El contador de cartas: páginas de un diario atormentado

Odiado Diario:

Amanecí con la noticia de que el fin de semana la cartelera nacional estuvo liderada por Uncharted y ¡Qué Despadre!, títulos que considero importantes dejar plasmados en estas páginas porque ponen en contexto la difícil tarea que tienen autores como Paul Schrader (otrora padre de Taxi Driver) para la aceptación masiva y comercial de sus obras. No permito que este panorama nuble mi juicio y emprendo lo que últimamente se ha convertido en toda una aventura para cualquier cinéfilo, protegido de la gracia del dios de preferencia, las vacunas y una máscara como únicas armas frente a un virus que aún asoma las fauces en el mundo.

Me acomodo en la butaca y rápidamente la película nos presenta a William Tell (intencionalmente inexpresivo Oscar Isaac) quien con voz en off, al más puro estilo del cine negro, nos relata que ha pasado los últimos ocho años en una prisión, la rutina y repetición de las rejas se ha extendido a su actual periodo de libertad, donde ha hecho de los casinos un modo de vida, gracias a la habilidad de contar cartas que aprendió en la soledad de la cárcel.

Una música con toques de western pero matices sombríos y asfixiantes, cortesía de Robert Levon Been, es el único elemento que acompaña el apacible camino del misterioso Tell, que envuelve con sábanas los muebles de los anónimos moteles donde pernocta como si quisiera evitar cualquier rastro de su paso por ahí, pero hay algo que por más que lo intenta no puede borrar: su pasado. La aparente calma se rompe sorpresivamente cuando se presentan ante nosotros los sueños que lo perturban de noche, con ayuda de un gran angular que nos contagia una sensación de mareo e incomodidad, además de realzar dramáticamente las fuertes imágenes que el director y su historia nos quieren contar.

Es a partir de este violento sueño (que se percibe más bien como un recuerdo del personaje), que Paul Schrader separa su narrativa en una línea paralela más poderosa que la inicial, nos deja claro que su película no se trata del juego de cartas y la vida en los casinos, sino que es el punto de descanso (irónicamente muy tenso) sobre el cual se sostiene la crítica social al militarismo estadounidense y en específico, los vergonzosos episodios de tortura, documentados en la prisión de Abu Ghraib como respuesta ante los ataques a las Torres Gemelas primero y la Guerra de Iraq después.

Es en este punto donde inmediatamente acude a mi cabeza el atormentado Travis Bickle, ya no es Vietnam, sino Iraq, la guerra que deformó la psique de miles de soldados, pero también acuden a mi memoria Julian de American Gigolo (1980) y John LeTour de Light Sleeper (1992), que abordan con grados de obsesión el Pickpocket (1959) de Robert Bresson, con la pequeña diferencia de que William Tell tendrá su oportunidad de redención cuando conoce a Cirk (apesadumbrado personaje encarnado perfectamente por Tye Sheridan), un joven sin aspiración alguna, pero con un fuerte deseo de venganza como forma de autocompletarse, William Tell se ve reflejado en él y percibe la oportunidad de “limpiar” sus pecados.

A pesar de su brillantez estética gracias a la cinematografía de Alexander Dynan, pienso que son estos momentos de dicotomía argumental los que acabarán por desencantar a muchos espectadores, que posiblemente interpretarán los momentos de reposo que Schrader ofrece en los casinos como una larga y pesada trama con clichés de triunfo o crecimiento de personaje, los más observadores se darán cuenta que las cartas nunca fueron el objetivo, los familiarizados con el trabajo de Schrader sabrán que la luz al final del camino no puede más que apagarse.

Viendo la película hacia atrás mientras estoy escribiendo estas letras, el director se atreve incluso a señalar indirectamente a los culpables del daño de William Tell y cientos (o miles de soldados) en su misma situación, el culpable de víctimas colaterales como Cirk, el creador de términos como “interrogatorio mejorado”, cuarteles de tortura clandestina, sitios como Guantánamo e intervenciones militares disfrazadas de un falso sentimiento libertario y lo hace incluyendo a un personaje intermitente dentro del camino de apuestas de William Tell, uno que va acompañado de un ciego séquito de adoradores que están ahí por su popularidad y constantes episodios de triunfo. ¿Quién puso a William Tell en Abu Ghraib? ¿Quién impulsó la salida de su lado más inhumano? El séquito lo grita al menos seis veces durante la película: “¡U.S.A! ¡U.S.A! ¡U.S.A!”

Un sentimiento de tristeza, vergüenza y enojo me invaden mientras camino fuera de la sala, me llevo conmigo la última imagen antes de que la película se vaya a negro, con esta es la tercera vez que Paul Schrader repite su tributo a Bresson, de las tres, esta es la que me resulta más bella.

El contador de cartas estrena este 24 de febrero en México

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