No se ha reparado lo suficiente en la cantidad de grandes películas que han transitado los oscuros caminos del affair. Conscientes de esa deuda histórica, la redacción purgante presenta un especial de cine consagrado a los amantes furtivos.
The End of The Affair; Neil Jordan
La naturaleza del cine de Neil Jordan es, en muchas ocasiones, sorprendentemente romántica. Para quienes no son visitantes frecuentes a sus obras, esto puede ser desconcertante, sobre todo porque sus historias suelen presentarse bajo el antifaz del suspense o el misterio. Ahí está el caso de The Crying Game (1992) que posiblemente sea la historia de amor más insólita de su época, o la que nos ocupa hoy: The End of The Affair (1999), que probablemente sea la mejor adaptación jamás hecha a una novela del magistral Graham Greene. Ambientada dualmente en el Londres de la postguerra y en la misma capital durante el fragor del Blitz, esta es la historia de la relación entre el novelista Maurice Bendrix (Ralph Fiennes) y la hermosa Sarah Miles (Julianne Moore), elegante esposa de un funcionario bondadoso pero gris, Henry (el gran Stephen Rea). Luego de conocerse socialmente, Bendrix y Miles inician una relación amorosa de carácter adúltero que los consume en su pasión, hasta que, después de sobrevivir un bombardeo, ella lo corta abruptamente y él se sume en una espesura de rencor: ella lo ha dejado por alguien más, pero él no entiende de quién se trata y esto lo lleva a atizar un odio profundo por el amor que se tuvieron (valga la paradoja). Jordan toma los mejores elementos de la narrativa autobiográfica de Greene y crea un impecable thriller emocional que nos estremece, pero también nos muestra los extraños caminos del amor, las trampas de la fe y la gran revelación del alma: un filme tan perturbador, como sólido, bellamente realizado, que habla sin sensiblerías sobre el deseo en la naturaleza humana y sus consecuencias a largo plazo en el corazón. Imperdible, y en algún tiempo inconseguible, ahora se encuentra disponible en la plataforma Max.
In the Mood for Love; Wong Kar-wai
Con In the Mood for Love, Wong Kar-wai crea un filme sumamente bello y atmosférico, en el que el humo del cigarrillo se puede casi tocar, las gotas de lluvia se sienten caer, y el olor de los fideos traspasa la pantalla saturando el aire que respiramos para contagiarnos del anhelo y resignación por lo que no será. La insaciable cámara de Christopher Doyle se mantiene a la distancia, aunque siempre atenta a los detalles para crear ese espacio etéreo y anacrónico que se convierte en un personaje esencial, casi protagonista del relato. Nos presenta un lugar especial y único compartido por dos amantes platónicos que comunican su anhelo con miradas y con apenas unas cuantas palabras cargadas de intención. El color brillante de los vestidos ajustados de Su Li-zhen (Maggie Cheung), ilumina el plano ante la mirada deseante de Chow Mo-wan (Tony Leung Chiu-wai), en medio de un juego de seducción que utiliza el roce de manos, la simulación y el cambio de roles. Es así como lo onírico y poético conviven en esta bellísima historia de un amor imposible, en la que el deseo se convierte en el motor de vida, en aliciente, a sabiendas de que no se verá nunca satisfecho, ni la unión consumada. Quizás en ello radique tal fuerza y atracción, en la mera imposibilidad. El dolor de la infidelidad crea una complicidad desgarrada. Dos soledades que se cruzan y conectan a un nivel profundo, aunque se restrinjan a sí mismos en respuesta a las miradas reprobatorias de los otros, imponiéndose estoicamente un límite infranqueable. El efecto en nosotros como espectadores es devastador y ello radica la maestría de su autor, consigue arrastrarnos en esta lucha tan contenida como pasional, para finalmente dejarnos llevar por la imaginación a partir de una poderosa sensualidad sostenida.
Match Point; Woody Allen
Chris Wilton (Jonathan Rhys-Meyers) es un joven profesor de tenis que aspira a entrar en la alta sociedad de Londres. La suerte lo lleva a entablar amistad con el adinerado Tom Hewett (Mattew Goode) y a enamorar a la hermana de éste, la dulce Chloe (Emily Mortimer). Todo parece ir de maravilla, hasta que conoce a la prometida de Tom, la sensual Nola Rice (Scarlett Johansson). Encaminado por el deseo y la ambición, Chris comenzará un romance prohibido con Nola; lo que al inicio es pasión desenfrenada, se irá convirtiendo en una tragedia de la que si bien se puede salir impune, la culpa se vuelve eterna, el peor de los infiernos. En Match Point (2005), Woody Allen es capaz de codearse con Dostoievski en un thriller psicológico que representó el triunfal regreso del director luego de más de una década de altibajos. La presentación de Nola es de antología. Chris sabe desde aquel preciso momento que esa mujer será la causa de su desgracia y, aun así, decide enamorarla. La luz baña el vestido blanco y la discreta sonrisa de la norteamericana; nace ahí la semilla de un affaire que avanzará primero por los senderos del arrebato sexual, para después ir al chantaje, el hartazgo y el horror. Woody Allen deja por un rato el jazz, acompañando a sus personajes con desgarradoras arias de ópera que van aumentando en fuerza, acondicionando una apoteosis que remata con uno de los planos más lúgubres de la filmografía del cineasta. Mientras al fondo la felicidad reboza con la llegada de un nuevo vástago, el primer plano de Chris muestra a un hombre carcomido igual por la suerte que por la culpa. Match Point resulta un mejor ejercicio que Crímenes y pecados (1989), es más incisiva, con personajes más retorcidos y un discurso sobre el azar que traspasa cualquier filme sobre las consecuencias del amor prohibido y la pasión enfermiza. La película treinta y nueve de Woody Allen resultó multipremiada en 2006, con nominaciones a mejor guion original en los Oscar y Golden Globes, además de ganar el Goya como mejor película europea y el premio David di Donatello como mejor film de la Unión Europea. Match Point es, al final, la crónica del deseo que se vuelve tragedia, la suerte vuelta culpa y la ambición transformada en angustia.
La diosa arrodillada; Roberto Gavaldón
«El deseo, esa fuerza que te obliga, que te impulsa a obtener lo que quieres y a conservarlo si ya lo has obtenido. Puede crecer, tomar cuerpo, volverse libre y superior a ti y entonces termina destruyéndote, y lo que es peor, a los que están más próximos a ti». La diosa arrodillada (1947) es una de las cumbres del film noir en México, cuyo origen se remonta a un relato de Ladislao Fodor que terminó cobrando vida en la exquisita adaptación de José Revueltas y Roberto Gavaldón como una oda al deseo delirante entre dos amantes. Es, entonces, una película que coquetea todo el tiempo con la fatalidad y la sensualidad, con la entrega y la destrucción, protagonizada más que atinadamente por la personificación misma del delirio como lo fue Arturo de Córdova, un hombre casado pero obnubilado por la encarnación más pura del deseo que haya visto el cine mexicano: María Félix. Entre inspirar amor y provocar el mentado deseo entre esta pareja prohibida que oscila entre México y Guadalajara para poseerse, está Elena (Charito Granados), una mujer tan de mundo como de su casa que desafortunadamente resulta ser la esposa incómoda que está más próxima a la destrucción inmediata, quedando como un eco hitchcockiano entre las paredes de una escenografía montada por Manuel Fontanals que, sin que parezca un tablero, genera una similitud a un juego de ajedrez entre todas sus piezas. Las dimensiones de los personajes no son sólo vistas en las interpretaciones de sus actores, también es notable en el uso de la luz de Alex Phillips y principalmente en el vestuario de Lillian Oppenheim y Aurora Mainez, el cual representa la dualidad de la femme fatale que le permitiría a la Félix mostrar uno de sus mejores trabajos. «El tiempo será nuestro por completo alguna vez» es dicho como máxima, como el perfume del deseo de los amantes que no se pueden tener y que, cuando por fin se tienen, esa fuerza se convierte en un vacío que les recuerda constantemente que el idilio es mejor dejarlo en affair.
Una buena chica; Miguel Arteta
Al salir de la sala hubo gente inconforme que calificó como “aburrida y sin chiste” a la película porque incumplió con sus expectativas de ver a Jennifer Aniston en un personaje similar o extensivo al de Rachel Green en la serie Friends. No les gustó porque no vieron un episodio más de la sitcom. Era 2002, un año en que para mucha gente fue imposible disociar la imagen de la actriz de su célebre rol en la televisión. No pudieron, o no quisieron verla como Justine, una mujer que vive en la monotonía de un empleo como cajera de supermercado y con un matrimonio sin diversiones junto a Phil (John C. Reilly), pintor de brocha gorda cuyo mayor horizonte de entretenimiento es fumar marihuana con su amigo Bubba (Tim Blake Nelson). Justine y Phil intentan tener un hijo pero no tienen suerte. Para ella la vida se reduce en salir de casa para trabajar y salir del trabajo para ir a casa cumpliendo un ciclo ordinario como empleada y esposa ejemplar. Porque además habitan en un pueblo invisible para los dioses del entretenimiento. El orden se altera en cuanto aparece Holden (Jack Gyllenhaal), un sensible compañero laboral que despierta en Justine aquello que su marido no le genera: atracción, interés, risa, ganas de conversar y el deseo de sexualizar. A su vez, Holden ve en ella a una mujer de fuego que desperdicia sus días con un hombre como Phil. Como las ganas se hicieron para no quedarse con ellas, pues adelante. Pero hacerlo trae consecuencias, sobre todo si el gusto se descontrola en uno de ellos para transformarse en obsesión por poseer al otro sea como sea. Se sabe que en un affaire hay víctimas, alguien tiene que salir herido, y aquí esa carga de definición alrededor del destino de los involucrados queda en manos de Justine. ¿Cómo actuar? ¿De qué manera se puede salir de un aparente callejón sin salida? Y ese callejón no es precisamente la repercusión de un idilio motivado por el ardor en la piel tras conocer a Holden. Viene desde antes, desde que ella eligió reducir su mundo junto a Phil. ¿Cómo habrá encontrado el panorama para decidir que Phil era la mejor opción o la más cercana a lo mejor frente a sus ojos? La aparición de Holden, independientemente del final de la película, sólo contribuye a mirar atrás en el tiempo de Justine para dimensionar que su callejón sin salida es amplio en cualquier dirección y estaba previamente cimentado.
A royal affair; Nikolaj Arcel
Cristián VII de Dinamarca es conocido por haber sido aquejado por una enfermedad mental entonces desconocida, probablemente esquizofrenia. Se sabe que colonizaba los burdeles más oscuros, que disponía de los carruajes reales para recoger borrachos al alba, que arrojaba comida en la cara de sus invitados durante los banquetes, que padecía masturbación crónica y que tomaba decisiones controvertidas, como nombrar a su perro como miembro honorario del Consejo de Estado. Recuerdo haber visitado su féretro es Roskilde, el lugar donde descansan los restos de la familia real danesa. Entonces no me sorprendió verlo en absoluta soledad. Carolina Matilde de Hannover, su esposa, fue desterrada de Dinamarca luego de sus recurrentes enredos amorosos con el médico alemán Johann Friedrich Struensee. Admito que me fue difícil no ponerme del lado de la reina tras haber visto la magnífica A royal affair, dirigida por Nikolaj Arcel y protagonizada por Mads Mikkelsen y Alicia Vikander, una actriz sueca que ha abanderado con sigilo dos de las más aclamadas cintas sobre la cultura danesa de la primera década del siglo XXI (The Danish girl y la ya mencionada A royal affair): un hito sólo equiparable a cruzar el estrecho en tiempos de las grandes guerras nórdicas sin pagar peaje. Aquél no se trató de un romance cualquiera. Struensee se había convertido en la persona más cercana al rey. El único hombre capaz de paliar sus brotes de locura. El otrora conde se convirtió en el gran valedor intelectual del monarca, logrando introducir una serie de reformas progresistas en los albores de la ilustración. Dicho en otras palabras, la interpretación sobre las ideas revolucionarias de Diderot, Voltaire, Montesquieu y Rosseau de un médico alemán con influencia en la corona, modernizaron social, política y culturalmente a la Dinamarca del siglo XVIII. Visto en perspectiva, quizá no merecía haber terminado decapitado.