Cualquiera diría que eres escritor…

De romper fronteras se trata el encanto, las letras, cualquier batalla.

Gracias a la pelea mi padre me enseñó a despreciar. Me preguntó con quién me había enfrentado. Llamé “indio” a Rosales. Mi padre dijo que en México todos éramos indios aun sin saberlo ni quererlo, y si los indios no fueran al mismo tiempo los pobres nadie usaría esa palabra a modo de insulto. (…) Mi padre me señaló que nadie tiene la culpa de estar en la miseria, y antes de juzgar mal a alguien debía pensar si tuvo las mismas oportunidades que yo.

Las batallas en el desierto; José Emilio Pacheco

La discrecionalidad, la famosa compostura, cada vez existen menos en las salas de los escritores, cada vez se ausentan más y, como consecuencia, los escritores y escritoras exigen que todos los reflectores apunten hacia ellos –como únicos protagónicos de todo. José Emilio Pacheco no era uno de esos a quienes el protagonismo les importara más que su propia obra o la trascendencia intrínseca que sus letras retrataban (y retratan). A pesar de su relevancia en México, y, también, a nivel mundial, sin embargo, el oriundo de la Ciudad de México nunca recibió los premios que, quizás todos en el pupitre de lectores, le hubiéramos otorgado. Porque, para comenzar, antes éramos (y seguimos siendo) sólo eso: lectores, admiradores de sus letras que se iban ensanchando con el tiempo, abarcando la poesía, la prosa, el ensayo, el relato. Por tanto, a la hora de elegir qué sí o qué no puede alguien recibir a manera de reconocimiento, podemos bajar la mano y guardar silencio. De escrutar y elegir que se encarguen los expertos; nosotros, lectores, debemos disfrutar.

La notoriedad de la figura de José Emilio Pacheco como escritor en habla hispana, así como también en otros países donde otrora idioma predomina en distinción al español, es trascendental, pues las traducciones, a decir verdad, son notables. Es una huella imborrable de la literatura, que nadie puede hacer menos, ni, tampoco, desaparecerle -aunque dudo que alguien tenga el deseo de hacerlo. Por esa trascendencia perenne que sigue aún su rastro después de él fallecido es que su legado insiste por sí mismo en resistir. Una especie de eco inagotable por los tiempos que aún transitamos.

La universalidad de su obra es por demás extensa, alternativa, y sin embargo, algo permea siempre en cada uno de sus escritos, una característica muy particular: una narración siempre renovada, abierta a las posibilidades del cambio. El autor de Morirás lejos (1967) consideraba que la literatura era algo que mutaba, que se hallaba en constante cambio. La fantasía que nos contaba era breve, siempre anecdótica, prescindible siempre de explicaciones: era su mundo fantástico y a él nos invitaba. Recurría, dentro de sus historias, principalmente en sus cuentos, a un constante paso del tiempo, a la infancia, al descubrimiento natural de las cosas como parte de un autoconocimiento (propio y ajeno).

Más allá de sus novelas, poemas y relatos, José Emilio publicó hasta su muerte su columna Inventario, primero en el suplemento cultural de el periódico Excélsior y, después, también por invitación de Julio Scherer, en Revista Proceso, desde 1976 hasta 2014, cuando hubo fallecido. Tal fue el reconocimiento e importancia de sus letras en el ámbito cultural que, en 1980, Inventario recibió el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural. Dicho premio, aprovechando el nombramiento, no fue recibido por Pacheco, pues éste se rehúso a recibirlo en manos de José López Portillo. Inventó estar fuera del país e hizo, a gracia suya y para obtener el premio, que lo recibiera Armando Ponce.

Poner sobre la mesa el número de publicaciones para así decir que un autor fue importante o no, es un asunto que califica de absurdo en cuestiones rígidas. E igual de mezquino cuando se le mide al autor o autora el éxito por obras vendidas. Hay autores que tienen obras hasta decir basta, que venden como se venden almas en el purgatorio; mismo de los que ahora nadie se acuerda. Las publicaciones de José Emilio, considero, fueron siempre mesuradas. Más de un par de decenas forman parte de su cúmulo de publicaciones; más poesía, incluso, que casi cualquier otra cosa, teniendo por encima de ello solamente sus publicaciones en las revistas, en su columna Inventario.

Y sin embargo, más allá de un recuento exhaustivo que abarque todas y cada una de sus publicaciones, o de un listado que no falle en ningún momento a enlistar todos y cada uno de sus libros, y, con el perdón de sus más inmaculados fanáticos, la presencia del escritor no cesa, continúa, sigue proliferando. Dejó huella en el cine, con un par de adaptaciones de sus novelas; antologías; obras sinfónicas, programas de radio, y dejó, subrepticiamente, charlas eternas, libros suyos que ocupan sus libreros o los míos, textos aún extensos para no olvidarle, justo como enunciaba él, al final de uno de los capítulos de Las batallas en el desierto: “Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo.” De romper fronteras se trata el encanto, las letras, cualquier batalla.

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