Resulta interesante por sí misma la frase “libro antiguo”. Como se ha discutido anteriormente, que tengamos en nuestras manos un libro viejo no necesariamente puede hacerlo valioso. Quizá llegó a nosotros en tan buenas condiciones porque en su tiempo no fue interesante o considerado importante, o porque existieron mil copias o un sinfín de cosas más. Lo que hace más específico e innovador, hasta cierto punto, poder delimitar las especificaciones que, en concreto, aprueban. Y evidentemente, en todo este proceso está implícita la filología.
La filología consiste en la fijación exacta, el establecimiento definitivo y la transmisión verídica de un texto mediante el seguimiento del stemma codicum (árbol genealógico de sus manuscritos), y la elaboración, a través de la crítica textual, del aparato crítico: explicaciones del texto con la nomenclatura en cada uno de los manuscritos, códices o adiciones, en el transcurso de su historia.
Así nace el concepto de filología en la época en la que fue acuñada, la clásica. Y, ciertamente, es a la que más nos gusta dedicarle tiempo como objeto de estudio, pero eso no significa que esta magna ciencia no evolucione; al contrario, ninguna tradición y/o costumbre puede ser delimitada por simples humanos.
Me gusta pensar en esta situación como una reflexión, pues nosotros nos vamos, pero las ciencias se transforman, son permeables y se ajustan al tiempo. Ellas no modifican nada en absoluto, pero sí son capaces de transformar, al contrario, el tiempo.
“El filólogo actual está forzado a ser modesto, necesita ayuda, ayuda que encontramos en las consultas con personas de distintas especialidades y, cómo no, en nuestro instrumento básico de trabajo: las bibliotecas, particular laboratorio que no admite sustituciones por deterioro o desuso y que, por el contrario, procede por acumulación. En filología un libro de principios del siglo XX puede tener validez para el investigador; el valor de los libros no se mide por la fecha más o menos reciente de aparición, sino por la calidad. Ciertamente los avances en el método permiten progresar, pero siempre contando con el pasado como punto de referencia.”
Codoner Merino, Carmen. (2005). La Filología y los Filólogos. 2018, de Universidad de Salamanca. Sitio web: http://www.scielo.br/pdf/es/v26n90/a07v2690.pdf
Con esta cita me gustaría recalcar algo que recientemente leí y me parece muy apropiado para entender esta transición y, si se quiere, transformación mutua con el paso del tiempo: “Este correctivo que es para Nietzsche, en la intención más que en otra cosa, la Filología Clásica consiste, por supuesto, en la Filología oficial y tradicional alemana […] si la ciencia tiende al conocimiento, la Filología, como tal, alude al arte.”
Una vez que ha sido claro el concepto de filología y brevemente hemos comentado la gran influencia que tiene con la lingüística, y no porque alguna destaque sobre la otra o sean codependientes, el término que me gustaría utilizar para la relación tan estrecha y a la vez tan libre que tienen ambas ciencias es reciprocidad. Me considero una amante apasionada de la lingüística, no sé si más que de la filología, pero no podría concebirlas separadas. Es por eso que decido incluir en el presente texto esta valiosa aportación: “La filología parece así marcada no sólo por el estudio de los textos escritos, sino también por el de textos literarios”. Sigue diciendo Lázaro Carreter en su Diccionario de términos filológicos que “antiguamente se designó así, filología, la ciencia que se ocupaba de fijar, restaurar y comentar los textos literarios, tratando de extraer de ellos las reglas del uso lingüístico. Modernamente, amplió su campo, convirtiéndose además en la ciencia que estudia el lenguaje, la literatura y todos los fenómenos de la cultura de un pueblo o de un grupo de pueblos por medio de los textos escritos”.
Para otros autores, sin embargo, la distinción entre filología y lingüística es neta. Dubois et al. (1979: s.v. filología), por ejemplo, estima que lingüística y filología no son sinónimos, sino que, por el contrario, son ciencias que, aunque están en contacto, son muy distintas. La filología -dicen- es una ciencia histórica, cuyo objeto es el conocimiento de las civilizaciones del pasado a través de los documentos escritos que nos han dejado. La filología es la crítica de los textos; intenta «establecer el texto» por medio de técnicas y ciencias auxiliares (estadística, historia, lingüística, literatura, economía, sociología, etc.). Por su parte, para estos mismos autores la lingüística es una ciencia moderna, que se desarrolla sólo a partir de finales del siglo XIX, y cuyo objeto exclusivo es la lengua en su manifestación hablada y actual.
Ya ha quedado definido el concepto de filología sus usos, la estrecha relación que tiene con otra fabulosa ciencia, pero es preciso explicar qué la relaciona al estudio del libro antiguo. Para tal fin es necesario, de la misma forma, desglosar dicho concepto: “Posiblemente el criterio de mayor peso en el libro antiguo sea el iniciado por la corriente anglosajona de la bibliografía material, la cual se ha dedicado al estudio sobre la técnica de producción de los libros impresos desde sus inicios, con el fin de aclarar y marcar pautas en los cambios que sufre un original en su paso por la imprenta […] Un criterio a tomar en cuenta para la definición de libro antiguo es el histórico y obedece a fines didácticos, por lo que suele establecer una cronología en siglos, que, de acuerdo con Fermín de los Reyes, no corresponde a la realidad de concepción y elaboración, aunque sí coincide con algunos periodos asumidos, como incunables. Por lo tanto, se hablaría del libro en los siglos XV, XVI, XVII, XVIII, XIX y así sucesivamente […] Considerando los criterios señalados (material, intelectual, bibliotecológico e histórico) y analizando las constantes cronológicas, se tiene que entender por libro antiguo aquella obra cuyos materiales y sistemas de elaboración son totalmente manuales, sea manuscrito o impreso hasta el siglo XIX.”
Pese a esta vasta descripción, para los estudiosos, sobre todo a los
bibliotecólogos, resulta complicado diferir entre libro antiguo, libros raros, códices o manuscritos.
Trapero, Maximiliano. (1997). De la filología a la lingüística y de la lingüística a la filología. 2018, de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
“Como regla general, una obra del siglo XVI valdrá más que otra del XIX. Sin embargo, no es un elemento ni muchísimo menos determinante, salvo aquellos publicados hasta el año 1500 llamados incunables y que tienen gran valor.”
“También lo tienen aquellos libros que si bien no son incunables le siguen de cerca, como los que aparecieron entre los años 1500 a 1550. Por otro lado, obras de un mismo siglo tienen distinto valor en función de su lugar de impresión. Encontrar un libro del siglo XVII impreso en los países nórdicos es mucho más difícil que uno impreso en Venecia, ciudad que contaba con abundantes imprentas. En España, los libros en su mayor parte se imprimían fuera de la península, por la escasa calidad de las imprentas peninsulares.”
Todo libro Antiguo. (2013). Sitio web: http://www.todolibroantiguo.es/valoracion-libro-antiguo.html
Esto nos lleva al punto que, escasamente hemos abordado sobre la mala
identificación de un libro antiguo, y más aún, poder estimarlo. Algo que les rompe la cabeza a los bibliotecólogos es poder identificar la imprenta de la que provienen, quien fue su autor, de que tiempo datan, y es de esperar que si a los doctos en el tema les genera este tipo de conflictos suceda con mayor facilidad para quien es inexperto y no sea capaz de identificar un buen empastado, o que esté en buen estado, el número de copias, pues quizá ese libro haya vendido demasiados ejemplares por tratarse de un tema innovador o específico o si en realidad tal libro sólo contó con un puñado de copias que en realidad no fueron muy reclamadas pues carecieron de interés entre los lectores, y no hay que dejarse engañar, pues pese a que un libro posea miles de copias, solamente eso no lo hace tan valioso, como la Biblia, por ejemplo, a menos que sea una con un empastado en específico o de una fecha específica. Estos puntos son los que hay que tomar en cuenta para poder calcular el valor de un libro.
“Los libros por ser antiguos no son importantes ni valiosos, ni culturalmente ni monetariamente. Podemos encontrar libros antiguos que son baratos, mientras podemos hallar otros que valen miles de dólares. Mucho del valor depende del tipo de libro, la rareza y el contexto […] es importante la valorización de un libro “para
Trillo, Gerardo. (2017). Criterios para la valorización del libro antiguo. 2018, de Casa de la literatura peruana.
reconocer el patrimonio documental y bibliográfico; fortalecer la identidad y conciencia nacional; protección contra el tráfico ilícito; y la puesta en valor de nuestros bienes”.
El reconocimiento o caracterización material de un libro debe partir de la
descripción de lo que es evidente, como su contenido y las características de su encuadernación; sin embargo, los datos referentes a la materialidad del libro a nivel microscópico y elemental son de utilidad para resolver problemáticas específicas dentro del campo de la restauración, así como para definir medidas de conservación preventiva.
Y aquí es donde entra el papel de la filología, pues, como ya se ha dicho, mientras a algunos estudiosos les cuesta trabajo datar los libros o identificar la imprenta o al autor, para un filólogo resulta muy fácil pues la labor de traducción no es difícil, así que identificar a un autor no es complejo. Pero este ejercicio requiere mucha sensatez y compromiso al momento no sólo de precisar los datos del libro que tengan en sus manos sino la traducción, pues son ellos quienes son los primeros lectores del texto original y de ellos dependerá la forma (traducción) en la que nos llegue, lo cual resulta muy interesante pues aquí interviene un punto que se ha abordado líneas arribas: el tiempo. Dependerá de éste totalmente el contexto con el que nos llegue tal o cual obra. Personalmente, encuentro muy atinado el término tradutore tradittore. Un buen traductor, no debe traducir palabra por palabra, debe fijarse en el contexto, en lo que desean transmitir. Y ese es trabajo completo de la Filología, lograr que con las palabras adecuadas se logre transmitir no sólo la intención sino la esencia del autor, que pese al transcurso del tiempo la obra logre conservarse intacta, y no se habla nada más de su empastado, pero todos los sentimientos, sensaciones y pensamientos que el autor quiso dejar plasmados, y no se puede llamar una buena traducción sólo porque logre estas características, se necesitan conocimientos gramaticales, léxicos, semánticos y estilísticos, sólo entonces, cuando el traductor haya logrado, lo que nos deja ver no sólo a la filología como materia prima para el estudio (óptimo) del libro antiguo, sino como se conjuga con más de una ciencia, como la lingüística, gramática, traducción.