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El Tri: ¿estamos siendo felices?

No sé cuántos aniversarios le queden a El Tri, pero verlos en directo es una oportunidad para entender de mejor manera lo que significa el rocanrol. Es una de las pocas cosas que no le van a poder arrebatar al pueblo.

Ya me sucedió con varias canciones que, cuando iniciaron, pensé que eran Todo me sale mal, me dijo Evelyn. Un par de horas después, en plena visita al baño, pensé que me estaba perdiendo el arranque de esa misma rola, pero resultó ser cualquier otra. No es una exageración: muchísimas canciones de El Tri arrancan con la misma base, exactita, sacada del blues-rock texano; concretamente de La Grange, de ZZ Top. Sirva esto como arranque del texto, pero permítanme colgarle, a la vez, el cartelito: no es queja.

Álex Lora y El Tri no son una banda de rock al uso. No se acude a él o a un concierto suyo con el aura de grandeza que sí podrían haber generado contemporáneos como Javier Bátiz o Carlos Santana. No se le rinde culto como astro del rock ni como iluminado de la lírica urbana. Es, más bien, una suerte de portavoz. Por tirar un ejemplo: ver a Caifanes en directo involucra aceptar un contrato donde Saúl Hernández se convierte en una deidad absoluta sobre el escenario. Caifanes -al menos ahora- engloba tres nombres propios: Alfonso André, Diego Herrera y el mencionado Saúl; ninguno de los otros dos -así como en su momento no ocurría tampoco con la histeria guitarrera de Alejandro Marcovich o la imagen de Sabo Romo al bajo- está cerca de Hernández en términos de culto. Caifanes, casi, es Saúl, que inteligentemente devuelve el gesto devoto al público afirmando que no: que Caifanes es la raza. Con Lora no es necesario el intercambio: El Tri no es lo que ocurre sobre el escenario; es un todo. Es la mentada de madre de ida y vuelta entre el frontman más parecido a Mick Jagger que podríamos haber tenido y un público que acude al concierto más dispuesto a mandarlo a chingar a su madre que a aplaudirle (sin que esto conlleve un insulto; es la manera de rendirle pleitesía). ¿Hace sentido? No. Precisamente El Tri es un fenómeno que juega a que muchas cosas no hagan sentido.

Foto: Andrés Araujo.

En sendas entrevistas con Javier Paniagua y Yordi Rosado, la gran crítica que recibía Álex Lora de parte de los usuarios era la imposibilidad (o reticencia, o rechazo) a salirse de su personaje. La gente esperaba, quizá, que el rockero hablase sobre la construcción del tipo que ven en el escenario. Me quedó claro que esa dimensión, al menos en el caso de Lora, no existe. Joaquín Sabina, por ejemplo, habla siempre de sí mismo en términos de personaje: determina el bombín como el elemento que establece si está dentro o fuera de él. Lora es el cantante de El Tri las veinticuatro horas, y lo ha sido durante los últimos cincuentaiséis años. No existe paso previo. El mayor síntoma de esto es cómo, tanto para las mencionadas entrevistas como para comentar un juego de fútbol al que es invitado, le es imposible no llevar su guitarra. Tiene que colgársela y tocar dos o tres acordes para responder ciertas preguntas (o, también, a veces, para huir de ellas). Álex Lora, como figura, es absolutamente plano: es previsible, es transparente. Es un transmisor de algo que entiende como una cosa más grande que él mismo: el rocanrol. Es un mensajero. Carga con un puñado de canciones que son auténticas proezas literarias (Las piedras rodantes, Triste canción de amor y Cuando tú no estás, al menos, son rolas que se defienden por sí solas) y otras más que relatan momentos o figuras específicas y sirven como relleno al repaso de la historia social mexicana que implica un concierto de El Tri. Lora no retó al rocanrol; no dio ningún paso en dirección contraria, ni siquiera desconocida; fue tan irreverente como lo determina el librito rockero. Lora es, por tanto, contradictorio, simple y sencillamente porque el rocanrol hoy es, por sí mismo, contradictorio: reniega de nuevos ritmos (dígase reggaetón, corridos tumbados o lo que él mismo ha llegado a denominar música cuatrera) reivindicando, a la vez, todo aquello que en su momento fue anti-sistémico. Cuando el rocanrol es ‘lo establecido’ y llegan a retarlo es cuando no resulta del todo placentero.

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Dicho lo anterior: qué experiencia acudir a un concierto de El Tri. Es alargada la sombra del concierto del aniversario 50, celebrado en el Palacio de los Deportes, donde Lora anduvo brincoteando en el escenario durante siete horas y fracción. Ahora fueron cuatro; cupo cierta prudencia. El evento arranca con una danza azteca; se muestra luego una bandera de México con la virgen de Guadalupe en cada lado y se entona, cómo no, el himno nacional. Los símbolos patrios al servicio del rocanrol.

Me sorprende, aún, lo prudente del nombre: El Tri. Es el nombre perfecto para una banda que se erige como piedra fundacional del rock mexicano y que engloba en sí misma -o, de menos, busca hacerlo- la idiosincrasia del mexicano. Lora eligió el nombre Three Souls In My Mind allá por 1968; aduce que el error gramatical -en honor a la verdad: casi imperceptible- es intencional. Lo correcto, dice, habría sido ponerle a la banda Three Souls On My Mind; así como la rola de Elvis: Always On My Mind. No quería, sin embargo, que la gente pensara que éramos unos rocanroleros de Ciudad Juárez, de la frontera, demasiado agringados; el error podía darnos el beneficio de la duda: ser considerados unos chilangos pendejos. Hay que decir que Álex Lora habla un inglés extraordinario, casi de excepción, desde chamaco: la historia podría ser verídica. Sin embargo, como en casi todo lo que Lora puede establecer en entrevistas -una de tantas: afirmar que su concierto sinfónico fue el primer evento de rock en el Auditorio Nacional, cosa que a todas luces no es cierto-, es necesario acudir a una de las frases máximas en la historia musical: si la leyenda es superior a la verdad, impriman la leyenda. Three Souls On My Mind, evidentemente, mutó a El Tri: vamos a ver a El Tri. A la larga, entre las dos tierras que representan el partido político que dominó el país durante la era moderna y la Selección Nacional de Fútbol, el nombre resulta invencible. Reúne los principales pilares de la identidad nacional y se asume, a la vez, como uno más de ellos.

Foto: Andrés Araujo.

¿Estamos siendo felices?, preguntó Álex Lora quince o veinte veces a lo largo del show. Lo estábamos. Lo estuvimos durante esas más de cuatro horas de bailazo donde reivindicó a Ciudad Neza como cuna del rock nacional, recordó el simbolismo de María Sabina y cantó sobre las víctimas de las explosiones de San Juanico. No sabría decir si El Tri le canta a los márgenes o canta desde los márgenes; no sé si canta lo que mucha gente que no tiene voz quiere cantar o lo que quiere escuchar. Sea como sea, utilizando un adjetivo que siempre me causa escozor cuando se trae a la palestra musical, Álex Lora es un artista sincero. Es, también, dicho sea de paso, un excelente escritor de primeras frases: sus canciones, él mismo lo dice, se conciben alrededor de un tema, y la primera frase siempre es un fogonazo clarísimo en ese sentido. La gente llegó, bebió, cantó, le mentó la madre (con lágrimas en los ojos, algunos), bebió de nuevo y se fue.

No sé cuántos aniversarios le queden a El Tri, pero verlos en directo es una oportunidad para entender de mejor manera lo que significa el rocanrol. Es una de las pocas cosas que no le van a poder arrebatar al pueblo.