Foto: Fanny Martín.

El año que no viajé a Buenos Aires: el deseo de imaginar

Esta mezcla de realidad y fantasía, que podría querer enseñarnos que los mapas son mucho más ricos de lo que parecen, pone el foco en todo lo que pasa desapercibido. En la importancia de mirar y de reducir la escala.

Necesito indagar para poder inventar y tengo que inventar para poder seguir imaginando.

¿Es posible conocer y sentir las ciudades sin pisarlas? ¿Qué es realmente lo que nos mueve? En El año que no viajé a Buenos Aires (Ediciones Menguantes, 2021), la periodista Saray Encinoso Brito (Tenerife, 1983) realiza un viaje imaginario a la ciudad de Buenos Aires, una crónica de un desplazamiento que no pudo llegar a realizar por culpa de la llegada de la pandemia. En él, sigue los pasos de sus antepasados hablándonos de historia, de ausencias y de deseos, con la mirada analítica y fantasiosa de quien ve a las ciudades como seres que evolucionan, que mutan y que nos hablan: con mágicas pulsaciones constantes y vitales.

En esta especie de diario, la autora nos muestra cómo es posible llegar a realizar el viaje de tu vida sin pisar el destino. Sus influencias familiares resultan en ella claves para contarnos cómo desea y empieza a conocer Buenos Aires a través de un exhaustivo análisis. Investigando, siguiendo los pasos de la música, del fútbol, de la arquitectura, de sus antepasados, de la cultura popular o incluso de lo que se oiría y de lo que no. Gracias a sus descripciones, somos capaces de trasladarnos, con banda sonora incluida, a una Argentina que se mueve, según la escritora, en una dicotomía “a medio camino entre la excelencia y el desastre”.

El año que no viajé a Buenos Aires no es solo una invitación a un recorrido físico. Porque Saray, que crea listas, y a la que le gusta la historia y las historias, es de esas personas que cada vez se plantean más el sentido y la manera de viajar. Después de estar más de un año sin poder hacerlo, reflexiona sobre qué es lo que conlleva realmente el desplazamiento, algo que para ella implica irremediablemente renuncias: “En una época en la que sentimos que a los días siempre le faltan horas, que vivimos en una constante frustración por no llegar a todo lo que nos gustaría, los viajes son una extensión de esa insatisfacción”. Y es que, ¿viajamos por necesidad o por obligación? La periodista nos hace plantearnos si es posible hacer algo sin la necesidad de contarlo, de mostrarlo. Porque parece que los viajes ahora se muestran como un éxito, como una especie de trofeo: “Asociamos ir de viaje, hacer turismo, a un momento placentero, pero a veces se parece más a una obligación. No nos preguntamos por qué viajamos, sino cómo puede ser que no lo hagamos. Y luego, una vez en el destino, el viaje se convierte en una yincana. Hay que aprovechar cada minuto, cronometrar cada paso, estipular hasta las horas de sueño. Llevamos la lógica habitual – ser productivos- allá donde vamos”.

Esta mezcla de realidad y fantasía, que podría querer enseñarnos que los mapas son mucho más ricos de lo que parecen, pone el foco en todo lo que pasa desapercibido. En la importancia de mirar y de reducir la escala. Donde quizás se esconda nuestra esencia y donde se generen experiencias e ideas más reales, alejadas de pretensiones impuestas por el mercado y el marketing del viaje: “¿Acaso algún lugar puede ser no turístico? Un día se dieron cuenta de que todo se puede vender. Hay muchas preguntas que no nos hacemos sobre las calles que pisamos todos los días, como si pulsáramos el botón de la imaginación solo cuando estamos a cientos de kilómetros de nuestras casas ¿Se puede ser viajero sin viajar dentro de la frontera más cercana?”, se plantea la escritora.

Este es el resultado de alguien que escribe un libro sobre un viaje que no ha realizado nunca. Pero que, curiosamente, genera un sentimiento y una voluntad de apostar más que nunca por mirar con otros ojos lo que nos rodea, incluidos nosotros mismos. Eso sí, escuchando un buen tango argentino.

Saray Encinoso Brito (Tenerife, 1983).

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