Jetée, «está contenida toda su obra: su talento y obsesión por borrar el tiempo de las imágenes para que sean simultáneamente pasado, presente y futuro: memoria y adivinación». Sus créditos la definen como una «novela fotográfica» y podría definirse perfectamente como una parábola acerca del significado de la existencia humana, sobre cómo es el paradójico proceso de sobrevivir a la intuición de nuestro propio final. Una especie de pesadilla lúcida.
«La Jetée, a primera vista paradójicamente, se ha convertido en un verdadero “clásico” del video arte. Los homenajes, directos e indirectos, las dedicatorias y citaciones son numerosas, en efecto, en el video arte de las últimas décadas. Una obra compuesta de fotografías fijas (si se excluyen las famosas imágenes centrales en movimiento), estructurada por una sucesión de imágenes estáticas, en blanco y negro, que se ha convertido en un texto-clave para aquellos que utilizan las nuevas tecnologías». (Sandra Lischi)
Marker nos hace pensar en la frontera entre lo real y lo virtual. En el fluir de las imágenes que vemos a través del tiempo. En la captación fugaz de un afuera impreciso que, sin darnos cuenta, se acerca a nosotros.
Somos pura invención /Cuestionamiento/La memoria es una falsa salvación /Se reconoce el presente por las profundas cicatrices /Constante descubrimiento/ Inevitablemente sumergidos en el olvido