En Japón no hablan subtitulado (3): La desilusión del amor y los jóvenes herbívoros

Las exigencias laborales han provocado que formar una familia sea visto como un lastre.

Actualmente Japón se enfrenta a dos problemas difíciles de resolver contemporáneamente. Uno es la sobrepoblación, especialmente en las grandes áreas metropolitanas. El otro es el envejecimiento de su población: el país tiene una de las mayores esperanzas de vida del mundo, pero una tasa de natalidad muy baja. Las exigencias laborales y las dificultades económicas han provocado que, cada vez más, formar una familia o incluso tener pareja sea visto como un lastre que, sencillamente, no sale a cuenta.

Los estudios realizados a lo largo de la última década muestran un creciente desinterés de los jóvenes en cualquier tipo de relación. Más de la mitad de los encuestados (hombres y mujeres de entre 18 y 35 años y no casados) respondieron “no estar en ningún tipo de relación”; un cuarto de los hombres y la mitad de las mujeres declararon “no estar interesados o rechazar el contacto sexual”. Entre los motivos citados, mencionan que “no le ven sentido al amor”, “las relaciones no conducen a nada” o, recurriendo a un proverbio, “el matrimonio es una tumba”.

Parte de esto se puede atribuir al ritmo de la sociedad japonesa en la actualidad: con largos horarios de trabajo, el tiempo para uno mismo es escaso y ya no digamos para otra persona. Por ese motivo mucha gente prefiere dedicar su valioso tiempo libre a sí misma y a sus aficiones, y creen que “meter” a otra persona en su vida, a menos que tengan los mismos hobbies, les obliga a sacrificar aquello que les gusta.

Por otra parte, el objetivo último del noviazgo aún se ve generalmente como el matrimonio y, eventualmente, los hijos. Y ambas situaciones implican un gran sacrificio económico que muchos no quieren -y en ocasiones no pueden- asumir: el coste de una vivienda, de la educación y de mantener a una persona más representa una carga considerable, especialmente cuando el empleo ya no está asegurado de por vida como ocurría antes de que estallara la burbuja económica en 1991.

Casarse también implica, especialmente para las mujeres, perder su independencia económica. Debido a la exigente cultura del trabajo japonesa y las dificultades para conciliar la vida laboral y la familiar, tener un hijo resulta en muchos casos incompatible con mantener una carrera profesional: alrededor de un 70% de las mujeres japonesas dejan de trabajar al ser madres o toman trabajos a tiempo parcial (mal pagados y poco considerados). Incluso el hecho de casarse dificulta sus posibilidades de progresar y ascender, ya que sus jefes dan por sentado que en algún momento van a tener hijos y dejar la empresa. Para sus parejas las perspectivas no son mejores, ya que si uno de los dos miembros deja su empleo, el otro tendrá que trabajar aún más, una presión extra que cada vez menos gente está dispuesta a soportar.

La expresión sôshoku-kei (literalmente, herbívoros) fue acuñada en 2006 por la socióloga Maki Fukusawa para describir a los hombres “que no estaban interesados en la carne”, es decir, que tenían una actitud indiferente ante el sexo, aunque algunos sí estaban abiertos al aspecto sentimental de una relación. En un sondeo de 2010, un 60% de hombres en la veintena se identificaban como “herbívoros”; el porcentaje ascendía hasta el 70% entre los hombres en la treintena. En 2013, un sondeo similar entre mujeres (si bien de menor edad, entre 16 y 24 años) resultó en un 45% de las encuestadas identificándose como “herbívoras”. En ambos casos, las razones eran parecidas: las personas que respondían no estar interesadas decían que formar una familia, o incluso estar en una relación, suponía “demasiados problemas.”

La situación amenaza con agravarse cuando esta generación se retire de la vida laboral, aunque por otra parte ello suponga menos competencia a la hora de encontrar un trabajo. Así pues, cualquiera de las salidas tiene sus propios problemas. Si la tendencia continúa como en la actualidad, probablemente se produzca una reducción importante de la población: desde 2010 la tasa de crecimiento es negativa y se reduce en unas 250.000 personas al año. Al coste de un desafío importante a nivel de gestión, puede que el país acabe por alcanzar un nuevo equilibrio. La pregunta entonces será si esta actitud “herbívora” puede ser revertida.

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