A finales de la década de los 90, Werner Herzog se encontraba en Tokio, dirigiendo la ópera Chushingura, cuando, en su calidad de visitante distinguido, fue invitado a conocer al Emperador, en una audiencia privada; Herzog rechazó la reunión, argumentando que no sabría qué decir o cómo comportarse, en cambio, confesó que sí le interesaba mucho conocer a Hiroo Onoda, el célebre soldado japonés que pasó 29 años defendiendo la isla de Lubang, en Filipinas, durante la Segunda Guerra Mundial.
Pese a que el conflicto había terminado, el valiente Onoda siguió escondido y librando batallas, remendando su uniforme y viendo morir a dos soldados colegas. El crepúsculo del mundo (2022) es el intento de Herzog por novelar la travesía de Onoda, resultado de las muchas conversaciones que tuvieron, en donde el cineasta alemán fue amasando datos y recuerdos para estructurar un texto que se acerca a sus documentales, pero también roza la poesía de sus ficciones.
Werner Herzog decide escribir su primera novela y no filmar una película, porque le interesa utilizar a Hiroo Onoda como el elemento humano que es absorbido por la espesura de la jungla, un reflejo de sí mismo. El ímpetu de superar la adversidad y sobrevivir hasta casi perder la conciencia, son temas que el alemán conoce bien, abordados en otros de sus filmes y libros, como el delirante Conquista de lo inútil, el diario de filmación de Fitzcarraldo (1982).
La naturaleza, la jungla, ese verde casi negro que aterra y en el que se experimenta la más profunda soledad mientras llueve, es el punto en común entre Herzog y Onoda; ambos fueron transformados, dejando la piel y la entraña entre la maleza. A pesar de las condecoraciones cuando fue rescatado, Onoda perdió parte de su humanidad, permaneciendo estoico y carente de emociones, hasta su muerte en Tokio, a los 91 años.
La maestría de Herzog está en poner los ojos en la médula de una historia tan impresionante como entrañable, que resalta el espíritu de honor y responsabilidad de la cultura oriental, llevados hasta sus últimas consecuencias. El autor imagina y relata, llenando los espacios vacíos que deja la memoria con la misma lírica utilizada en sus trabajos audiovisuales, pero que gracias a la literatura, se enriquece y explota, reafirmando que entre las páginas de El crepúsculo del mundo, se sigue paseando por el universo Herzog.
La frase de Onoda: “Hay una tempestad que ruge dentro de mí”, resume la potencia del libro. Una guerra sin gloria, el relato cercano a un quijote nipón al borde de la locura.