De Venus a Kardashian

La figura femenina a lo largo del tiempo ha sido idealizada de acuerdo con las diferentes maneras de concebir el mundo. Inicialmente ésta fue vinculada con la capacidad primigenia de la fecundación, la fertilidad, la vida. Una muestra de lo anterior data de la época prehistórica y corresponde a las famosas Venus: estatuillas femeninas talladas en piedra, marfil, arcilla, a las que se les exaltaban y exageraban los atributos sexuales con la finalidad de atraer la abundancia natural. Posteriormente, conforme los siglos pasaban y el pensamiento humano hacía lo propio, los artistas —escultores, pintores, escritores, cineastas— continuaron tipificando e idealizando dicha imagen, olvidándose, en muchas ocasiones, de mirar y plasmar a la mujer real, a la palpable. La literatura misma marcó cánones de belleza que han atendido, no sólo a una estética propiamente, sino a toda una filosofía. El tópico de la femme fatale, las damas de la corte, la mujer romántica, la madre abnegada, la heroína trágica y demás, son modelos prototípicos de la mujer en el arte.

Asimismo, el desnudo femenino como representación alegórica-poética ha sido explotado a lo largo de los siglos y tuvo que ser así, un cuerpo mitificado o divinizado para poder quitarle, inicialmente toda la carga erótica o «pecaminosa», para poder mostrarlo «libremente». Sin embargo, no fue sino hasta las primeras décadas del siglo XX, que la publicidad y la mercadotecnia pusieron a su servicio dicha imagen, misma que hasta la fecha se sigue transformando y explotando para marcar líneas o tendencias.

El objetivo de esta columna es advertir cómo es que dicha estética femenina que actualmente se nos muestra en los medios es un ideal prácticamente inalcanzable para muchas, el cual está disfrazado de cierta realidad social. Por lo que, a mi juicio, ni siquiera tendríamos porque pretender alcanzarlo, dado que lejos está de nuestro contexto y de nuestro modus vivendi.

Durante la primera década del siglo pasado la publicidad nos mostraba mujeres elegantes, con gustos refinados, cosmopolitas, con un alto poder adquisitivo que disfrutaban de los beneficios de estar casadas con un «buen hombre». Posteriormente, esta imagen se fue contraponiendo a la de una mujer extremadamente hogareña que gustaba de atender a su familia, por supuesto, utilizando los artículos electrodomésticos y cosméticos que empezaban a ponerse de moda en esa época. Evidentemente, ésta última se mostraba como una mujer en extremo complaciente e incapaz de contradecir a su esposo. En la década de los 60, se presentaba una mujer aparentemente libre; no obstante, dicha libertad giraba en torno a la belleza; es decir, era libre de verse bien y bonita, para así poder atraer a los hombres, no para ella misma, por lo que la salud y bienestar (propio) aún no se incorporarían a la filosofía de belleza. Para la siguiente década, los gustos y productos que anteriormente sólo estaban disponibles para los varones, como el alcohol o el tabaco, ahora podían estar al alcance de las mujeres; claro, siempre y cuando éstas los supieran manejar de manera refinada. No fue hasta veinte años antes del cambio de siglo que se manejó en televisión la imagen de una mujer trabajadora y capaz de generar sus propios recursos, pero poco duró dicho perfil, dado que para los 90 y para la primera década del año 2000, ésta transitó hacia un retrato mucho más sexual.

Lo que la actualidad reclama de una mujer –por lo menos en redes sociales- parte de la siguiente premisa: la elegancia con la que te comportes no debe estar peleada con la atención hogareña – si es que eres esposa o madre-, sin olvidar el decoro en sociedad, el éxito en lo profesional y económico, y, por supuesto, todo eso debe estar aderezado con una composición corporal envidiable, producto de horas en el gimnasio o de uno que otro arreglo quirúrgico. Lo que da como resultado un cuerpo esbelto, pero sólo en ciertas curvas, y voluminoso y prominente en otras. A-bun-dan-cia es el sustantivo que plaga todo el internet, vastedad  en curvas, en formas, en color, en tamaño, en viajes, en recursos, en amor… tal cual, las Kardashians.

La problemática no radica en que ese concepto esté bien o mal, o aprobado o no, sino en que se estandarice y erija como única alternativa y, por lo tanto, se vaya perdiendo la capacidad de distinguir y valorar las particularidades, lo individual. Es ahí donde encuentro el mayor de los riesgos. El cual, dicho en palabras más simples, es: ¿en dónde encajamos todas las demás?

La imagen femenina que en el futuro se exija, en este momento se torna confusa, y sería arriesgado vislumbrar una, sobre todo a la luz de una realidad tan mutable e incierta como la que nos circunda; no obstante, entender que a las mujeres —bueno, en realidad a cualquier ser humano— NO se les debería someter a ninguna carga «idealizada» que muchas veces ni se puede alcanzar, eso, en definitiva, ni es confuso ni es arriesgado; al contrario, es una práctica obligada que nos debemos todos como sociedad.

Ver claramente que lo que ante nuestros ojos presentan los medios de comunicación, sólo son ideales, es una tarea que nos corresponde a todos, ya que el éxito que se derive de la elaboración de la misma, irá abonando en la construcción de una percepción de la belleza mucho más permisiva y real. Además, concebir que la diversidad y pluralidad dota un sinfín de posibilidades, tendría que anteponerse a cualquier estándar «universal».

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