El viaje de Haidi: el poder de lo interior

El buen lector se deja picar por la curiosidad; siente la necesidad de indagar, profundizar y hasta de comprobar la información que se despliega ante sus ojos. Así, a menudo me preguntan por qué escogí el nombre de Haidi para la protagonista de mi libro El viaje de Haidi (Editorial Autografía, 2020), dando pie a una repetida confusión con los entrañables dibujos animados de los años 70, o si mi pseudónimo (Lovelace) guarda alguna relación con cierta película erótica que desconozco; se cuestionan el significado del «viaje» que aparece en el título, así como el motivo por el cual hablo de otra enfermedad en lugar de la mía propia. Bien, aquí van unas cuantas respuestas.

Me declaro una apasionada de la literatura clásica y, como tal, mi joven heroína lleva el nombre —si bien castellanizado— de Haydée, doncella enamorada de Edmond Dantès o Conde de Montecristo, mientras que mi pseudónimo es un tributo personal a Augusta Ada Lovelace, hija del romántico Lord Byron. Para explicar por qué me decanté por un término tan anodino como «viaje» es preciso adentrarnos en el proceso de escritura que viví. Todo empezó poco antes de que irrumpiera la pandemia del Covid-19…

Me hallaba hundida en una depresión grave provocada por mi recién descubierta incapacidad física e intelectual, obsequio del lupus sistémico que había decidido instalarse en mi organismo; disponía de interminables horas para darle vueltas a la cabeza y, gracias a la fantasiosa imaginación que he tenido desde niña, también para inventar. Llevaba aproximadamente seis meses proyectando en mi mente el romance entre Haidi y Alistair, sin plantearme el hecho de plasmarlo en un papel; ni siquiera en mis tiempos de estudiante de filología se me pasó por la cabeza escribir un libro. Pero llegó un momento en que el día contaba con demasiadas horas para mí y, como no tenía nada que perder, empecé a escribir mañana, tarde y noche.

A escribir y a reescribir, dado que rehice el primer capítulo no sé cuántas veces. Un drama romántico con el que quería transmitir la desolada situación de Haidi sin que esta fuera lacrimógena, representar su atormentada mente sin que el escrito se asemejara a un tratado de filosofía. Por aquel entonces se impuso el confinamiento mundial. Pasaba horas y horas sentada frente al ordenador, viendo cómo crecía el número de páginas del documento, asombrada del cúmulo de sentimientos que había en mi interior luchando por salir a través de las letras.

Sí, Haidi tiene mucho de mí y no me refiero sólo al cabello pelirrojo, la timidez o la orfandad. Su evolución psicológica es absolutamente autobiográfica, centrándose en un mensaje que deseo hacer llegar al máximo número de personas, no por cuestiones económicas ya que yo no vivo de mis libros, sino por la vital importancia del mismo: hacer el ejercicio mental de dirigir la atención hacia los puntos satisfactorios de nuestra vida por nimios que parezcan, sentir gratitud por ellos, a la vez que aceptamos los no tan satisfactorios en lugar de recrearnos en la autocompasión. Un ejercicio básico y sencillo —casi primitivo— pero que nos llevará a un estado de semifelicidad. Y digo «semi» porque mentir no es propio de mí. No soy completamente feliz porque sigo teniendo un sinfín de momentos de dolor y de inexplicable agotamiento, pero sí me siento mucho más dichosa que hace cinco años, cuando sólo prestaba atención al malestar y a los síntomas invalidantes que me acuciaban.

Así pues, ese es el doble —o triple— significado del susodicho viaje: el desplazamiento físico desde Barcelona por parte de la protagonista, la evolución psicológica que experimenta desde el victimismo hasta la aceptación, la cual no es más que un reflejo de mi propio periplo espiritual. Llegados a este punto, y partiendo de la base de que el buen lector es curioso, quizá mis palabras hayan despertado el interés sobre el argumento de la novela…

Afectada por una enfermedad pulmonar degenerativa, Haidi Grams carga con el lastre de la negligencia y el desamor de su padre, quien marcó su alma con huella indeleble, convirtiéndola en una muchacha derrotista y retraída. Tras pasar la adolescencia en un centro de menores, se ve obligada a buscar el único remedio para su enfermedad en Inglaterra, país caracterizado en esa época por tajantes medidas contra inmigración. Allí se embarca en una tórrida aventura con el irresistible Lord Ashley, a quien cautiva por completo con su cabello bermejo, su escasa talla y su candor, pero éste, escarmentado de sus anteriores relaciones, se muestra receloso y mezquino con sus privilegios y su poder. Ignora que a Haidi apenas le queda tiempo.

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