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Emily Brontë y un puñado de loros metafísicos

Entonces me pregunto: ¿quién escribe?, ¿escribo yo, o escribe lo que queda de mí? Me lo pregunto siempre.

Por: Paula Moreno.

La luz casi se ha ido. Estoy sentada sobre la alfombra del salón, en frente de la mesita de café que compramos en la tienda de segunda mano que tanto nos gusta. Esta casa está llena de mobiliario de segunda mano y plantas y flores y madera que cruje y suelos con manchas de pintura como si alguien hubiese sacudido un pincel sin importarle el resultado y ventanas blancas muy viejas por las que a veces se cuela un hilito muy fino de frío; pero no importa, porque esta casa es cálida.

Son las cinco y media de la tarde y llevo una hora aquí sentada. Hace una hora que preparé el café y me senté aquí con la pila de libros que ido recolectando durante meses para escribir mi disertación y a la que he bautizado como mi ​colección de libros Brontë​. Hace una hora que me senté aquí en el suelo, en frente de la mesita y pensé: vaya, me he olvidado de encender la luz. No he abierto ni uno solo de los libros ni he empezado a escribir como me prometí hace una hora. Es marzo y debo entregarla en mayo: tengo que empezar​ ya, p​ienso, pero la luz de la tarde ya se ha desvanecido, el café está frío y la pantalla sigue en blanco.

Sin embargo, todo está en mi cabeza. En este punto ya considero a Catherine, Heathcliff y compañía buenos amigos míos; pienso en ellos, sueño con ellos, me pregunto constantemente: ¿cuánta violencia confundimos con amor a diario en tiempos contemporáneos?

Pienso en
//simbología Romanticismo reminiscencias góticas las casas tormenta páramos domesticidad lo salvaje lo prohibido lo violento lo inexplorado lluvia escurriéndose entre truenos fantasmas familias ¿amor?//.

Todo está en mi cabeza: la estructura, los personajes, los espacios. He leído ​Cumbres Borrascosas tres veces y he llenado las páginas de notitas, post-its y marcas y aún así, soy incapaz de escribir. Y entonces me pregunto: ¿por qué esta nada; por qué están mis manos desconectadas de mi cerebro; cuándo se ha convertido la escritura en una olla a presión a punto de reventar?

Me pregunto y me pregunto porque eso es todo lo que puedo hacer. Quizás esto ni siquiera sea un [texto], quizás sea tan solo una colección de preguntas mal hechas, de pensamientos aleatorios en forma de estas construcciones arbitrarias que hemos decidido llamar ‘palabras’ y de las que hemos aceptado un ‘significado’ determinado. Entonces pienso en el signo lingüístico y sus componentes [significante y significado] y estas dos palabras vuelan por mi cerebro como loros silvestres (significante significado significante significado significante significado significante significado). Yo creo que los significantes y significados de mis palabras han perdido la conexión léxica que los unía y ya no forman parte de una unidad, de un todo, sino que son elaboraciones metafísicas sin sentido que me empiezan a atormentar. Todos los loros de mi cabeza se han comido los significados de mis significantes y ahora quedan palabras vacías que repiten y repiten y repiten.

Me acuerdo del principio de la novela ​Jazz , ​de Toni Morrison, en la que su protagonista ataca el cadáver de la amante de su marido con un cuchillo; luego deja salir a todos sus pájaros por la ventana y el loro, ya libre, canta “te quiero” antes de congelarse [t-e-q-u-i-e-r-o]. Realmente pienso que lo más probable es que yo sea ese loro y tan solo repito las palabras que he aprendido de un modo u otro. Lo que cada vez tengo más claro es que mis significados se han ido. Vuelo sin rumbo mientras me congelo y todas las cosas que he dicho se convierten en algo hueco y estéril. Me pregunto: ¿qué es un significante vacío?; ¿qué quieren decir los loros, acaso dicen algo realmente?

Escribo porque así al menos mis huecos se hacen patentes; así entiendo su existencia y la acepto. No voy a revelarme contra mi pequeña tragedia lingüística, no voy a sumergirme en la negación y la rabia porque entender el vacío es entender la vulnerabilidad; entender el vacío es entender dónde se encuentra la posibilidad. Así que escribo como mi método cartesiano particular, dudo y dudo porque en la pregunta encuentro el vacío y, por tanto, la posibilidad. Pero esto no es un [texto]. Esto es otra cosa.

Rechazo.
Un juicio.
Una oda a mi incapacidad. Un grito de ayuda.

Querida Emily Brontë, me siento ahora como si fuera un páramo y la vegetación no fuese a crecer en mí nunca. Me siento como tierra estéril ahora que todas mis palabras me han dejado, que se han ido a paisajes más verdes; abandonaron este [cuerpo] y encontraron refugio en algún otro lugar. Querida Emily Brontë, siento ahora que no me queda nada más que decir salvo gracias y lo siento; lo siento porque no soy escritora ni lo seré nunca; lo siento porque este no es el tributo que quería para ti; lo siento porque sigo llamando a tu ventana esperando que me dejes entrar cuando no soy nada más que una sombra, un espectro de lo que quiero ser.

Sí, esto debe ser otra cosa. Entonces me pregunto: ¿quién escribe?, ¿escribo yo, o escribe lo que queda de mí? Me lo pregunto siempre.

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