El amor, desamor, o lo que uno se encuentra en la mitad de ambos senderos

Si en la literatura todo es posible, en la poesía también. Ambas son una lengua extranjera, porque son únicas e insomnes, esto puede, más allá de cualquier ejercicio lingüístico reparar en dos cuestiones diferenciales y que resultan las voces insoslayables del lenguaje poético que después atravesará el poema. La primera cuestión es que todo poema que pretende serlo, dice o deja algo en su lector. Gonzalo y Carla, personajes aún muy jóvenes en la novela Poeta chileno de Alejandro Zambra se encuentran en un motel. Carla lleva los condones y Gonzalo cuarenta y dos poemas en una mochila. Más adelante, luego de la primera relación de la tarde, que sería la segunda en la vida de ambos, y que fracasaría al igual que la anterior, Carla acepta después de una negociación escuchar cinco poemas de Gonzalo. Y en este momento el narrador dice “Gonzalo empezó a leer con un fraseo solemne, y aunque Carla quería encontrarlos buenos la verdad es que no le decían nada”. Es fundamental intervenir en lo siguiente ¿Qué es no decir nada en un poema? La hipótesis sería que un poema que al parecer no le dice nada a un lector o un oyente, es solo el intento o el fracaso de un poema; la dinámica entonces se origina en el interior del poema, y se recoge en lo que se dice o se piensa, luego de la lectura. Ahora bien, lo primero es que el poema dice algo.  

En segundo lugar, muchos poemas cortos o de largas páginas convocan un tema y su antítesis, y a su vez esta intervención cierra el cuerpo del poema y se enfrenta a lo que se incluyó en un texto de 1952 acerca de la metáfora, escrito por Borges y citado por Piglia en su Antología personal “He sospechado siempre que la distinción radical entre la poesía y la prosa se encuentra en la diferente expectativa del que lee”. Dicho todo esto, si el poema indaga y habla de la soledad, en otras palabras, también se está ciñendo a la compañía. Si confiere el cuerpo y el deseo, también es metafísico, y si nos interroga, nos lleva y nos devasta con desamor, en cierta parte hay amor. El poema caracteriza y tiene un carácter que al final establece siempre un final, ya que, terminado un poema, la mirada siempre empieza.

No se queda en medio, o en el final. Tampoco se pausa como un espacio en blanco entre los párrafos de un cuento o novela. Así parece que el poema se encuentra en la mitad de dos senderos, de modo que sospechosa y necesariamente un ejemplo práctico y útil – por las circunstancias de las fechas- sería aquel poema que nos habla de amor, a su vez nos lleva a la contemplación del desamor, o viceversa.  

R.I. P. 

Este amor sucumbió
está muerto aniquilado
fenecido
finiquitado
occiso
perecido
obliterado
muerto
sepultado
entonces
¿por qué late todavía?  

ONCE DE SEPTIEMBRE  

El once de septiembre del dos mil uno
mientras las Torres Gemelas caían,
yo estaba haciendo el amor.
El once de septiembre del año dos mil uno 
a las tres de la tarde, hora de España,
un avión se estrellaba en Nueva York,
y yo gozaba haciendo el amor.
Los agoreros hablaban del fin de una civilización
pero yo hacía el amor.
Los apocalípticos pronosticaban la guerra santa,
pero yo fornicaba hasta morir
–si hay que morir, que sea de exaltación–.
El once de septiembre del año dos mil uno
un segundo avión se precipitó sobre Nueva York
en el momento justo en que yo caía sobre ti
como un cuerpo lanzado desde el espacio
me precipitaba sobre tus nalgas
nadaba entre tus zumos
aterrizaba en tus entrañas
y vísceras cualesquiera.
Y mientras otro avión volaba sobre Washington
con propósitos siniestros
yo hacía el amor en tierra
–cuatro de la tarde, hora de España–
devoraba tus pechos tu pubis tus flancos
hurí que la vida me ha concedido
sin necesidad de matar a nadie.
Nos amábamos tierna apasionadamente
en el Edén de la cama
–territorio sin banderas, sin fronteras,
sin límites, geografía de sueños,
isla robada a la cotidianidad, a los mapas
al patriarcado y a los derechos hereditarios–
sin escuchar la radio
ni el televisor
sin oír a los vecinos
escuchando sólo nuestros ayes
pero habíamos olvidado apagar el móvil
ese apéndice ortopédico.
Cuando sonó, alguien me dijo: Nueva York se cae
ha comenzado la guerra santa
y yo, babeante de tus zumos interiores
no le hice el menor caso,
desconecté el móvil
miles de muertos, alcancé a oír,
pero yo estaba bien viva,
muy viva fornicando.
“¿Qué ha sido?”, preguntaste,
los senos colgando como ubres hinchadas.
“Creo que Nueva York se hunde”, murmuré,
comiéndome tu lóbulo derecho.
“Es una pena”, contestaste
mientras me chupabas succionabas
mis labios inferiores.
Y no encendimos el televisor
ni la radio el resto del día,
de modo que no tendremos nada que contar
a nuestros descendientes
cuando nos pregunten
qué estábamos haciendo
el once de septiembre del año dos mil uno,
cuando las Torres Gemelas se derrumbaron sobre Nueva York.

Los poemas anteriores son de la Antología poética La barca del tiempo de la poeta uruguaya Cristina Peri Rossi.

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