FOTO: KARINA TEJADA/EXCÉLSIOR.

Sinceramente tuyo, Rosa Nissán

El otro día pensaba en ella con no poca nostalgia. En lo insufrible que debía ser el encierro para un alma tan libre

Una noche de viernes del último febrero conocí a la entrañable escritora de origen sefardí, Rosa Nissán, en un café de cuyo nombre prefiero no acordarme. Me conmovió verla escribir a mano. Dijo que trabajaba en una nueva historia. Hablamos sobre su trilogía de autobiografía novelada, que vio la luz en 1992 con Novia que te veallevada al cine por Guita Schyfter, con guion de Hugo Hiriart—, lo maravilloso que era viajar por Oriente Medio y la soledad del escritor. Me invitó al taller de escritura que, hasta hace no mucho, impartía todos los lunes en su casa, en la calle de Parral, en la colonia Condesa. Anotó en un pedazo de papel su dirección completa y su teléfono, y se alejó, sigilosa, con ese inconfundible mechón azul -o quizá rosa- en la nuca. 

Días después fui a verla a su departamento, del que sobresalía una enredadera que cubría casi todo el techo y los versos más insignes de Ítaca, el poema cumbre de Constantino Cavafis, tapizando la puerta principal. Éramos como mucho diez personas. Nos puso a escribir sobre paternidad y maternidad. Me inspiré en aquello que decía Aristóteles sobre que los padres siempre quieren más a los hijos porque los ven como obras maestras, mientras que ellos suelen mirarlos más con un aire de resignación entrelazado con rebeldía. Ah, que tú escribes —me dijo—. Eres el del café. Ahora sí ya me acordé de ti. 

El otro día pensaba en ella con no poca nostalgia. En lo insufrible que debía ser el encierro para un alma tan libre. “Es muy doloroso, hemos perdido las calles, los abrazos”, le dijo a principios de mayo a Virginia Bautista, en las páginas de Excélsior. Me alegró profundamente enterarme que mañana, a un par de semanas de haber cumplido 81 años, formará parte de un coloquio virtual moderado por Shoshana Turkia, con otras escritoras judías como Sophie Goldberg, Silvia Cherem y Sandra Frid. Nunca le ha quitado el sueño autoproclamarse como bandera feminista, y sin embargo lleva casi 30 años cuestionando el patriarcado, la sumisión de la mujer y el absurdo de la maternidad esclavizante.

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