A la memoria de Alfredo «Chango» Moreno
A Daniela Rebottaro
A Libia… Gallegos Martínez
Luego de que el 17 de abril de 1986 diera a conocer qué jugadores habrían de viajar a México para disputar el mundial de ese año, el entrenador de la selección argentina, Carlos Salvador Bilardo, reunió a los 22 hombres cuyos nombres incluyó en aquella lista. A sabiendas de lo exigentes que son el público y la prensa de su país, cuando tuvo frente a sí a sus convocados les dijo: “Muchachos, en la valija pongan dos cosas: un traje y una túnica. El traje es por si ganamos el Mundial, y la túnica es por si perdemos en primera ronda ¡y nos tenemos que ir a vivir a Arabia!”
El 29 de junio siguiente sus muchachos ganaron el mundial, ergo las túnicas fueron innecesarias, y los trajes no se usaron, pues a Maradona y a sus compañeros se les vio con ropas de paisano durante la recepción apoteósica que se les brindó en Buenos Aires a su regreso victorioso el día siguiente. En cambio, el que catorce años después terminó por colgar en el guardarropa su traje habitual para enfundarse en una túnica fue Bilardo, cuando aceptó dirigir a la selección de un país árabe, Libia, invitado por un hombre de 27 años, de nombre Saadi, que al tiempo que oficiaba de futbolista despachaba también como presidente de la federación nacional de futbol. No era que por una organización incipiente o por falta de recursos el directivo Saadi, además de sus tareas de oficina, tuviera que desdoblarse calzándose los tacos para meterse a jugar. Que Saadi desempeñara doble trabajo obedecía a que él hacía y deshacía en el futbol libio, con la venia de su padre: el todopoderoso Muamar Gadafi.
A punto de cumplirse el cuarto aniversario del derrocamiento del rey Idris I por obra de un grupo de militares encabezados por Gadafi, su esposa Safia Farkash daba a luz a Saadi en Trípoli el 25 de mayo de 1973. Nada más hacerse con el poder y autoproclamarse presidente del Consejo de la Revolución el 1 de septiembre de 1969, Gadafi anunció que convertiría a Libia en una república socialista islámica. Luego de su entronización formal como jefe del Estado en 1970, expropió las posesiones de los colonos italianos asentados desde la década de los 20 en las tierras más productivas. En 1973, año de nacimiento de Saadi, Gadafi estatizó el petróleo.
En abril de 1986 Saadi era un adolescente próximo a cumplir 13 años que para jugar con un balón contaba con una amplísima extensión: las más de 7 hectáreas de la residencia familiar, un complejo fortificado, provisto de piscina y hasta zoológico, conocido como Bab al Aziziyah. Por esos mismos días en Argentina el doctor Bilardo tenía que anunciar quiénes habrían de acompañar a Maradona en el Mundial que arrancaría en junio. Muchas eran las especulaciones sobre quiénes serían esos 21, y por eso la víspera del anuncio a Bilardo lo bombardeaban desde las redacciones de los periódicos e incluso desde la presidencia del país. Así pasó Bilardo aquellas jornadas, “con la prensa en contra, la gente en contra, el gobierno en contra, incluso el futbol en contra”, dice el locutor Víctor Hugo Morales en el documental La historia detrás de la Copa, producido y dirigido por Christian Rémoli, auxiliado en el guion por Ariel Scher y Gustavo Dejtiar.
A Bilardo las críticas del diario Clarín no lo sorprendían: el rotativo llevaba más de veinte años, desde los tiempos en que Bilardo era jugador de Estudiantes de La Plata, tratándolo peor que a muñeco budú. “A mí me pisaban, ¡me pisaban!”, recuerda Bilardo. Mientras, en el centro del poder, la Casa Rosada, tras los malos resultados de la selección en giras de preparación urdían su descabezamiento: “en el gobierno pensaban que lo mejor era un cambio de conductor”, escriben Gustavo Dejtiar y Oscar Barnade en su libro 1986. La verdadera historia.
Bilardo ha dicho que el 10 de abril, a través de un mesero que “escuchó hablar a políticos prominentes”, se enteró de que “había intenciones de destituirlo”. “Un mesero, un mozo, que escuchó que me querían sacar”, dice Bilardo en el documental ya mencionado, en el cual también se oyen las palabras del que era secretario de Deportes de la Nación, Rodolfo O’Reilly, quien reconoce que en una reunión privada en su casa el presidente de la república, Raúl Alfonsín, le preguntó: “¿Cuándo lo vas a echar a Bilardo?”. El ministro respondió que no tenía manera de remover al timonel. Pero como pasaban los días y Bilardo continuaba al frente de la selección, el presidente insistía. “Cada tanto me preguntaba lo mismo”, dice O’Reilly. Es entonces cuando Bilardo declara: “ya no me tiran con piedras, sino con adoquines”.
A los que por esos mismos días, mediados de abril del 86, les tiraban mucho más que piedras y adoquines, era a Saadi, a su padre, al resto de la familia y a la población de Libia: la noche del martes 15, aviones de la fuerza aérea de Estados Unidos bombardean Bab al Aziziyah. En mensaje televisivo el presidente estadounidense Ronald Reagan dijo que se trató de un “ataque preventivo”, con el que pretendía “mermar la capacidad de exportar el terror” del régimen libio, al que responsabilizó de haber perpetrado diez días antes un atentado en la discoteca Le Belle, en Berlín occidental, muy frecuentada los fines de semana por soldados norteamericanos, en el que murieron dos milicianos y una joven turca mientras que otras 229 personas resultaron heridas, 30 de ellas de gravedad.
Las bombas estadounidenses cayeron sobre Bab al Aziziyah cuando los Gadafi ya habían salido de la residencia para esconderse en un refugio. El patriarca fue avisado del bombardeo minutos antes vía telefónica por el primer ministro italiano, Bettino Craxi. Por esa alerta proveniente de Roma la operación militar no logró su objetivo: matar a Muamar Gadafi. Pero las que sí murieron fueron aproximadamente 100 personas, entre ellas 36 civiles, una de las cuales, según lo publicitó el gobierno libio, era una hermana adoptiva de Saadi: Hanna, de 15 meses de edad.
Debutantes por lo regular cuando rondan los 20 años, los futbolistas suelen alcanzar la plenitud de su rendimiento hacia los 27. Es entonces cuando la mayoría toca la cresta de la curva elíptica que termina por dibujar, a veces más larga, a veces más corta, toda trayectoria deportiva. Pero cuando se es hijo de Muamar Gadafi bien se puede debutar a los 27, sin la molestia de tener que demostrar que se esté en la cima de la competitividad, y hacerlo, además, en el equipo más popular: Al-Ahly Sporting Club de Trípoli, fundado el 19 de septiembre de 1950, al año siguiente de la independencia nacional, en los albores del reinado de Idris I, el monarca al que destronó Muamar Gadafi cuando tenía precisamente 27 años.
La predilección manifiesta de Saadi por Al-Ahly se hizo ostensible desde aproximadamente un lustro antes de que se incorporara al equipo como jugador. Su favoritismo de hincha desencadenó en 1996 un brote de descontento social que cimbró al régimen de su padre. El periodista Ferrán Sales calificó aquel episodio como “el estallido de cólera más importante y preocupante que se ha registrado en Trípoli, desde que en 1969 se estableció en este país la Jamahiriya —Estado de las Masas— a la cabeza de la cual se colocó Gadafi, el Guía de la Revolución”. Sales relata que cuando estaba por finalizar un derbi de Trípoli “el árbitro dio por válido un gol marcado de manera irregular por un delantero de Al-Ahly, favoreciendo así el equipo preferido de Saadi, uno de los hijos de Gadafi, presente en el estadio”. Continúa Sales:
«La ira de los espectadores fue atajada a tiros por la policía y la guardia personal de los hijos del líder libio. Pero ni los disparos ni los muertos —se especula con medio centenar de víctimas— pudieron silenciar los gritos de protesta de millares de espectadores, que como una tromba ocuparon primero el terreno de juego y después algunas calles céntricas de la ciudad destrozando e incendiando tiendas y vehículos, mientras insultaban e injuriaban al mismo tiempo al árbitro y al Gobierno».
A pesar de que Saadi desde niño era su más influyente seguidor, Al-Ahly perdió su hasta ahora única oportunidad de resonar en el concierto futbolístico africano porque el coronel Gadafi así lo quiso. A pesar de su campaña exitosa en la Recopa de África de 1984, en la que se ganó un lugar en la final tras eliminar en penaltis al Canon Yaundé de Camerún, Al-Ahly no se presentó a jugar el partido por el título porque Gadafi prohibió que el equipo verdiblanco de la capital se enfrentara en el encuentro decisivo a un equipo de nombre idéntico, Al-Ahly (que significa El Nacional), pero de El Cairo, Egipto. A la distancia no queda claro el motivo, porque si bien la relación con su homólogo egipcio Hosni Mubarak había estado atravesada por fuertes tensiones e incluso acres señalamientos, desde mayo de aquel año Gadafi buscó amistarse con su vecino del este. Pero lo cierto es que finalmente El Nacional y El Nacional no se midieron. En remplazo de la oncena tripolitana fue llamado al compromiso el Canon Yaundé por haber sido semifinalista. Nunca Egipto le debió tanto a Gadafi: aquella edición de 1984 fue la primera de las cuatro veces que los Red Devils de la ribera del Nilo ganaron la Recopa, torneo cuya última edición fue en 2003 y del que son el máximo ganador histórico.
Que su padre le haya infligido semejante daño deportivo al populoso club conocido también como Al-Zaeem (El Jefe) no iba a ser óbice para que Saadi se sumara a su plantilla. Eso no suscitaba ni estupefacción ni perplejidad. Lo que repicaba en el ambiente era una pregunta: si Saadi era tan seguidor del futbol desde mucho tiempo atrás ¿por qué no exigió sino hasta la edad de 27 que lo convirtieran en futbolista? La respuesta parece estar en la inminencia del arranque de las eliminatorias rumbo al mundial Corea-Japón 2002. Como el sueño de jugar un mundial, que compartimos millones en el mundo, tratándose de un Gadafi resulta menos delirante, a Saadi se le ocurrieron dos cosas.
La primera: ponerse en condición de posibilidad de ser convocado a la selección nacional mediante su registro en un club profesional —ya sabemos, Al-Ahly— para así afiliarse a la Federación Libia de Futbol, y con ello, de manera derivada, quedar incorporado a la Confederación Africana de Futbol (CAF), lo que por vía de consecuencia le permitía participar en competencias organizadas por la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), dueña de los derechos sobre la Copa Mundial.
La segunda: traer a un entrenador capaz de lograr que Los Caballeros del Mediterráneo —apelativo del representativo nacional— consiguieran por primera vez llegar a un mundial. Eran 50 las selecciones africanas que buscaban ir a la Copa del Mundo de 2002, la primera que habría de celebrarse en un continente que no fue ni Europa ni América. El reto era grande: sólo había cupo para una décima parte de los aspirantes.
Fue entonces cuando alguien —se dice que Raúl Alfredo “Lalo” Maradona, hermano de Diego Armando— le consiguió a Saadi el teléfono del doctor Carlos Salvador Bilardo.
“Un funcionario del gobierno de Libia se contactó conmigo para hacerme una oferta que me sorprendió: ser el técnico de la selección de ese país. En un primer momento, rechacé la propuesta. Al otro día, me volvió a llamar y me dijo que tenía dos pasajes abiertos en la aerolínea Swissair, porque Gadafi hijo quería conversar conmigo”, relata Bilardo.
Fue así como acompañado de Miguel Lemme, del preparador físico Eduardo Rafetto y de su entrañable amigo desde que jugaron juntos en Estudiantes, Eduardo Luján Manera —que dirigió en México al Necaxa—, Bilardo acabó por ponerse la túnica.
Ya instalado en Trípoli, al doctor había que hacerlo sentir de maravilla para que diera con la receta que condujera al mundial. Y para eso había que hacer lo que fuera, anticiparse a sus deseos, interpretar cualquier palabra suya como una orden. Su asistente Lemme lo ilustra con una anécdota. Resulta que cuando Bilardo y sus colaboradores fueron a visitar las oficinas de la federación de futbol, el entrenador manifestó su conformidad. Le parecieron adecuadas, suficientes. Pero como en un comentario al margen manifestó “lo lindo” que le parecía el edificio vecino, “plagado de oficinas de petroleras extranjeras”, Saadi mandó sacar a las petroleras de las oficinas que ocupaban e instaló ahí a la federación. “Tomó un piso para la presidencia y otro para las selecciones”, recuerda Lemme.
En la primavera del 86, cuando Bilardo se tambaleaba en el cargo de entrenador nacional argentino, sus muchachos compusieron un cántico para mostrarle su apoyo, para bancarlo, como dicen en Argentina. “Borombombóm/Borombombóm/Es el Equipo/Del Narigón”, rezaba la tonadita, alusiva a la prominente pirámide nasal del director técnico. Entonado por miles de gargantas, con Maradona como primera voz, el Borombombóm se escuchó en la Plaza de Mayo, el lugar por antonomasia de las “demostraciones colectivas” en Buenos Aires, durante los recibimientos masivos a la selección tras sus éxitos mundialistas del 86 y del 90. En aquella primavera de 2000 estaba por verse si otro Equipo del Narigón, el combinado saharaui, conseguía aprobar el primer examen de la eliminatoria africana, en el que debía enfrentar a la selección de Mali en dos partidos a visita recíproca en abril.
Ataviados con camisetas de un verde que contrastaba con los tonos arenosos que acaparan los paisajes de su tierra, los muchachos de Bilardo se impusieron como locales en el primer encuentro el 9 de abril por marcador 3-0. Luego de un recentro desde la izquierda, Jehad Muntasser —que tres años antes había tenido un breve paso por el Arsenal de Londres— se vio solo frente al portero en el área chica, tuvo calma para definir y con un toquecito con parte interna marcó el primer gol. Ahmed Farah Al-Masli hizo el segundo al capitalizar un madruguete, y Khaled Ramadan Mehmed anotó el tercero aprovechando una salida precipitada del arquero. En el cotejo de vuelta disputado el 23 siguiente en Bamako, Faisal Bushaala abultó la diferencia al marcar el cuarto tanto libio.
Con semejante ventaja el primer escollo en el camino rumbo a la Copa del Mundo parecía allanado. Pero igual que como le ocurrió en los partidos de cuartos de final y final del mundial de México 86, a Bilardo se le complicó la cosa: en el segundo tiempo los malienses anotaron en tres ocasiones.
Si se consumaba la remontada no habría túnica que protegiera a Bilardo de la ira de Saadi ni tampoco de la más temible, la de su padre. En Trípoli la única túnica que lo estaría esperando sería la del uniforme carcelario de la prisión de Abu Salim, donde cuatro años antes, el 28 de junio de 1996, el régimen de Gadafi masacró a más de 1 200 internos y desapareció sus restos, aunque en aquel momento la espeluznante noticia aún no había trascendido, pues el mundo lo supo hasta 2001. Para colmo en Mali no había, como no hay, un domicilio que opere como sede diplomática argentina: el embajador en Bamako es concurrente, despacha lejos, desde Abuya, la capital de Nigeria.
Con los malienses a punto de empatar y volcados al acecho del arco de sus dirigidos, esos minutos angustiantes, a buen seguro, no fueron para Bilardo una primavera árabe.
Pero la igualada finalmente no llegó y Libia accedió a la segunda fase. Saadi Gadafi no jugó ni un solo minuto en ninguno de los dos encuentros.
Logrado el objetivo de avanzar a la siguiente etapa, Saadi le ofreció a Bilardo continuar en su cargo. Pero el doctor declinó. Ni siquiera los frutos monetizados de la riqueza petrolera lo hicieron cambiar de parecer. Era hora de quitarse la túnica, enfundarse de nuevo en su característico traje y volver a Buenos Aires.
Ya sin Bilardo, Saadi y los suyos quedaron en el último lugar del grupo que compartieron con Camerún, Angola, Zambia y Togo. De los 8 partidos que disputaron, no ganaron ninguno, perdieron 6 y empataron 2.
Así como en El Cairo, al igual que en Trípoli, existe también un Al-Ahly, hay otro más en Bengasi, la segunda ciudad más poblada de Libia. Los Al-Ahly libios mantienen entre sí una fuerte rivalidad, entre otras cosas, porque los aficionados de uno y de otro no admiten que pueda haber dos equipos que se reputen desde su denominación como el equipo Nacional de una misma nación. Según el testimonio de un exfutbolista que jugó en los años 60 y 70 publicado en el diario inglés The Guardian, Saadi llevó al extremo su inquina contra el Al-Ahly bengasí presionando a árbitros para que le marcaran en contra. La misma publicación refiere que el 20 de julio de 2000, tras un partido en que el Al-Ahly de Saadi fue favorecido por dos penaltis “descaradamente equivocados” más un gol en fuera de lugar, aficionados bengasís manifestaron su repudio vistiendo a un burro con una camiseta con el número de Saadi. El siguiente 1 de septiembre, aniversario 31 de la llegada de Gadafi al poder, “excavadoras destruyeron el campo de entrenamiento y las oficinas del club de Bengasi”. Un empleado del club declaró: “Todos nuestros registros, nuestros archivos, nuestros trofeos y medallas fueron destruidos”.
El régimen del coronel Muamar Gadafi no permitía la existencia más que de un único partido político: la Unión Socialista Árabe. Pero en lo que no pudo imponer unanimidad, porque no puede haber partidos si no hay dos equipos contendientes, fue en el futbol. Y por eso toleró que Al-Ahly de Trípoli siguiera enfrentándose a su adversario citadino, Al-Ittihad, el que hasta la fecha sigue siendo el que más campeonatos de la Liga libia ha cosechado (17), seguido de Al-Ahly (12).
Luego de su primera temporada como futbolista profesional, de cara al ciclo 2001-2002 Saadi abandonó Al-Ahly para cruzarse a la vereda de enfrente: convirtió a Al-Ittihad en su nuevo equipo. Y para que quedara claro que era su equipo más que en el habitual sentido futbolístico de la expresión, se hizo nombrar presidente del club. Permaneció en el conjunto rojiblanco dos años, hasta que decidió que era hora de llevar su futbol hasta la otra orilla del mediterráneo.
En 1911 el territorio de la actual Libia fue invadido por el reino de Italia. Luego de un año de enfrentamientos con milicianos del Imperio otomano, que hasta entonces la había controlado, Libia se convirtió en dominio italiano, pero guerrilleros nativos no se rindieron sino hasta 1931, cuando tropas enviadas por Benito Mussolini al mando del general Rodolfo Graziani lograron capturar y después ejecutar al líder de la resistencia, Omar Al-Mukhtar, luego de que aviones italianos lanzaran sobre territorio libio el primer bombardeo aéreo de la historia de la humanidad. Formalmente declarada provincia de la Italia fascista a partir de 1939, Libia se convirtió en nación independiente 10 años después.
Transcurrido más de medio siglo desde la independencia, Saadi quería invertir la historia: ansiaba conquistar Italia. Bueno, si no conquistarla, al menos ser el primer libio en hacerse de un lugar dentro de su futbol. Quizá le parecía poco ser un laeib kurat qadam (futbolista, en árabe) y por eso anhelaba ser recordado como todo un calciatore. Para conseguirlo era imperativo quitarle la túnica y recubrir sus 180 centímetros de estatura con alguna de las 18 camisetas de la Serie A. Qué mejor momento para que su padre, que había expropiado los bienes de los colonos italianos nada más llegar al poder, le devolviera a Italia una parte de lo quitado.
La república islámica y socialista que Gadafi instauró en Libia resultó ser tan pero tan socialista que el periódico Los Ángeles Times calculó en 2011 que el patrimonio del coronel rondaba los 200 billones de dólares, mientras que la revista Forbes aclaró que no lo incluía en el ranking global de las personas más acaudaladas que anualmente publica porque semejante riqueza derivaba en gran medida de su posición de poder. Incluso tres años después de la muerte de Gadafi, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) seguía considerando a su viuda, Safia, la madre de Saadi, como “poseedora de una considerable fortuna personal”, tal como lo hizo en 2014 en el marco de las acciones mandatadas por la resolución 1970, aprobada en febrero de 2011 durante la sesión 6491 de ese órgano.
¿Para qué se quiere el dinero si no es para darle gusto a los hijos?
Fue en una ciudad italiana, Perugia, durante la Baja Edad Media, donde un jurista nacido ahí e insigne profesor de su Universidad, Baldus degli Ubaldi —probable ancestro de Martín Félix Ubaldi, mediocampista surgido de Newell’s Old Boys, que jugara en México, entre otros clubes, para dos universitarios: los Pumas de la UNAM y los Tigres de la UANL— le imprimió al Derecho mercantil los rasgos básicos que conserva hasta la actualidad. Padre de la letra de cambio, el más antiguo de los títulos de crédito, Ubaldi elaboró la primera doctrina de las relaciones jurídicas entre comerciantes, contenida en su obra Summula respiciens facta mercatorum. No es de extrañar: Perugia está enclavada en el corazón de la península, lugar de paso de todas las rutas comerciales.
Del agudo sentido dell’arte della mercanzia desarrollado por los habitantes de la ciudad iba a dar muestra su equipo de futbol a principios del tercer milenio.
Al comienzo de la temporada 1991-1992, la Associazione Calcistica Perugia Calcio “se encontraba en dificultades de recapitalización”, tal como se lee en el sitio web del club biancorrosso. Para hacer frente a la difícil situación económica, el 7 de noviembre de 1991 Luciano Gaucci asumió la presidencia en sustitución de Elvio Temperini. Luego de más de doce años capoteando vendavales económicos al frente de la institución, para el verano de 2003 un desesperado Gaucci buscaba meter dinero a las arcas del club por cualquier vía que permitiera mantener las cuentas a flote. Fue entonces que decidió la contratación de un treintañero: Saadi. Porque en vez de que a él se le pagara un salario, Saadi iba a pagar por jugar. Impulsor del comercio, Ubaldi habría aplaudido semejante intercambio.
No estaba proyectado que Saadi inyectara mucho futbol al funcionamiento de aquel Perugia que tenía como referente de ataque a Fabrizio Ravanelli, nativo de la ciudad, que volvía esa temporada al terruño para ponerle fin a su carrera. Pero lo que sí iba a inyectar Saadi era una generosa cantidad de liras, al tipo de cambio de los dinares provenientes de una república que seguía reputándose socialista y en la que su padre ya se había despojado de cargos que suenan tan vulgarmente burocráticos como los de jefe de estado, presidente o secretario del congreso: para entonces Muamar Gadafi hacía que lo llamaran Hermano Líder y Guía.
Con el Perugia Saadi iba a imponer un récord. No el de goleo individual ni el de partidos ganados, tampoco el de títulos conquistados, sino el nada honroso de ser sancionado sin siquiera haber jugado: dio positivo en un control antidoping no obstante no haber visto minutos en partido alguno. Por haber sido convocado como suplente para el encuentro que su equipo empató 0-0 contra el Reggina el 5 de octubre de 2003, Saadi “tuvo la desgracia de ser invitado también a orinar en un frasquito”. Los análisis arrojaron que se había suministrado un derivado de nandrolona.
Purgado su castigo disciplinario, se le presentó la oportunidad de conseguir el ansiado debut en la Serie A, con 31 años, nada menos que contra la Juventus de Turín, equipo por el que Saadi ya había pasado, no como integrante de su alineación pero sí de su consejo de administración. A través de Lafico (Libyan Foreign Investment Company), la compañía de inversiones extranjeras del Estado libio, Saadi llegó a controlar el 7.5 por ciento de las acciones de la vecchia signora —aunque su intención era comprar el 20%—, que lo convirtió en el segundo mayor accionista de la entidad, sólo detrás de sus dueños históricos: la familia Agnelli.
A fin de no incurrir en conflicto de intereses que pudiera impedirle aparecer por fin entre los once del Perugia, Saadi tuvo que desprenderse del asiento que ocupaba en la directiva del club de las strisce bianche e nere. Con su atención puesta ya al 100 por ciento en el conjunto perusino, el 2 de mayo de 2004 Saadi no cabía de nervios sentado en la banca mientras aguardaba a que el técnico le dijera algo así como “Gadafi, vas a entrar”. En esas estaba Saadi cuando de repente apareció en el graderío una sábana blanca, como la de las túnicas, pero extendida y con letras rojas pintadas con aerosol para que su hechura pareciera obra de los aficionados, que transmitía el clamor —es un decir— por el ingreso de Saadi al campo de juego del estadio Renato Curi, bautizado así en honor de un jugador del Perugia que a los 24 años de edad murió súbitamente sobre esa grama en un partido disputado precisamente contra la Juventus el 26 de noviembre de 1977. “E´l’ora di Al Saadi”, se leía en la manta desplegada en la tribuna.
Quizá por presiones de la dirigencia o por insistencia del resto de sus jugadores —a los que Saadi prometió obsequiarles 50 automóviles compactos, según información publicada en la revista inglesa Four Four Two— o probablemente porque nunca jugó futbol profesional —venía de ser profesor de primaria— el entrenador Serse Cosmi quiso evitarle a Saadi la frustración de no saber cómo se respira el futbol estelar desde adentro del rectángulo, y por eso, cuando faltaba un cuarto de hora para il finale della partita, en sustitución del inglés Jay Bothroyd ingresó a la cancha el camiseta ‘19’, que así pudo codearse, entre otros futbolistas de la élite mundial, con Alessandro del Piero, Pavel Nedved, David Trezeguet y Ciro Ferrara, el gran amigo de Maradona en el Napoli, que abandonó el partido expulsado justo en el minuto en que Saadi entró.
Aun no se hacía el cambio de Saadi cuando cayó el único gol de aquel partido, que no fue de la Juve, habitante sempiterna de la cumbre de la tabla de posiciones, sino del sotanero Perugia. A poco de iniciar el segundo tiempo, Ravanelli, de tantas canas prematuras como goles en su haber, batió a Gianluigi Buffon mediante un zurdazo luego de recibir el balón de espaldas a la portería. El Capa bianca, que había debutado 18 años antes en el Perugia pero que dio a los piamonteses la Champions 1995-1996 gracias a un gol suyo en la final que él se fabricó solo y que metió casi sin ángulo, le marcaba a su exequipo de regreso en su club primigenio. Los tres puntos obtenidos gracias ese tanto y al aporte de los dos toques y sólo dos que Saadi dio al balón esa soleada tarde —así lo consigna la nota de espn, en la que se asegura que esa fue “exactamente” la cantidad de intervenciones que tuvo— no fueron suficientes para que al final de esa única stagione en que Saadi militó en sus filas, Il Grifone perdiera con la Fiorentina la promoción por el descenso a la Serie B.
Dos años antes de zarpar para alcanzar la costa italiana, Saadi se casó. Su boda resulta parangonable a una de las que se narran en Las mil y una noches. Porque en el libro clásico de la literatura árabe se cuenta que enterado del enlace de su hijo Kamaralzamán con Hayat-Alnefus, el rey Armanos dispuso que se organizara “una fiesta sin precedentes en la ciudad y en palacio”. El casamiento de Saadi, celebrado el 14 de junio de 2001, no desmereció en comparación con el de Kamaralzamán. Contó también con la presencia de un rey, no Armanos pero sí Armando: Diego Armando Maradona, el rey del futbol.
Guillermo Coppola —entonces mánager de Maradona que años después grabó una película autobiográfica a la que puso por título El representante de D10S— ha dicho en programas televisivos que el crack se llevó un chasco al advertir que, en contra de la lógica de la costumbre, el padre del novio no se presentó al festejo. Y para colmo al convite no fue invitada ni una sola mujer, ellas celebraban aparte, mientras que los varones —“todos con túnicas blancas, y sólo dos tipos de traje, que éramos él (Maradona) y yo (Coppola)”— bailaban entre sí y además comían directamente de un mismo plato, enorme como una inmensa paellera. Fastidiado, el Diego le dijo a Coppola: “¡Vámonos!”.
Pero al intentar irse de la boda —dice Coppola— “nos meten arriba de un auto”. Nada más avanzar 500 metros, los dos argentinos fueron conminados a bajar y luego llevados a caminar sobre una alfombra roja que desembocaba en una gran carpa, iluminada con luz tenue, cuya cortina se abrió para que fueran presentados a su ocupante: el coronel Gadafi.
Luego de que conversaron amenamente gracias a un traductor y de que Maradona rezara una oración frente a la cuna que le dijeron que había sido de Hanna, la media hermana muerta de Saadi, cuando estaban por abordar un auto que los llevaría de regreso a la fiesta Maradona le dijo a su representante: “Guille, pedíle (a Gadafi) la pilcha (la túnica)”. Tres minutos después, el ‘10’ la llevaba como souvenir.
De la conclusión de Coppola se desprende que lo que nunca pudo la Armada de los Estados Unidos sí lo pudo un solo hombre: “Diego Armando Maradona dejó en bolas a Gadafi en el desierto de Libia.
Si en alguna región de Italia la nacionalidad de un futbolista levantó polvareda, y no por motivos chauvinistas o por pulsiones xenófobas, fue en Friuli, al noreste. En el verano de 1983, cuando llevaba apenas dos años en vigor la readmisión de futbolistas extranjeros en la Liga del país —luego de que a partir de 1966 y hasta 1981 estuvo vedado el arribo de foráneos— se planteó dar marcha atrás a la política de apertura. La federación italiana de futbol, presidida por Federico Sordillo, se manifestó a favor de un nuevo cierre de fronteras bajo el argumento de que era necesario poner un tope a las transferencias internacionales, que en tiempos de crisis económica habían alcanzado montos estratosféricos. Pero en Friuli no se le interpretó como el anuncio de una medida general sino como una norma privativa dirigida a impedir que se incorporara al equipo más representativo de la región y segundo más antiguo de Italia, el Udinese, el jugador más virtuoso del mundo en esa época: Arthur Antunes Coimbra, “Zico”, el Pelé Blanco.
La vena secesionista de los habitantes de Udine y de todo Friuli se inflamó cuando supieron que desde la entidad regidora del calcio se pergeñaba semejante ardid con el nefando propósito de impedir que la estrella carioca, el máximo ídolo del club con más hinchas en el mundo, el Flamengo de Río de Janeiro, se vistiera de cebra con el uniforme del Udinese, a rayas verticales blancas y negras, parecido, si no es que idéntico, al de la Juventus (aunque en aquel tiempo la squadra friulana usó diseños muy diferentes, uno parecido al del Ajax de Ámsterdam, si bien con sus colores tradicionales).
El pueblo de Friuli se volcó a las calles para amagar con que si no se daba marcha atrás a la decisión de prohibir la llegada de Zico exigirían que su provincia se separara de Italia y volviera a formar parte de la vecina Austria, integrante como lo fue Friuli del imperio austrohúngaro hasta la primera guerra mundial.
En medio de una atestada Piazza Venti Settembre —nombrada así en celebración de la fecha de la toma de Roma de 1870, que marcó la unificación italiana— el 4 de julio de 1983 apareció sobre las cabezas de los miles de manifestantes un cartel que con tres palabras resumía la terminante exigencia de los tifosi friulanos: “Zico o Austria”.
Para solucionar el diferendo y evitar el cercenamiento del territorio tuvo que intervenir el presidente de la república, Sandro Pertini, mediante una declaración televisiva en la que dijo que le gustaría ver jugar en las canchas italianas a Zico y a un compañero de éste en la selección brasileña, Toninho Cerezo, que había sido contratado por la as Roma proveniente del Atlético Mineiro de Belo Horizonte.
El 23 de julio la junta ejecutiva del Comité Olímpico Italiano declaró la nulidad de la prohibición decretada por la federación de futbol y con ello, además de no orillar a los ciudadanos de Friuli a abrazar otra bandera, dio luz verde para que arribaran al futbol italiano los dos brasileños de la discordia y también otros extranjeros, destacadamente el que al año siguiente, el 5 de julio de 1984, en un San Paolo lleno hasta las escaleras, sería presentado como nuevo jugador del Napoli: Diego Armando Maradona.
La llegada de Zico provocó que el Udinese rompiera con creces su cifra récord de abonados para asistir cada quince días a su estadio: 26 611 compradores aseguraron de antemano su lugar, más de la mitad del aforo. La que no se tiene noticia que haya motivado ya no digamos la adquisición de un abono para toda la temporada, sino tan sólo las ganas de encender un televisor para mirar un partido, fue la contratación de otro straniero, que llegó 23 años después, no obstante que había sido propietario de un tercio de las acciones de la Unione Sportiva Triestina, archirrival regional del Udinese: Saadi.
Descendido el Perugia, Saadi se marchó al Udinese para poder permanecer en primera división y de paso darles alcances continentales a sus sueños futbolísticos, pues el equipo albinegro se clasificó por primera vez para disputar una Champions League en la edición 2005-2006.
En Udine, donde compartió vestidor con el internacional argentino Roberto Sensini, Saadi habría de reencontrarse con Cosmi, quien le había dado sus 15 minutos de fama en el Perugia. Seguramente fueron tales los progresos que el técnico advirtió en la evolución del nivel de juego de su dirigido, que teniéndolo de nuevo bajo su tutela rebajó en dos tercios el tamaño de su apuesta por el jugador norteafricano, que vio solamente 5 minutos de actividad en un partido de pretemporada en Valencia.
El sucesor de Cosmi, Giovanni Galeone, le concedió a Saadi otros 10 en el último encuentro de la temporada 2005-2006 de la liga italiana. Y ni un minuto más. Saadi no participó en ninguna de las citas europeas de Le Zebrette ante el FC Barcelona, el Wereder Bremen y el Panathinaikos, ni pisó el verde en las dos históricas victorias sobre el Sporting de Lisboa.
¿Había llegado a su fin la carrera de Saadi? A pregunta expresa sobre su futuro, respondía a la Gazzetta dello Sport: “De momento no puedo contestar porque no soy yo quien decide. Son temas en los que la última palabra es de mi padre”.
J. H. Perry, el gran historiador británico de la navegación, escribió un retrato de Cristóbal Colón en su libro El descubrimiento del mar. En aquel perfil Perry sostiene que el célebre viajero “poseía el convencimiento de estar destinado a vivir grandes aventuras”. Saadi tenía un convencimiento de sí mismo igualmente alto: sumar no más que media hora de juego en tres años no difuminó en él la certeza de estar destinado a vivir grandes aventuras balompédicas. Y se ve que su padre también seguía convencido de que su vástago, a los 33, conservaba intactas sus prometedoras potencialidades con una pelota en los pies. Por eso la aventura italiana de Saadi no iba a terminar en Udine. Su siguiente escala iba a ser Génova, el lugar donde se cree que nació el aventurero que pasaría a la historia como el descubridor de todo un continente.
La segunda guerra mundial (1940-1945) terminó por sumir a Italia en una pobreza aún mayor a la que de por sí se había agudizado durante los años del fascismo (1922-1944). Terminada la conflagración, con el país devastado, las familias lo pasaban muy mal y varios clubes de futbol parecían próximos a languidecer, particularmente los que, además, habían padecido la persecución del régimen de Mussolini. Entre éstos se contaba la Ginnastica Comunale Sampierdarenese, equipo de Sampierdarena, un barrio genovés. Para no desaparecer, la Sampierdarenese se amalgamó en 1946 con otro club de la ciudad, experto a su vez en desaparecer, renacer, fusionarse y volverse a escindir: la Ginnastica Andrea Doria.
Sampierdarenese y Andrea Doria acordaron que el nombre de la entidad que habrían de conformar fuera un acrónimo que sumara sus respectivas denominaciones: Samp + Doria = Sampdoria. Fruto de la fundición de sus componentes, así se ostenta desde el sustantivo que anuncia su naturaleza de simbiosis futbolística: Unione Calcio Sampdoria.
Para quienes disfrutamos el futbol italiano de finales de los 80 y principios de los 90, decir Sampdoria es decir Gianluca Vialli, que es como decir gol; decir Sampdoria es decir Attilio Lombardo, extremo de desbordes deslumbrantes, como deslumbrante era su cabeza, calva prematura, a la que nunca rapó para ocultar algo tan natural pero que en la actualidad no estarían dispuestos a aceptar tantos narcisos que en las canchas posan para la televisión y la redes sociales; decir Sampdoria es decir Roberto Mancini, actual entrenador campeón de Europa con Italia, de quien me sigo preguntando, a más de tres décadas de distancia, por qué no lo metió a jugar ni un solo minuto Azeglio Vicini en el mundial del 90; decir Sampdoria es decir Gianluca Pagliuca, custodio de la meta italiana en Estados Unidos 94 salvo en el partido contra México, en el que fue Luca Marchegiani quien no pudo atajar el potente derechazo del nayarita Marcelino Bernal que valió el empate y la calificación a octavos; decir Sampdoria es decir Alkséi Mijailichenko, un faro en el crepúsculo del futbol soviético; decir Sampdoria es decir Toninho Cerezo, o sea, elegancia e inteligencia en portugués; decir Sampdoria es decir Pietro Vierchowod, es decir Srečko Katanec, es decir Vujadin Boskov, es decir scudetto 1990-1991, el único de su palmarés. Desde entonces, durante estos largos treinta años, sólo equipos de Turín, de Milán o de Roma lo han ganado.
Pero decir Sampdoria también es decir ERG. Esas tres letras, de tanto aparecer estampadas sobre el pecho de sus jugadores, han quedado tan asociadas a la oncena genovesa como sus cuatro colores. Porque al ser la fusión de dos equipos, la Sampdoria lleva las cromáticas de ambos: el azul y el blanco del Andrea Doria y el negro y el rojo del Sampierdarenese. Y así como quedó por siempre vinculada a la paleta multicolore que tiñe su singular camiseta, la Samp terminó también por quedar imbricada a esas siglas, las de su patrocinador histórico, un corporativo de empresas del ramo energético, fundado en 1938, que se llama e-r-g no porque suena a abreviatura de energia, energy, energía, sino por ser las iniciales de su fundador, Edoardo Garrone, que se dio a conocer por su apodo, “Raffinerie” (Refinerías), alusivo a su giro de actividad: ERG = Edoardo “Raffinerie” Garrone.
En 1947 Edoardo inauguró en Génova su primera refinería de grandes dimensiones, San Quirico, donde todo empezó. Más de 40 años después, en 1988, el año en que la Sampdoria ganó la Copa de Italia, su hijo Riccardo, el que puso a ERG en camino de convertirse en el gigante energético que habría de borrar de la geografía italiana a petroleras francesas y estadounidenses, el mismo que en 2002 decidió dejar de patrocinar a la Samp para convertirse en su dueño, cerró San Quirico y mudó el negocio familiar de refinación a Sicilia por un motivo imperioso: conectarse con la Libia de Gadafi.
En la página 43 del libro editado en 2018 por los 80 años de ERG se explica que el este siciliano fue elegido para instalar ahí la refinería sustituta “por su posición estratégica”. La nueva planta “se encuentra a lo largo de la ‘ruta del petróleo’”, que tiene en el mismo oleoducto tanto a los países compradores europeos, demandantes crecientes de energías cada vez más limpias, como a naciones como Libia, exportadora de petróleo crudo “con bajo contenido de azufre”.
Mientras los Garrone, patrocinadores de la Sampdoria, tuvieron que construir toda una refinería para conectar con Libia, al libio Saadi le bastó un patrocinio, producto del petróleo, soterrado, sin contraprestación, pero patrocinio al fin, para conectar con la Samp. Fue fichado para la temporada 2006-2007. Si en sus botines Saadi llevaba niveles de azufre suficientes como para convertirse en diabólico goleador, nunca lo sabremos: no se puso la maglia blucerchiata más que para la lente de la prensa. No jugó ni un solo minuto.
Luego del bombardeo sobre Bab al Aziziyah en abril del 86, el coronel Gadafi ordenó que los daños no fueran reparados para que se conservaran las huellas del ataque. La residencia quedó convertida así en una suerte de Meca del antiimperialismo. Coppola, que acompañó a Maradona al recorrido por el palacio por invitación de Gadafi, afirma que tres lustros después “en el hall todavía estaba la bomba incrustada en una pared. Los techos estaban rotos y había una cunita con un colchoncito manchado”. Al astro del futbol le dijeron que en esa cuna había muerto Hanna, hija adoptiva de Gadafi, hermana de Saadi. “Diego estaba muy conmovido”, dice Coppola.
No habría que esperar a la muerte de Muamar, ocurrida el 20 de octubre de 2011, para que trascendiera que Hanna, si es que verdaderamente existió y no fue una invención propagandística para alimentar en la sociedad libia el sentir antinorteamericano, en realidad no murió por la artillería de los aviones estadounidenses en 1986, siendo una bebé.
Escondido en una cañería, Gadafi fue apresado con vida en su natal Sirte por rebeldes contrarios a su gobierno. Aparentemente linchado por la turba que acompañó al vehículo en que lo transportaban sus captores, fue captado muerto horas después. Su deceso marcó el fin de 42 años de dictadura. Pero desde dos meses antes de su caída la historia de la supuesta muerte de Hanna, de acuerdo con el periodista español Miguel Muñoz, “se tambaleó”. El reportero del diario ABC publicó que algunos médicos libios le dijeron que
«Hanna Gadafi había trabajado junto a ellos hasta pocos días antes de llegar los rebeldes. El viernes apareció la “suite” de lujo de Hanna, en el Hospital Central de Trípoli. Allí se encontró un pasaporte —que fechaba su nacimiento en 1985— y un certificado médico universitario, ambos a nombre de Hanna Muamar Gadafi —además de discos de los Backstreet Boys y el DVD de Sexo en Nueva York (Sex and the City)».
La versión según la cual Hanna no murió de brazos la robustecen informaciones recabadas por Muñoz:
«Un reportaje que el diario alemán Die Welt publicó hace tres semanas añade más piezas: en él, se reseña una foto de la agencia estatal de noticias china, Xinhua, datada en 1999, en la que aparece el ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, junto a la mujer de Gadafi y “sus hijas Hanna y Aisha”. La chica que aparece en la foto del pasaporte encontrado en Trípoli resultó ser la misma. Además, un banco suizo, al congelar las cuentas de Gadafi en febrero, encontró a Hanna listada como titular de una de ellas. Die Welt la dibuja como una poderosa doctora del Ministerio de Sanidad aficionada a irse de compras a Londres, y con poder sobre la mayoría de los hospitales de Libia. “Nadie podía hacer carrera dentro del Ministerio sin su consentimiento”, narra el diario«.
A Saadi el color naranja seguramente le trajo gratos recuerdos durante algún tiempo. Los minutos, contados con los dedos de una mano, que jugó con el Udinese en la cancha del estadio de Mestalla fueron en el marco del Trofeo Naranja, competencia veraniega a la que invita —intermitentemente a partir de 1959 y año con año desde 1970— el equipo naranjero del Levante: el Valencia Club de Fútbol. Saadi puede presumir que salió campeón en aquella ocasión porque el Udinese se adjudicó aquel trofeo —que es al Valencia lo que el Teresa Herrera al Deportivo La Coruña, el Ramón de Carranza al Cádiz o el Joan Gamper al FC Barcelona— al ganar un triangular por encima del griego Olympliakos y del anfitrión. Pero el naranja seguro dejó de gustarle a Saadi en marzo de 2011, cuando la Interpol giró una alerta de ese color para dar con su paradero con miras a su detención, bajo la acusación de haber incurrido en “intimidación con armas cuando dirigía la federación de fútbol libia”, tal como se lee en el sitio web de la mencionada policía intergubernamental.
Quizá Bilardo alguna vez le habló a Saadi acerca de México, de cómo aquí, en los meses previos al mundial del 86, pudo conseguirse “un buen alojamiento”. Avisado por un informante de que Argentina no sería cabeza de serie, Bilardo voló a México para asegurarse de que el lugar de concentración de la selección argentina fuera el más adecuado para sus necesidades. Estaba en esa búsqueda cuando surgió la opción de que el representativo albiceleste se hospedara en las instalaciones del Club América. La idea fue de dos compatriotas que vivían en México: Miguel Ángel “Zurdo” López y Eduardo Cremasco, excompañeros de Bilardo cuando fueron jugadores en Estudiantes. Cremasco era un acreditado restaurantero —negocio que han continuado y acrecentado sus descendientes— y el “Zurdo” era el entrenador del América. A cambio de convocar al mundial a Héctor Miguel Zelada, portero argentino de las Águilas, a Bilardo le entregaron las llaves del complejo de Coapa. “En el América teníamos nueve canchas de fútbol ¡nueve! al lado de los dormitorios y podíamos vivir como en nuestra casa, porque no había extraños”, dijo alguna vez Bilardo refiriéndose al predio de Avenida Prolongación División del Norte 3901. Un cuarto de siglo después lo que necesitaba Saadi, buscado en todo el mundo, era precisamente un buen alojamiento, un lugar sin extraños. Y pensó en México. Quizá porque se acordó de Bilardo.
La mañana del 7 de diciembre de 2011 la secretaria de Relaciones Exteriores de México, Patricia Espinosa, anunció durante un viaje de trabajo a Sao Paulo, Brasil, que la Operación Huésped, llevada a cabo por servicios de inteligencia desde el mes de septiembre, logró frustrar el intento de Saadi de internarse en territorio mexicano para establecerse, con una identidad falsa, en un destino turístico de la costa de Nayarit. Un buen alojamiento, un lugar sin extraños. Pero no pudo ser.
Tres años después, en 2014, la alerta de Interpol subió de naranja a roja: Saadi fue detenido en Níger, a donde había huido tras la caída del régimen de su padre, y de ahí se le extraditó a Libia bajo una imputación aún más grave: el homicidio en 2005 de un exentrenador suyo, no Bilardo, sino uno que lo dirigió en el Al-Ittihad, Bashir Al-Rayani, cuyo cuerpo fue encontrado con rastros de tortura frente a una propiedad de Saadi. El año de su detención, la selección de Libia, dirigida por el español Javier Clemente, ganó un título por primera vez en su historia: la Copa Africana de Naciones.
Saadi fue exonerado en 2018 del asesinato de quien fuera su timonel, y tres años más tarde ha sido absuelto en otras causas penales luego de pasar siete años en una prisión de Trípoli. Salió de la cárcel el 5 de septiembre de 2021, un domingo, día de futbol. El martes siguiente la selección de Libia, dirigida de nuevo por Clemente, dio un paso importante para estar presente en Qatar 2022: tras vencer como visitante al representativo de Angola, se puso a la cabeza del grupo F de la eliminatoria africana, en el que compite también contra Egipto y Gabón.
De acuerdo con un cable de la agencia de noticias France Press (AFP) difundido por el diario español ABC, la liberación de Saadi, lejos de obedecer al convencimiento judicial acerca de su ausencia de responsabilidad, “parece mostrar los esfuerzos con miras a una reconciliación nacional en un país carcomido por las divisiones”. En noviembre de 2021, de cara a las elecciones presidenciales de diciembre, su hermano Saif quiso postularse como candidato, pero la autoridad electoral le negó la posibilidad de aparecer en la boleta de votación.
Humanos al fin, los médicos no reciben por una vida volcada a sanar a los demás la recompensa de no enfermarse. Titulado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires el 18 de octubre de 1965 luego de aprobar su última asignatura, Medicina Legal, el doctor Carlos Salvador Bilardo acabó por enfermarse, no de futbol, que siempre lo estuvo, sino de una patología neurodegenerativa, conocida como síndrome Hakim Adams, que le fue diagnosticada en mayo de 2018.
A fin de no provocarle tristezas que puedan minar aún más su estado de salud, los familiares de Bilardo se las han ingeniado para vigilar todo contacto que el doctor pueda tener con la vida que corre afuera de la residencia geriátrica en la que vive. Controlan los periódicos que lee, revisan la correspondencia que recibe, lo bombardean con series de Netflix —su favorita, una producción colombiana, no hay que olvidar que Bilardo intentó calificar a la selección del país cafetero al Mundial de España 82, aunque sin éxito— y le quitan el sonido a las transmisiones de los partidos de futbol que ve por televisión. Todo, para que no se entere de una noticia que lo devastaría: la muerte de Maradona.
Jorge Bilardo, hermano del doctor, declaró que mientras miraban juntos un partido de la Liga argentina posterior al fallecimiento del ‘10’, al “Narigón” le causó extrañeza advertir en las tomas de las gradas muchas manifestaciones de cariño hacia el que fuera su pupilo, de cuya mano (¿de dios?) se consagró: “‘Che, veo muchas banderas de Diego, ¿qué pasa?”. Estremecido por semejante cuestionamiento, aunque consciente de que podía darse en cualquier momento, Jorge respondió como quien deja pasar un balón: “Cómo es la gente, pone banderas en todos lados”.
Es difícil saber si al doctor esa contestación lo dejó tranquilo o si por el contrario sembró en él la sospecha de que algo le pasó a Maradona.
Lo que de plano me resultará imposible de creer es que Bilardo pregunte por Saadi.
fbc.
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