El discurso en torno a África no ha evolucionado: Toni Espadas

Con más de dos décadas viajando y pasando largas temporadas en África, Toni Espadas se ha distinguido por contar historias desde distintos prismas: la fotografía antropológica, el diseño de rutas turísticas y el intercambio cultural.

De la mano de Rift Valley, la agencia que dirige desde 2014, promueve el viaje hacia destinos poco explorados con miras a desmontar la idea de la África homogénea. 

Con Etiopía como campamento base, Toni, como buen viajero, ha coleccionado memorias inmerso en la cotidianidad de varias de las etnias más míticas y ancestrales del continente. 

Ser guía de viajes en África tiene más que ver con la divulgación que con el turismo.

Sí, sí. La verdad es que, al menos en mi caso, es así. A mí me encanta explicar lo que he ido conociendo a lo largo de muchos años de viajes por África. Intentar transmitirlo de la manera más rigurosa posible, asumiendo que hay cosas que pueden ser muy subjetivas. Yo disfruto mucho intentando transmitir ese conocimiento que he ido absorbiendo durante años y años de viaje, sobre todo relacionado con las etnias. Es un tipo de viaje bastante más enriquecedor si tú intentas ya no solamente llevar a la gente, guiarles y explicarles dónde están, sino profundizar un poco más dentro de cada cosa. En mi caso, he ido adquiriendo un conocimiento de las etnias, experiencias vitales que para mí han sido muy importantes y me han hecho entrar en un culturas totalmente ajenas. Y a partir de eso trato de ser riguroso, contar lo mejor posible las historias. Abrir la puerta de culturas como los hamer, por ejemplo, no es fácil cuando eres un faranji (extranjero).

Una vez que logras cruzar ese umbral, es inevitable implicarte sentimentalmente, ¿no? 

Fue una cosa que a mí me ocurrió en un primer viaje con gente de la etnia hamer. Te implicas por una serie de circunstancias. Yo tenía una atracción por Etiopía antes de venir; una atracción muy grande por las etnias del valle del Omo, por cosas que había leído en revistas. Entonces, de alguna manera, ya estás un poco predispuesto a esa implicación sentimental. Luego la pasas mal, porque, como dices, te implicas en una cultura totalmente alejada y diferente a la nuestra, regresas a tu país, los dejas aquí y cuando vuelves a venir te encuentras dramas de los cuales tú no has podido solucionar nada, ni participar tan siquiera. Entonces es complicado. Lo que pasa es que, en mi caso, no era algo que yo hubiera planificado o que quería hacer, sino que me encontré una familia que me trató espectacularmente bien, me abrieron una puerta de una cultura por la que sentía una profunda atracción. 

¿En que punto te enganchaste definitivamente a la idea de viajar por África de una manera distinta?  

Mi viaje iniciático en África fue por Senegal y Mali, con poco conocimiento y con poco presupuesto. Fue un viaje que realmente salió fatal sobre lo que habíamos previsto hacer, pero que me dio la oportunidad de conocer a una etnia del País Dogón: los Dogones, con los que convivimos algunos días. Pese a la dificultad, pese a que no había salido todo como habíamos planificado, desde ahí me sentí profundamente enganchado por África. Eso detonó el decir: quiero repetir África y quiero repetir con alguna experiencia con etnias. Y si tuviera que hablar de un antes y un después, sin duda pondría el primer encuentro con los hamer. Pasé cuatro noches con ellos, conviviendo, y me despedí con lágrimas pensando que no volvería a verlos. Entonces me planteé el volver y conocerlos un poco más. Todo esto siempre muy vinculado a la fotografía, que es mi gran pasión. Llevo haciendo fotografía antropológica con etnias durante los últimos 20 años. La idea de involucrarme y conocer realmente a las familias me abría las puertas de la fotografía de una manera muy orgánica, relajada y transparente. Sin ningún filtro. 

Seguramente África sea el mejor lugar posible para hacer fotografía antropológica y de naturaleza.

La fotografía hecha con tiempo y con paciencia me ha abierto muchas puertas. Esto me ha permitido ver y vivir cosas distintas. Sin ella es verdad que quizá hubiera pasado como un turista más, como un viajero más. La foto te permite detenerte, buscar otro tipo de cosas con la excusa de capturarlas. Adentrarte en muchas culturas de una manera más profunda. La cuestión que supone estar en soledad con tu cámara en un entorno determinado la disfruto muchísimo. 

¿Realmente se termina de domar esa mira cándida y exótica en torno a África o nunca logras renunciar a ella del todo?

Es una cosa que me he preguntado muchas veces. Creo que siempre queda un poco de eso, porque yo estoy convencido de que me sedujo, en parte, ese exotismo de la etnia hamer, por ejemplo. Exotismo en todos los aspectos, eh. Ya no solo a partir del físico y la estética tribal, que también, sino esta manera tan definida, tan diferente de vivir. Que, claro, tiene cosas muy duras y muy negativas, pero luego tiene otras cosas que son, en mi parecer, realmente fascinantes. Ahora bien, después de veintitantos años de relación con ellos, estoy en otra fase. Te diría que cada vez me empuja menos ese exotismo; ahora son personas, son familia. Yo vengo a verlos como el que visita a la familia, al pueblo.

A lo largo de tus estancias en África, ¿has notado una evolución en los discursos etnocentristas? 

Yo tengo la sensación de que muy poco, realmente. No creo que haya evolucionado demasiado el discurso general en torno a África. Viajo con mucha gente por el continente y tengo la sensación de que siempre son los mismos comentarios desde hace veinticinco años. Respecto a la parte tribal, sigue habiendo un poco de paternalismo. Se replica esta frase típica frase de «no tienen nada y son felices», con muy poco conocimiento de lo que estamos diciendo. Porque realmente no adquieres un gran conocimiento en un viaje de siete días. Te puedes llevar muchas impresiones, sensaciones y emociones, pero realmente vas a conocer poco de eso que estás viendo. Lo normal es que te quedes con una idea muy superficial.

¿Cómo se le toma el pulso a un continente tan heterogéneo y tan diverso? 

Yo creo que es imposible, sinceramente. Pensamos en África como una cosa homogénea y no lo es. Estamos hablando de 54 países, cada uno con su idiosincrasia, cada uno con su cultura… y luego de cada etnia dentro de esos países con sus rituales, con sus tradiciones. No olvidemos que África es un continente que se acabó dividiendo de manera artificial, con la repartición que hizo Europa después del Tratado de Berlín. Y, claro, las consecuencias son las que todavía hoy en día se están sufriendo. Por eso creo que jamás terminas de domarlo, de tomarle el pulso. Luego, en mi caso, trato de abarcarlo lo más posible, buscando esas últimas fronteras africanas, tirando por Sudán del Sur, Angola, Nigeria. Me parece fascinante visitar esos países y descubrir etnias de las que hasta hace poco no había siquiera información escrita. África todavía tiene algo de eso, de ese misterio. Por eso, más que domarlo, hay que disfrutarlo.

¿Cómo afrontas ese dilema moral entre visibilizar ciertas tradiciones tribales bajo el esquema del turismo y, por el otro, tratar de mantener su pureza casi virginal? 

Yo, sinceramente, soy de explicarlo y de guardarme muy poquito. En ese sentido soy muy apasionado de las historias. De hecho, yo empiezo en el sector del turismo bajo esa idea, con la necesidad y las ganas de explicar a mi familia, amigos, que es lo que hay en Etiopía. Con la ilusión de que tuvieran experiencias parecidas a las que yo había tenido. Yo promuevo mucho que la gente conozca, acampe, que comparta una comida con estos pueblos, pero solo lo hago con gente que pienso que lo va a apreciar realmente. Que no quiere decir que siempre te ocurra esto, porque yo me he llevado muchos desencantos en la vida con este tema. De gente que llega a lugares que tú amas, que tú disfrutas, que sientes pasión por ellos y que le dan cero importancia, o que, incluso, hacen comentarios fuera de lugar. Eso a mí me ha causado conflicto en muchas ocasiones; al grado de decir: no pienso llevar a nadie nunca más a ningún lugar de estos porque no se lo merecen. Esa frase la he dicho en muchas ocasiones, particularmente en Etiopía, que se ha convertido en una suerte de segundo hogar para mí, un lugar importante a nivel sentimental y emocional.

¿Por qué Etiopía se convirtió en tu campamento base? ¿Qué la distingue del resto? 

Es un país complejo de abarcar en todo sentido, por eso me interesa explicarlo y transmitirlo. Hay un primer viaje de tres meses, cuando me planteo seriamente empezar a trabajar en el país, montar una empresa, con un vehículo recorriendo todo el país: norte, sur, hoteles y todo lo que yo entendía que podía ser interesante para hacer rutas. Planifico una serie de rutas y a partir de ahí, digamos, empiezo a ofrecer esas rutas a través de una feria de turismo. Mi única ambición era mostrar el país porque me parecía un destino alucinante. Después de haber estado en Asia y otras partes de África, sentí que este destino era realmente diferente al resto, así que busque implicarme más, establecer más contactos, hacer amigos, conocer gente valiosa, que sabes que puedes empezar a trabajar con ellos, y al final acabas creando una familia. En el caso de Rift Valley no somos una empresa, somos una familia: compartimos comidas, viajes, todo. A mí esa parte humana también me interesa mucho. Yo siempre digo que no soy un buen empresario. Soy más emprendedor que empresario, porque no pienso demasiado en la parte empresarial, sino que pienso mucho más en la ilusión que me hace generar una estructura para que la gente pueda conocer un destino como este. 

¿Qué te dicen las narrativas predominantes, casi siempre sensacionalistas, sobre Etiopía en medios internacionales? 

Cuando conoces un tema de cerca y lo ves explicado por según qué medios, te irrita, porque dices: ¿Cómo es posible que esto se explique de esta manera? Yo, desde que tengo uso de razones, desde que he empezado a viajar en Etiopía, he convivido de alguna manera con los conflictos. Yo me he encontrado en ocasiones en medio de tiroteos en Gambela o en el sur del país y no es que me guste, ni tampoco quiero decir que lo he normalizado, porque no es así, porque cuando te ocurre una cosa de estas lo pasas mal, pero sí que es verdad que luego comunicar esto muchas veces desde según dónde y con poca información o información que es tan subjetiva como la que te pueden dar partidarios de un lado o del otro, es complejo. Y sobre lo más reciente, por ejemplo, el estado de emergencia que se declaró tras lo ocurrido en Amhara, estuvo muy condicionado por el hecho de un grupo de españoles quedó atrapado en un hotel, de otro modo la cobertura habría sido nula. Eso me parece muy injusto. En ocasiones claro que me sabe mal perder esa parte del turismo, porque me interesa que la gente conozca más la Etiopía profunda, que no se queden simplemente con el hotel y la parte turística, pero me interesa más la parte humana, de entender cómo repercuten todos esos conflictos en la gente, en nuestro equipo de guías y conductores, en sus familias. 

¿Cómo haces para sensibilizar a la gente sobre los conflictos, la diversidad de etnias, la perpetua turbulencia política y crear un interés genuino en el país? 

Es complicado esto. Te decía antes que me he llevado decepciones, porque yo lo veo de una manera muy pasional. Entonces yo he intentado que la gente que venga aquí intente vivir las cosas de una manera parecida, en muchos aspectos, y eso no siempre lo consigues; de hecho no lo consigues casi nunca. Cuando yo veo gente que se emociona en una visita, es la mejor recompensa que hay; pero luego hay gente, y esto cada vez pasa más, que viaja porque viaja. Se apuntan a un destino porque toca. Piensan: hemos visitado Kenia, hemos visitado Tanzania, hemos visitado Sudáfrica, hemos visitado Botswana… ¿ahora dónde toca el mapa? No hay un interés real. Esa es mi opinión, es también mi percepción de la historia de gente que he traído de Etiopía. Eso lo llevo fatal, la verdad. Ahora, de hecho, trabajo muy poco de guía, porque no sé gestionar estas cosas. Los guías aquí son diferentes, lo llevan de otra manera, y son más fríos desde ese punto de vista sentimental que yo puedo tener. Al final hay un salario que cobrar y ya está; yo, en mi caso, escojo muy bien dónde voy y con quién voy, porque me cuesta, no sé gestionar demasiado bien eso.

Háblame de otra de tus facetas: la de fixer.

Debes tener ciertos características, ciertas cosas, pulsiones. Al final yo esto me lo he encontrado sin darme cuenta, porque el hecho de conocer bien un país, de trabajar con un equipo local, en un lugar como Etiopía, Uganda o Kenia, te da las herramientas para gestionar cualquier cosa. Yo he montado viajes con coches de lujo y he montado viajes de acampada. He pedido permisos para traer un dron en el país y he tenido que organizar viajes para 40 personas o 50 personas. En el momento que alguien se dirige a mí para decir: oye, mira, queremos hacer un programa de televisión en Etiopía, me han dicho que tú conoces muy bien el destino. Yo digo: pues sí, sí, encantado de la vida de trabajar con vosotros, ¿qué necesitáis? Pues necesitamos alquilar tres vehículos, necesitamos un permiso de dron, necesitamos un permiso de grabación, necesitamos alojamientos, necesitamos todo lo que hace falta para grabar una película, un documental, un programa de televisión o simplemente un corto. Y esto lo disfruto, en general, pero también ocurre que hay viajes exprés, productoras con pocos días, poco presupuesto, que todo lo quieren hacer rápido. Eso es más difícil de gestionar. Y luego, también, hay otro tipo de productoras que necesitan estar mucho tiempo en un mismo lugar, documentarse sobre una etnia en concreto que quieren grabar, y esa parte a mí me parece fascinante. Eso me ha permitido convivir un mes seguido con la etnia mundari de Sudán del Sur, por ejemplo. Me ha permitido conocer de cerca la historia de las hienas en la población de Harar, en el este de Etiopía. O conocer muy de cerca la relación que hay entre algunos rangers y los gorilas de montaña. Eso me parece un regalo; un trabajo que yo casi que pagaría por hacerlo y cobro por ello. Pero sí, sí, ya te digo: es un poco utilizar todos los conocimientos y todos los contactos que has ido haciendo a lo largo de tu vida viajera para decir: podemos hacer esto en tal destino. 

África, como viajero, te exige un determinado tipo de atributos y un determinado grado de curiosidad.

Te voy a compartir algo. Yo empecé a trabajar en Sudán del Sur justo después de su proceso de independencia, y para mí era un viaje muy especial. Había visto fotos de algunas etnias y tenía un conocido que había estado. En ese tiempo, 2012, prácticamente no existía la industria turística en el país, estaba todo por hacer, había un ministerio de turismo que era un container de un camión en una explanada en la capital, y eso era el ministerio de turismo. Entonces hago un primer viaje, con un guía, conductor, que trabajaba para una ONG que conocía el sur del país, y con él descubro una parte del país que supuso una gran aventura. Entonces ayudo a que eso se comercialice. Abro, no solo yo, sino con más gente, con algún español más, algún ugandés, un mercado, el cual ahora mismo es más fácil explorar. Y entonces veo que a la gente le da cero valor a eso, y yo pensando: con lo duro que ha sido llegar hasta aquí, abrir este destino, pelearme con las autoridades, haber pagado y peleado cosas que me decían, los permisos de fotografía. Todo eso para intentar hacerlo bien, para entender el proceso y luego poder hacer un presupuesto para un viaje. Cuando veo ahora a gente, vuelvo a repetir, a gente que colecciona destinos y que le dan muy poco valor a eso, me da como un poco de lástima y rabia, porque son destinos que les he dado mucho, les he puesto mucho cariño, sacrificio, incluso riesgo, porque yo en Sudán del Sur me he encontrado envuelto incluso en tiroteos. Y también me ha pasado con algunas zonas de Etiopía. Como que todo se normaliza, todo se facilita y supongo que tiene que ser así, pero a mí me da un poco de pena. 

Una vez inmerso en África, sobre todo en la parte tribal, es imposible desengancharse.

No solamente en la África tribal, también en la África de naturaleza, de vida salvaje. En los últimos años he descubierto un país como Gabón, que tiene dos millones y poco de habitantes, que es un país de selva y parques nacionales que me parece fascinante. Hacer paseos por la selva y descubrir fauna, poder ver un elefante o poder ver una familia de gorilas a pie… no me veo sin eso. Me cuesta ahora mismo dejar de tener esas experiencias, casi cada mes necesito tener algo. Vuelvo a Barcelona, a Sabadell, que es mi ciudad, y cuando llevo un mes allí, necesito coger un avión e irme a uno de estos destinos para pasar una larga temporada.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *