«La cultura comienza con el lenguaje y el lenguaje es esencialmente traducción», dice Octavio Paz en su texto Literatura y literalidad. Particularmente en la poesía, un ejercicio con una carga tan íntima e introspectiva, su traducción adquiere un papel primordial. Sobre esta profesión, que consiste en transformar palabras en efectos y sentimientos análogos, sabe Francesco Luti (Florencia, 1970), autor de la primera antología publicada en Italia dedicada a los poetas más representativos de la segunda mitad del siglo XX ( Poesia spagnola del Secondo Novecento, 2008).
«Para Francesco, la escritura no es un hecho que ocurra de vez en cuando, es una electricidad constante, un flujo continuo, polifónico y polivalente». Así lo describe el crítico literario Marino Biondi en el prólogo de La goccia che scava (Nicomp Laboratorio Editoriale, 2013), la segunda novela de Francesco, un trabajo ambientado entre su Florencia natal y Barcelona en la época de la guerra civil española y la dictadura franquista.
Francesco es traductor, escritor y periodista. Residente desde hace más de diez años en Barcelona, en 2012 obtuvo el doctorado por la Universidad Autónoma de esta ciudad en la Cátedra José Agustín Goytisolo con la tesis Italia-España, un entramado de relaciones literarias: la “Escuela de Barcelona”. Con Tabucchi como maestro, ha conseguido crear un puente literario entre ambos países.
¿De dónde viene la pasión por la lengua española?
Durante mi estudios en la facultad de Derecho, en Florencia, empecé a acercarme a la literatura española y a rodearme, por casualidades de la vida, con personas españolas. En Murcia conocí a personas del ámbito literario. El hecho de acercarme a la poesía fue algo espontáneo, un modo de aproximarme a la escritura. Cuando más tarde estudié Lengua y Literatura española y portuguesa, con Tabucchi, publiqué la antología.
Has traducido a poetas como Benjamín Prado, José Angel Valente o Francisco Brines en la colección Biblioteca del Caffè. ¿Para traducir poesía se debe ser poeta?
Quería crear un mapa de autores que no eran conocidos en Italia, lo que me permitió conocer a algunos de ellos, como Francisco Brines, Luis García Montero o Guillermo Carnero. Sin duda, tienes que trabajar sobre la escritura de este género, respetando la métrica. Se necesita mucha paciencia y, sobre todo, pasión. Como sabemos, es un trabajo que no está reconocido y que ocupa un espacio mínimo en las librerías. Es muy difícil publicar poesía traducida más allá de los grandes autores. Con la difusión de la antología sucedió lo mismo: trabajé durante ocho años para reunir a veintiún poetas que también eran desconocidos y que iban desde el año 1925 al 1961. Creía firmemente que faltaba esa parte importante, porque habíamos llegado a estudiar a Federico García Lorca o Antonio Machado pero se necesitaba cerrar el siglo con otras voces interesantes, entre ellas algunas traducidas por primera vez al italiano como Ángel González o José Manuel Caballero Bonald. Nacidos en la posguerra y en tiempos de censura, era difícil que se pudieran publicar de inmediato. No podían expresarse totalmente. Sus instrumentos narrativos, como las metáforas y las metonimias, hacen que esta corriente sea muy especial. Estoy muy contento de poder haber dejado una “pequeña contribución”. La traducción es sinónimo de pasión.
Florencia rebosa cultura en cada uno de sus rincones. ¿Cómo te ha influenciado tu propia ciudad en el desarrollo de tus intereses en poesía y narrativa?
Naturalmente, el hecho de haber nacido en una ciudad tan importante para el arte en general, ha sido decisivo. Tantas inscripciones dantescas y referencias a la literatura han ayudado. Es cierto que en casa vivíamos con la literatura; mi tío Giorgio Luti me enseñó a amarla por lo que es, le dedicó su vida entera. A propósito de Dante, me he aproximado al estudio de su obra a través de diferentes cursos. Siempre es un buen momento para releer a mi poeta preferido y seguir aprendiendo de él. Sin embargo, decidí volver a poner raíces en otra ciudad. Por mi manera de ver la literatura y mi trabajo de escritor, contaminado por el de traductor, necesitaba ver Florencia desde una óptica diversa.
Barcelona y Florencia, tan diferentes en su forma y ser pero unidas por tu pasión literaria. ¿Hay interés por la cultura italiana en España?
Culturalmente son dos ciudades muy diferentes. Quería alejarme de mi ciudad natal para tener una proyección más amplia y profunda. Algo que me sorprendió mucho, y que pude vivir de primera mano, fue la gran cantidad de ciudadanos italianos afincados en Barcelona. Con el Instituto Italiano de Cultura todo lo que envuelve a la península itálica está muy presente. Allí he presentado libros, he impartido cursos… Hay mucho interés por la cultura italiana y, sobre todo, por Florencia. En la librería de viajes Altaïr he realizado un curso sobre la capital toscana desde el punto de vista literario, siguiendo las huellas de Charles Dickens, Mark Twain, Stendhal o Josep Maria Micò (traductor de Dante) entre otros. Por otro lado, el interés hacia España también está muy presente.
En La goccia che scava reflejas, desde la ficción, la historia de un hijo de un combatiente de las brigadas internacionales y ahondas en la guerra civil española desde el punto de vista italiano, bajo el manto de la memoria histórica.
Fue un proceso arduo de documentación, de búsqueda de fuentes, visualización de grabaciones… Al fin y al cabo se trataba de una investigación histórica, que posteriormente me sirvió para la continuación de mi tesis. Fue un auténtico reto enfrentarse a un país y un periodo que no era el mío, así como el hecho de preservar tu propio idioma. Todas mis vivencias y traducciones, que había hecho durante esos años, acabaron dando forma a un material propio que en un principio parecía muy difícil de hacer fluir. Tiene un carácter autobiográfico. Así puedo seguir hablando de literatura, desde dentro de su ser.
El fútbol está presente en tu obra. ¿Orgullo de Fiorentina?
Por supuesto. En todos mis libros hay referencias al fútbol, ya que forma parte de mi vida y no lo querría perder por nada. He publicado A testa alta. Il camino del Sarrià (Nicomp, 2014), una novela que cuenta la historia de la Nazionale italiana en el mundial de España de 1982. Necesito algo “terrenal” que se mueva en atmósferas distintas a la filosofía o al arte y que tenga contacto con lo popular. Hay mucha literatura relacionada con él, tenemos grandes ejemplos en Albert Camus, José Agustín Goytisolo y Pier Paolo Pasolini. En la librería Nollegiu he hecho un curso sobre las distintas maneras de tratar el fútbol en la literatura a través de otros autores como Peter Handke o Roberto Fontanarrosa.
A propósito de José Agustín Goytisolo y Pasolini, que paseaban juntos por Barcelona, has reflejado en un trabajo su unión por ser «dos poetas que lucharon por el bienestar social». Sin embargo, parece que en Italia aún cueste reconocer a este último.
Así es, aún no es muy amplio el reconocimiento. En Italia está un poco olvidado, nadie lee ya sus libros. Aunque es cierto que no trabajé mucho a Pasolini en mi tesis, sí que reflejé la relación que ambos tenían a través de las editoriales y su presencia en Barcelona en los años sesenta.
El escribir como acto de entrega.
Escribo cuando hay algo que me empuja, por suerte aún encuentro ese “algo”. Debe haber creatividad y un impulso vital que te lleve a trabajar con las palabras. La escritura es un proceso muy complejo. En mi caso, para pasar de la traducción y la poesía a escribir novela tengo que “cambiar de traje”. Es un proceso difícil, porque todas esas facetas forman parte de mí. Tengo que concienciarme y distanciarme de una de ellas. Aunque tengo un estudio en Toscana, cerca de Arezzo, normalmente me gusta escribir en los cafés. Y siempre a mano. Escribir forma parte de mi ser, de mis rutinas. Un día decidí hacer un experimento y preguntar a tres personas, entre las que se encontraban Tabucchi y mi tío, si según ellos, después de haber leído mis trabajos, merecía la pena que continuara con la escritura. Todos confirmaron que ese era mi camino. Como escritor, soy muy consciente de la responsabilidad que conlleva. Me siento escritor por como pienso, veo las cosas, por aquello que me interesa y por lo que siento curiosidad. Cuando no escribo me siento frustrado. Forma parte de mi ser.