Con motivo del Día de las Librerías, nuestra redacción recomienda cinco espacios imprescindibles para lectores voraces en ambos lados del Atlántico.
En Urueña, un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid (España), catalogado como la Villa del Libro, se encuentra la librería Primera Página, especializada en periodismo, fotografía y literatura de viajes. La creación de un espacio como este, que apuesta por la reivindicación y estudio de estas artes, solo podía ser obra de dos románticos empedernidos, Tamara Crespo y Fidel Raso, que en el año 2015 decidieron crear su particular trinchera: “un lugar de encuentro y resistencia en torno al libro”. Esta trinchera, ubicada en un lugar de cuento —un pueblo medieval amurallado con solo 188 habitantes que destaca por la belleza de su entorno y la fuerza de su historia— es un reflejo de la riqueza social que proporciona una apuesta clara y decidida por la cultura, aún más en un contexto independiente y de proximidad. Con la mirada analítica de un fotógrafo y la capacidad descriptiva de una periodista, han conseguido aunar y catalogar libro viejo y libro nuevo de editoriales especializadas, sobre todo en periodismo y viajes, y contar con secciones dedicadas a ensayos, religiones, mitos, fotografía, poesía, teatro, pensamiento político, narrativa o una sección infantil. Primera Página es un ejemplo de que las librerías representan la libertad absoluta. De que por sí solas constituyen una especie de viaje. Un viaje que no entiende de tiempo. Que prefiere moverse a pasos lentos. Saboreados. Dudados. Reflexionados. Compartidos. Un recorrido real y, sobre todo, tangible. Como explica Tamara en nuestro libro Puentes, “las librerías de verdad, las que no tienen caudal “amazónico”, no recomiendan con base a un algoritmo que uniformiza, sino en torno a una fe inquebrantable en la belleza y necesidad de libros […] porque ningún buen libro tiene prisa”.
Siempre he fantaseado con las vidas pasadas de los objetos antiguos y usados, especialmente con la de los libros. Me seduce el aroma que desprenden las hojas viejas y los secretos que esconden al haber habitado otras casas, otros cuerpos y otros ojos. Desde niña me gustaba imaginar que las bibliotecas y librerías de noche daban lugar a exóticas reuniones donde los personajes de todas las obras deambulaban a placer para intercambiar conocimientos e historias. La murciélaga es uno de esos sitios. Se trata de una librería, casi un anticuario, que alberga infinitos fantasmas noctámbulos que danzan entre las palabras y las pastas gastadas de primeras ediciones y libros casi imposibles de encontrar. Una fascinante cueva que anida miles de libros, un rincón literario que le rinde homenaje a los quirópteros, los únicos seres alados de carne y hueso, que son bienvenidos en algunas bibliotecas para devorar polillas y proteger sus manuscritos más antiguos. La primera vez que pisé la cueva, ubicada en el 838 de la avenida Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, asistí a la presentación del libro Casas Vacías, de Brenda Navarro. Poco tiempo me tomó habitar el espacio como una huésped muy curiosa, por no decir fisgona, cautivada por su gran acervo literario. Husmeando entre lo que para la mayoría de las personas podrían significar sólo hojas y simples trozos de antaño, para las personas obsesionadas con las memorias y los diarios, como yo, significaba haber encontrado el gran tesoro perdido. Quizás por esta razón La murciélaga no es una librería para cualquiera, sino un lugar especial para los amantes de los hallazgos fortuitos; para quienes encontramos placer en el aroma del pasado y nos seduce el tentador sabor del asombro. En el gran refugio que crearon los escritores y asiduos lectores Luigi Amara, Diego Rabasa, Guillermo Núñez, y Óscar Benassini albergan más de 10 mil obras, en donde el horror, el feminismo, la poesía, las novelas negras, el erotismo, la ciencia ficción y el esoterismo, (mis géneros favoritos), habitan inmensas pilas y filas de libros. También se pueden encontrar obras clásicas de la literatura universal, piezas únicas de la literatura hispanoamericana y algunos lanzamientos de editoriales independientes. Entrar a La murciélaga es como visitar por primera vez un cuarto oscuro con la idea lejana de una fotografía y sorprenderse poco a poco por lo que los libros van revelando. Algunas historias llegan y se van volando. Otras terminan por anidarse en rincones silenciosos a los que sólo llegan los verdaderos coleccionistas, olfateando sutilmente su próxima reliquia.
Guiado por una pegatina en el suelo, el visitante abre las puertas del mundo. La entrada es por Cataluña, pero basta con dar escasos pasos para recorrer toda España y los demás países de Europa. Unos pasos más a la izquierda y aterrizas ya en las Américas. De ahí a África o Asia son solo unos cuantos escalones. Y es que Altaïr no es solamente una librería, sino que es también un acortador de distancias, un lugar para conocer y reinterpretar el mundo, además de un punto de encuentro de viajeros y lectores. La fundaron Pep Bernadas y Albert Padrol en 1979, y hace veinte años está ubicada en Gran Vía 616, Barcelona, en un espacio que supera los mil metros cuadrados. De hecho, es la librería especializada en viajes más grande de Europa. Hay guías, mapas y libros de fotografía. Hay relatos de viaje, crónicas periodísticas y cómics. Hay una sección de montaña y otra dedicada al público infantil. También es posible hacerse con mochilas, botellas, adaptadores y otros accesorios de viaje, así como artesanías de distintas regiones. Ahora bien, a pesar de su tamaño, Altaïr Librería, para mí, se parece más bien a un refugio, un espacio donde viajar sin salir de Barcelona, un lugar donde dar la vuelta al mundo en 80 pasos (como he dicho antes aquí). Desafortunadamente, el café que había en la planta de abajo tuvo que cerrarse tras la pandemia. Eran horas de lujo las que uno podía pasarse allí, comiéndose los libros y tomando lo que le apeteciera. Por suerte, las presentaciones y charlas realizadas en el espacio ya volvieron. Hace falta decir, además, que Altaïr es también una editorial, una agencia de viajes y una revista. Es más: es el nombre de una estrella y del velero de Henri de Monfreid.
En la vida existen dos tipos de espacios: los que forman parte del paisaje urbano y aquellos que forman parte de tu vida, te definen y te acompañan. Profética entra, sin dudas, en la segunda categoría. Se fundó en 2003 y formó parte de una oleada que alimentaba una idea: convertir a Puebla en uno de los epicentros culturales más importantes de México. Hoy se puede decir ha sobrevivido a todo —incluyendo al covid19. En 2005 comencé a realizar mis pininos como gestor cultural. Me acerqué a José Luis Escalera para venderle una idea: ser la sede de las lecturas creativas, en el marco del Encuentro de Estudiantes de Lingüística y Literatura. Aceptó y también participó como patrocinador. Luego me acompañó en un proyecto personal: ser la sede principal de las presentaciones que realizaba con La Fuga Literaria (una especie de “escuela formativa en acción” de gestión cultural que fundé con algunos amigos); así pues, allí estuvieron Cristina Rivera Garza, Alberto Chimal, Agustín Ramos y siempre tuvo presencia con venta de libros en otras sedes donde presenté a escritores como Sergio Pitol, Guillermo Samperio o Pedro Ángel Palou. En tiempos recientes, ya en mi etapa laboral, fue apoyo esencial para presentar los libros de Luis de Tavira y Pedro J. Fernández. Y cosas que tiene la vida, Profética ha sido canal para colocar el primer libro de purgante, Puentes, donde he tenido el privilegio de publicar un poema. Falta para que Puebla sea uno de los epicentros culturales más importantes de México, pero Profética ha cumplido su parte: ser una de las sedes culturales más importantes de Puebla y ganarse el reconocimiento como tesoro nacional.
Allá por noviembre de 2019, fui testigo del primer Festival de Literatura Latinoamericana en Barcelona, organizado por Lata Peinada, una librería que recién se asentaba en el multicultural barrio del Raval. Aquella tarde, Olga Martínez, de Candaya —licencia quijotesca—, habló sobre la titánica labor de supervivencia de una editorial con ambiciones periféricas, en los márgenes de la industria, sin otro grito de batalla que no sea: ¡Aquí hay un escritor! Luego Meri Torras conversó con Luna Miguel sobre su Coloquio de las perras, una reivindicación de todas las autoras hispanohablantes silenciadas por el simple hecho de ser mujeres. Tras la charla algunas de las asistentes, exultantes, dieron un paso al frente para recitar poemas de Cristina Peri Rossi, Alejandra Pizarnik y Elena Garro. Lata Peinada, consagrada en exclusiva a la literatura latinoamericana y, hasta donde sea posible, a la literatura latinoamericana marginal, es dirigida por la escritora argentina Paula Vázquez, quien accedió generosamente a hurgar en los mitos fundacionales del lugar para nuestra antología Puentes. Cuenta la leyenda que nadie ha salido ileso de una visita a Lata Peinada.