Homenajes

Después de la curiosidad, el gran estímulo del periodista como contador de historias reside en contextualizar.

Tras recuperar un viejo podcast de la Revista 5W sobre Nelson Mandela, escuchaba a Xavier Aldekoa contar que en la Sudáfrica post-apartheid los músicos negros tenían, por ley, ventaja sobre los blancos para escalar posiciones en las audiciones, y que, ante los reproches de algunos de los postulantes que quedaban rezagados, un violonchelista negro se defendía diciendo que él «tenía que ensayar con una escoba en su casa, donde nadie sabía quien era Mozart o Beethoven» y que estaba «compitiendo con gente que en su casa no sólo tiene violoncelo, sino una profesora y la discografía completa de Mozart y Beethoven».

¿Debemos valorar por igual la obra de alguien que tuvo un entorno propicio para desarrollarla a la del que creó algo donde no existían las condiciones para hacerlo? Quizá no. Después de la curiosidad, el gran estímulo del periodista como contador de historias reside en contextualizar. 

Que la estadounidense Karen Uhienbeck se haya convertido recién en la primera mujer en ser condecorada con el premio Abel (el “Nobel” de Matemáticas) es una de las grandes hazañas en lo que va del Siglo XXI. No sólo por lo que supone el galardón, sino por haber sepultado el mito del «genio barbudo abstraído», como reflexionaba Manuel Ansede.

Luego de la masacre en las mezquitas de Christchurch, que emergiera alguien como Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda y progresista consumada, mostrando una sensibilidad y empatía inusual hacía las víctimas de una minoría étnica que representa apenas algo más del 1 por ciento entre un total de 4,2 millones de habitantes, reivindica, de cierta manera, la figura del líder político contemporáneo ante el ascenso meteórico de la ultraderecha.

A finales del año pasado, en una mesa con Leila Guerriero, Ignacio Escolar y Jaime Abello en la Feria del Libro de Guadalajara, se hablaba de que para contar historias hacían falta buenos cazadores y buenos cocineros. Luego de que Escolar, a propósito de cazadores, profundizara sobre un sugerente modelo de suscripciones que ha transformado el periodismo de investigación en España, Abello, director de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, aprovechaba su intervención para advertir que Guerriero, seguramente la gran bandera de la crónica latinoamericana, era la única periodista que era tan buena cazando como cocinando.

Todo esto viene a cuento porque para los tiempos tan oscuros que vivimos se vuelve muy necesario romantizar determinadas historias que deberían ser menos extraordinarias de lo que son. Manifestarse en las calles y montar revoluciones en Twitter puede llegar a crear conciencia, pero hablar de Karen Uhienbeck en las sobremesas como si se hablara de fútbol, evocar cierto espíritu churchilliano en Jacinda Ardern y leer con fervor religioso a Leila Guerriero cada miércoles en la contraportada de El País, se parece mucho más a un homenaje.

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