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Especial de cine: películas ambientadas en el mar

En el siguiente listado se asoman películas épicas, thrillers de culto, documentales, historias de terror y venganza y animación de alta manufactura.

Master and Commander; Peter Weir

En el contexto de las guerras napoléonicas, con el general corso dominando el mundo a placer, Inglaterra se erige como la última línea de defensa en los albores del siglo XIX. De ahí emerge está fantástica historia épica filmada por el director australiano Peter Weir y protagonizada por el actor neozelandés Russell Crowe, en el papel del capitán John Aubrey, líder moral y militar de la fragata británica HMS Surprise. Después de sufrir una humillante derrota en las aguas del Pacífico frente al buque corsario francés Acheron, Aubrey recibe ordenes de seguir al enemigo hasta las míticas Islas Galápagos, donde se redime como almirante utilizando la técnica del mimetismo que observó en los insectos recolectados por el médico de la tripulación Stephen Maturin, aficionado a la botánica y la taxonomía, en una clara referencia a las incursiones de Charles Darwin a bordo del Beagle que desembocarían en la publicación de El origen de las especies. La ausencia de mujeres en el reparto la convirtió de facto en una película sobre la masculinidad, pero me parece bastante mas interesante abordarla como un postulado sobre los motores del nacionalismo y las relaciones tanto verticales como horizontales entre los tripulantes. No se debe pasar por alto el inolvidable palo de Russell Crowe en Twitter, cargando contra los jóvenes que tildaron a la película de aburrida. “Ese es el problema con los chicos de hoy. No saben concentrarse”, dijo al tiempo que elogiaba la dirección de Weir, la fotografía de Russell Boyd y el maravilloso soundtrack, para luego sentenciar con rotunidad: “Definitivamente es una película de adultos”. Contrario a lo que sugiere Crowe, me parece una cinta para todos: cinéfilos de entretenimiento y radicales, personas con interés en la historia naval y militar e, incluso, círculos académicos y divulgativos. 

Dead Calm; Philip Noyce

Adaptada con elegancia de una novelita pulp publicada en 1963, pero haciéndole suficientes cambios para colocarla a medio camino entre el slasher film, el thriller de alto octanaje y el filme de arte, Dead Calm (1989) es una de las mejores películas de la variada cinematografía del australiano Philip Noyce, que tomó la estafeta de hacer que la obra de Charles F. Williams llegara a la pantalla, después que el mismísimo Orson Welles intentó hacerlo y no pudo (porque se le acabó la lana). Con obvios ecos temáticos del Cuchillo en el agua de Polanski, Noyce nos muestra de manera calculada los complicados y violentos vericuetos que adopta el encuentro entre un matrimonio en crisis (el sólido Sam Neill y una formidable Nicole Kidman, en un papel de mujer mayor, mismo que la puso en el mapa) y el aparente náufrago que acogen en su yate que navega por los mares del sur (Billy Zane, que oscila entre lo verdaderamente creepy y la sobreactuación con total abandono à la Marlon Brando). Hablar de la trama se prestaría a un spoiler (es así de simple), pero lo fascinante es la atmósfera que con elementos muy contados y un ritmo cronometrado consigue el director. Sus actores se prestan y son material dúctil para que haga un teatro de la crueldad en alta mar con todas las de la ley: hay angustia, hay brutalidad, hay atmósfera para dar y regalar. Pero lo más importante aquí, es la presencia de la Kidman, que es una revelación, qué digo una revelación: es una epifanía. Desde las primeras traumáticas escenas, que muestran un accidente brutal y gráfico hasta las pesadillezcas secuencias en mar abierto que conforman el clímax de la película, la actriz, que entonces era solo conocida como damita joven en su continente, demuestra los primeros vestigios del radiante carisma y magistral destreza para manejar emociones con absoluta verdad que la han distinguido a lo largo de su carrera. Hoy, claro, la intérprete ya no tiene la frescura y lozanía de su personaje encarnado hace 35 años (cuando apenas tenía 22), pero eso es irrelevante: la fuerza vibrante, el incendio interior permanecen y volver a asomarse a este escalofriante thriller náutico siempre será ver aparecer por primera vez ese relámpago perdurable.

Le Monde du silence; Jacques Cousteau & Louis Malle

Jacques Cousteau creó al océano. Somos la especie que cuenta historias, es la forma en la que nos entendemos dentro del universo. Las cosas son parte de nosotros hasta que son narradas, antes sólo existen fuera de experiencia humana. En la tradición de Homero, Stevenson, Verne, Melville; Cousteau creó al océano a través de la gran forma de arte del siglo XX: el cine. El cine siempre ha sido documental, ese fue su origen, una continuación de la fotografía como preservación histórica. La ficción vino después y con ella el amalgama propio de la creación donde es difícil separar realidad de fantasía. Con Le Monde du silence, el documentalismo muestra las maravillas de la naturaleza desde una ejecución didáctica que enlaza los misterios de las profundidades y la perspectiva científica de como se alcanza tal proeza. Con eso se logró una nueva forma de hacer cine. Abre el mecanismo, el funcionamiento técnico de los instrumentos que producen las imágenes. Hoy en día, en un mundo saturado de tecnología, resulta difícil entender el impacto de ver, y entender, cámaras submarinas, vehículos acuáticos personales y en general el laboratario científico y fílmico -y el hogar de los marineros- que era el buque de investigación Calypso. El tipo de fotografía de la época hace que el color pastel de los arrecifes brille en tonos desconocidos hasta ese momento, contrastando con todos los tipos de azul que existen tanto en el Mediterráneo, el golfo Pérsico y el océano Índico. El documental se mueve entre la experiencia directa en la profundidad: peces, calamares, delfines, polipos; luego muestra la catalogación biológica o cómo funciona el radar; y pasa por la vida diaria de los tripulantes encabezado por el propio Cousteau quienes, como buenos franceses, concluyen un día de buceo con langostas Thermidor mientras uno de sus compañeros pasa tres horas en una cámara hiperbárica. Cousteau acabaría volviéndose una parodia de sí mismo. El hombre de gorrito rojo, piel tostada, lentes de sol y gran nariz al borde de la proa actuando como Jacques Cousteau en lugar de serlo -situación que permitió a Wes Anderson hacer una obra maestra de sátira con The Life Aquatic with Steve Zissou-. A pesar de ello, o quizás por ello, debemos recordarlo como lo que es: el documentalista de naturaleza más importante del siglo XX: el hombre que creó al océano.

Orca, la ballena asesina; Michael Anderson

Es de noche. El capitán Nolan (Richard Harris) le confiesa a la bióloga Rachel Bedford (Charlotte Rampling) que enviudó luego de que su esposa e hija murieron en un accidente automovilístico. Esa revelación ocurre casi a la media hora de transcurrida la película, es decir, tiempo después de que vimos -con una secuencia brutal- al capitán y su tripulación asesinando a una orca hembra junto a su cría. ¿Acaso la confesión del dolor que aqueja a Nolan es un intento para justificarse ante el espectador por el crimen contra el cetáceo? Porque no se está justificando ante la bióloga sino ante el público, lo cual se aprecia de esa manera debido a un pequeño gran detalle: el personaje da la espalda hacia la cámara. Nolan no se atreve a decírselo en la cara a la audiencia, no tiene el valor de mirar a los ojos al espectador porque sabe que no le concederá perdón. Cree o piensa que apoyándose en Bedford, quien muestra semblante de comprensión al escuchar la desdicha de su interlocutor, cederá el verdugo de la butaca. Pero no es así. Esta trampa del director Anderson, consciente o inconsciente, y por si fuera poco, sucede después de la ridiculización que la bióloga y el nativo Jacob Umilak (Will Sampson) hicieron del capitán, un hombre al que ella dimensiona como un ignorante de las especies marinas a pesar de ser pescador y al que Umilak concibe como un idiota que desconoce el peligro que representa una orca. Asimismo, Bedford ya nos había enterado que las orcas son animales tan inteligentes que tienen la capacidad de recordar todo aquello que ven gracias a su memoria fotográfica. A estas alturas no hay vuelta atrás, el espectador se solidariza más que nunca con la orca macho que quiere venganza y no descansará hasta que los asesinos de su familia paguen por lo que hicieron. Se encargará de acorralar a su enemigo hasta que puedan toparse de frente para ponerle punto final a sus respectivos destinos; Nolan quiso cazar por ambición económica pero se equivocó de presa y termina siendo cazado por un animal al que le arrebató lo más preciado para imponerle soledad en las profundidades. La fórmula del western fue trasladada a este melodrama de aventura que puede leerse como la historia de un cazarrecompensas atormentado que se equivoca al matar a un inocente y habrá de enfrentar las consecuencias de su error. Esta asociación con el género de vaqueros también implica a Ennio Morricone, un genio de la composición que lleva del viejo oeste al océano acordes y melodías que motivan aún más el hecho de adolecer las pérdidas de la orca macho. Orca, la ballena asesina es una historia de venganza sin ganadores pero sí con un villano muy marcado, el hombre. O mejor dicho, el hombre que es como Nolan. 

Buscando a Nemo; Andrew Stanton

De aquella gloriosa primera etapa de Pixar, que va desde Toy Story (1995) hasta Up (2009), pasando por A Bug’s Life (1998), Monsters, Inc. (2001), Ratatouille (2007) y WALL·E (2008), Buscando a Nemo (2003) es la más entrañable, la más hermosa visualmente, con su poderoso mensaje sobre la amistad y el amor paternal. Nemo (Alexander Gould) es un pequeño pez payaso que vive junto a su padre Marlin (Albert Brooks) en un singular arrecife; un día inesperado, Nemo es capturado para vivir encerrado dentro de una pecera en la oficina de un dentista en Sídney, Australia. Marlin, junto a la pez cirujana Dory (Ellen DeGeneres), emprenderá el inolvidable viaje del héroe para salvar a su hijo, mientras aprende lecciones sobre el apego, la confianza y superar el temor a perder. De forma paralela, Nemo conseguirá nuevos amigos, liderados por el pez ídolo moro Gill (Willem Dafoe), quien elabora un plan para regresar al pequeño al océano y pueda reencontrarse con su padre; Nemo y Marlin no serán los mismos después de la travesía, han cambiado para siempre. La vida es un constante revuelo de variaciones y Buscando a Nemo se encarga de transmitir las complejidades en las relaciones padres e hijos, donde es importante saber aferrarse, pero es todavía más determinante poder soltar, dejar ir. La energía visual, casi poética, de los millones de colores reventando en la pantalla, es una experiencia que debe vivirse por lo menos una vez en la sala de cine; el recorrido subacuático se vuelve aún más emotivo gracias a la partitura musical del gran Thomas Newman, que lleva las emociones del espectador a niveles donde se ríe y se llora por igual. Todo funciona en Buscando a Nemo: un inicio trágico que se vuelve el detonante de la trama (seguro que más de un niño quedó traumado); la historia llena de emoción y su estética precisa; la fantástica aventura de un pez que se vuelve analogía sobre el poder del amor y los simpáticos personajes secundarios que merecieron secuelas y series más tarde. Se extraña a este Pixar, estudio que ponía por delante historias realistas y emotivas, antes del merchandising voraz; estrenada el 30 de mayo de 2003, a Buscando a Nemo le llovieron los aplausos, que alcanzaron la cresta con el Oscar a mejor película animada y una de las taquillas más grandes para un filme del género. El argumento tan simple, como el de un padre buscando a su hijo en la inmensidad del océano, es suficiente para la que quizá sea una de las diez mejores películas de animación digital de todos los tiempos. Su alegría y ternura, son un autentico tesoro submarino. 

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