“Componer no es difícil, lo complicado es dejar caer bajo la mesa las notas superfluas”
J. Brahms
Hecho en México
Es posible que entre las cosas que he escuchado con este set de oídos –los que he llevado durante lo que va de mi vida -haya existido más de una que he decidido no prestar atención o archivar en el buzón del spam. Hubo otras, en cambio, que no pasaron filtro alguno y se fueron a anidar directamente en el subconsciente o en algún archivero cercano, dónde mi mente tenía un acceso más sencillo.
La memoria auditiva es tangible, aunque esto pueda escucharse contradictorio. No estoy aseverando, pero tampoco lo cuestiono (al menos no al aire libre o rodeado de gente), el punto va que nuestra mente procesa miedos, alegrías, malos momentos a partir de sonidos armónicos o no tanto, que van arribando a través de ondas a nuestro entorno y se acumulan de forma orgánica dentro aquello que algunos llamamos alma o centro o corazón o en la corteza auditiva del oído, usted decida. Estará en lo correcto (o no).
Archivo muerto
Todo este material se ha ido acumulando a través de algunas décadas (cinco completas y un par de años extras) y siempre en algún lugar (archivo muerto incluido) puedo llegar a localizar algún tipo de sensación que me transporta. Ahora, tengo un poco de temor (en realidad es pánico lo que me acecha) que en cierto punto todo esto pueda ir a más (o a menos) o si en un descuido toda la memoria secuencial rebasa la capacidad de almacenamiento y se desborda por el resto del cuerpo como pastilla efervescente o simplemente se pierde por siempre. Las frases de las canciones que me gustaban de niño (y de cientos de álbumes más) las sigo recordando, a pesar, de que encima de ellas han llegado otros miles de líricas distintas, decenas de recuerdos y nuevas sensaciones; la pila que se debe haber formado a raíz de esta acumulación debe alcanzar en estos días una altura considerable.
La memoria auditiva se ejercita así, agregando nuevas secuencias para mantenerla en forma; ahora, esto sería innocuo si solo abarcara la memorización. El efecto que tiene en nosotros, la liberación de dopamina al escuchar música, es lo que provoca la trascendencia del sonido mismo. La recompensa siempre será el motor. La música es considerada como un potencial medio de excitación e inductora de emociones, activa grandes áreas del cerebro (entre ellas la límbica).
Nos destaparemos en la intimidad
Esto viene a cuento por un momento perdido (o no) dentro de las redes sociales seguramente evadiendo alguna responsabilidad de la vida diaria. Vi (y escuché) una versión de la banda madrileña Vetusta Morla, que, junto con otra banda ibérica (Morgan) interpretaron de “Los días raros” en la más reciente versión del Festival No sin Música en Cádiz, al sur de España. Enseguida me desplacé (algo así como el Trío Galaxia®) a un montón de recuerdos en los últimos cuatro años, entre ellos, a la más reciente presentación de los madrileños en el Pepsi® Center de mí, a veces no tan querida, CDMX. La memoria me recreó lo que sentí en aquel momento y hoy, en retrospectiva, puedo asegurar que lo puedo incluir en mi top 10 de la felicidad durante la estancia en este planeta (el gol de Griezmann al Lyon también forma parte de esta muy selecta lista).
Puede ser que este planeta se vaya al caño pronto, lo lamento por la generación a la cual le toque verlo (igual es la mía y ando de bocón nada más) lo que sí puedo asegurar es que las artes (y la ciencia debo admitir) son el reflejo de lo que el intelecto y la sensibilidad pueden crear si se mezclan el talento y algo de voluntad. Y ya que estoy en esto, sí me dan a escoger, me llevo a casa (a mi archivo) la música y la literatura, que lo que llevo dentro de mí también necesita alimento.