Foto: Alberto Chimal.

Gabinete de curiosidades asombrosas

Libro considerado de culto por los lectores de literatura fantástica, Los sueños de la bella durmiente ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1978. A pesar del galardón, la obra de Emiliano González no fue divulgada masivamente y, con el paso del tiempo, quedó en el ámbito de escasos pero fieles lectores. Uno de ellos –Miguel Lupián Soto– dedicó varios años a divulgar la obra de González y, ahora, más de cuatro décadas después, tenemos una nueva edición del libro después de su debut en el sello Joaquín Mortiz en su famosa Serie del Volador. En el prólogo de la publicación que llegó a librerías en septiembre, Lupián Soto narra su encuentro con el libro y cómo nuevos lectores han descubierto la obra del autor fallecido en este 2021. 

Es posible aventurar la razón por la cual Los sueños de la bella durmiente no cruzó el límite de los libros de culto. A pesar de que la literatura mexicana había experimentado con diferentes influencias en las décadas de los 60 y 70 –desde el cosmopolitismo de la Generación de Medio Siglo o la inmersión en la cultura pop de la Generación de La Onda–, raramente se aventuraba al territorio de la fantasía desbordada. Muchas obras entretejían el ensueño y la vigilia (pensemos en La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo de 1969) o se metían de lleno en el terror como los cuentos de Amparo Dávila, sin embargo, es difícil encontrar, en esos años, autores que muestren filiaciones claras y ejercicios intertextuales con autores como H.P. Lovecraft o Arthur Machen, por citar a los más conocidos.

El libro ahora rescatado de Emiliano González está dividido en dos grandes capítulos: “La ciudad del otoño perpetuo” y “La torre de los espejismos”. En la primera parte se establece su propuesta del lenguaje y, además, la mitología que aparecerá, constantemente, en todo el volumen. En particular, destaca la ciudad de Penumbria, lugar imaginario que tiene vínculos con las urbes inexistentes en los mapas, pero presentes a través de la imaginación e influyentes por el poder simbólico que ofrecen a quienes se internan en ellas. Por supuesto, hay más que eso: en las primeras páginas encontramos historias como la de “Rudisbroeck o los autómatas” que, además, juegan a contar una anécdota dentro de otra anécdota, al estilo de Las mil y una noches. En otras narraciones se desarrollan historias sin foco aparente y que buscan crear tensión a través de asociaciones inesperadas, cartas y aforismos. En el segundo capítulo, encontramos textos menos desarrollados que experimentan con la viñeta o la ficción breve. El hilo conductor, en todos los textos, es quebrar la realidad desde las primeras palabras y crear una mitología que se renueva constantemente.

Así como Emiliano González no tiene empacho en mostrar sus influencias temáticas, tampoco oculta la filiación de su prosa que es en momentos surrealista y, por supuesto, muy cercana a los ideales del romanticismo: palabras grandilocuentes y exclamaciones ante las maravillas que se cuentan. Una de las virtudes del autor es moderar los arrebatos estilísticos en sus historias. Si en la prosa romántica abunda la adjetivación, en González hay contención y una búsqueda constante por encontrar la frase perfecta. Quizás –y aquí hay otra influencia definitiva en su obra– asumió con sabiduría las enseñanzas de Borges más allá de los fetiches asociados a su obra: laberintos, espejos, libros prohibidos, viajeros misteriosos y ciudades innombrables. En lo personal, disfruté el poder de la imaginación de Emiliano González, sobre todo en la creación de atmósferas enrarecidas y en la idea poderosa –que es el ancla y razón de ser de Penumbria– de una ciudad detenida en la tarde. Me costó trabajo, por el contrario, simpatizar con los textos en los que se acumulan hechos asombrosos que sólo funcionan por su misma extravagancia, como si ocurrieran en un circo de fenómenos. Más allá de esto, el rescate de Los sueños de la bella durmiente es una buena noticia para la literatura mexicana, muchas veces atada a lo inmediato. La imaginación sin ataduras puede, sin ninguna duda, contarnos muchas cosas sobre nosotros.   

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