Nunca ambicionamos encontrar algún motivo especial que nos permitiera rendirnos ante Jim Jarmusch sin levantar sospecha. Esta compilación de textos a modo de homenaje sobre el corpus artístico de uno de los grandes estandartes del cine independiente es una reverencia genuina y desinteresada.
Down by law
Tengo que decir que mis películas favoritas de Jim Jarmusch están en blanco y negro, exceptuando Broken Flowers, Only Lovers Left Alive y Paterson. Mierda, creo que Jarmusch está por encima de cualquier favoritismo. Eso sí, para mí, su mejor cinta es Down by law, de lejos. Me acuerdo que, de pequeño, me encantaba ver películas de fugas carcelarias. Escape de Alcatraz con Clint Eastwood y La Gran Evasión con Steve McQueen (el actor fanático de los coches, no el director de 12 años de esclavitud, no vaya a haber líos) eran mis favoritas. Eso sí, que existe una trilogía maravillosa con Sylvester Stallone que se llama Plan de escape, que no tiene desperdicio. Es como la versión carcelaria de A todo gas. Una sandez de lo más entretenida. La primera vez que vi Down by law me aburrí. Tenía todos los clichés de las películas de fugas en la cabeza (gracias a las películas mencionadas anteriormente). Además sale Tom Waits y yo aún no sabía quién era. Ahora tengo claro que es imperativo que un buen cinéfilo sepa quién es Tom Waits. Es una analogía humana del cine de Jarmusch. En sus películas, casi que funciona como metaconcepto. El caso es que me aburrí tanto que ni siquiera Roberto Benigni me resultaba gracioso (para muchos, supongo que se trata de algo comprensible y completamente aceptable). Decidí pasar del cine independiente una temporada. Larga. Larguísima. Como tres días o así. Volví a intentarlo y entonces lo entendí. La película no va sobre cómo planear una fuga sino sobre los personajes que planean una fuga. Jarmusch, siempre con el giro. Un maestro en hacer películas sobre un tema y ahondar en otro tema muy distinto. Sería lógico que una película como Coffee and Cigarettes hablara sobre el cáncer o las úlceras estomacales, pero no. No exactamente. Lo mismo pasa con Down by law. Habla de una fuga, pero no. No exactamente. Un poco como este artículo. Habla sobre la película, pero no. No exactamente. ¿Dónde han quedado los cineastas como Jarmusch, héroes y periodistas de lo cotidianamente bizarro? Espero que en algún momento se fuguen de la cárcel de croma verde en la que los metieron. Los carceleros visten con capa y mallas ajustadas y el alcaide es Mickey Mouse. Sinceramente, no parece un lugar muy agradable donde pasar los días. O si no preguntadle a John Lurie, el hombre de las mil vidas, él conoce la respuesta.
Night on Earth
Imaginar historias. Plasmarlas. Contarlas. Night on Earth (1991) aborda cinco relatos, en cinco ciudades diferentes, que se desarrollan en una misma noche, con un común denominador: el interior de un taxi. Los Ángeles, Nueva York, París, Roma y Helsinki. Jarmusch propone un viaje (propiamente dicho) a través de dichos lugares, retratados de forma sórdida y gris, acompañados por la música de Tom Waits (su compositor fetiche), autor del soundtrack de la película. Los taxistas y sus historias pueden ser, por sí solas, material de culto, pero Jarmusch nos lleva aún más allá: convierte situaciones y personas atípicas en seres entrañables. Los conductores se pueden transformar -a través de estupendas actuaciones de gente de la talla de Winona Ryder, Roberto Beningni, Armin Mueller-Stahl- en psicoanalistas, voceros, filósofos, personalidades llenas de imperfecciones, dudas y con la incertidumbre perpetua de no saber nunca el siguiente destino. Llena de humor negro, ironía y sarcasmo, la película saca a relucir la crudeza de la visión cinematográfica del cineasta estadounidense nacido en Ohio. En cada ciudad donde se desarrollan las distintas historias se crea una atmósfera singular, donde los diálogos son una belleza, tocando un espectro tan grande con el objetivo de dejar espacio a escuchar distintas formas de pensar y de vivir, de origen, estatus social, diversas obsesiones y manías. Night on Earth es un crisol que enaltece la diversidad y pondera la convivencia en los espacios de siempre.
Coffee and cigarettes
El verano del 2019 fue un tanto circunstancial. La protagonista de una novela sobre la Guerra Civil española me llevó a recuperar como himno Martha, de Tom Waits, quien a su vez, con esa voz áspera y evocadora ( And those were the days of roses, / poetry and prose / And Martha all I had was you / and all you had was me), propició que llegara de vuelta a Coffee and Cigarettes. La cinta, compuesta por once charlas de sobremesa inconexas y una maravillosa fotografía en blanco y negro, se asoma como cortometraje para luego abrirse paso entre la monotonía sin estridencias. Prestos a abrazar el caos, la propuesta estética puede llegar a ser muy estimulante -o insoportable, según el estado de ánimo. No hace falta decir que en la construcción narrativa de Jarmusch reina la improvisación y la espontaneidad, que, mezcladas entre tazas de café y cigarrillos, logran asemejarse mucho a la filosofía. Aparecen caras de sobra conocidas en el universo del director como Bill Murray, Roberto Beningni y el aludido Tom Waits, quien comparte créditos, reverencia y desdén con Iggy Pop, cuyo torso aparece cubierto contra todo pronóstico. Pese a que el retrato más delirante lo protagonizan Steve Coogan y Alfred Molina, el momento cumbre del filme llega sobre el final, en la secuencia de Bill Rice y Taylor Mead, dos entrañables ancianos que beben café como si fuera champagne, abandonándose a la París de los años veinte, la Nueva York de los setenta y el lieder de Mahler. Nadie, excepto Jarmusch, podría estar a salvo en una película construida con retazos de conversaciones que no aspiran a ser emocionales, montadas con tomas fijas. ¿Existe alguna prueba más tangible de grandeza?
Broken Flowers
Broken Flowers habla de un viaje, físico y emocional al interior de su protagonista, un inexpresivo Bill Murray que interpretando a un decadente seductor, y tras recibir una misteriosa carta rosa sobre la existencia de un hijo suyo de 19 años que lo está buscando, sale a la búsqueda de sus ex parejas, las posibles madres. A pesar de estar envuelto en éxitos económicos y amorosos, nos muestra a un hombre triste, solitario, que se mueve en terrenos áridos, carentes de estímulos. Donde las flores rotas son las relaciones frustradas. Esta es la primera película que vi de Jim Jarmusch. A pesar de que tuve una ligera impresión de no poder conectar plenamente con la temática, quizás únicamente por un aspecto generacional, comprendí enseguida que nos hablaba de sentimientos universales. De la recurrente melancolía por lo que fuimos, la terrorífica incertidumbre por lo que seremos y la rutinaria sinrazón de lo que somos. Con telones irónicos y tintes de tragicomedia, justo como en la película, parece ser que nuestras vidas no son más que un viaje en búsqueda de algo que nos hace falta. Lo que no sabemos es exactamente el qué. Quizás una oportunidad para volvernos tangibles. Si es que eso es posible. Broken Flowers también nos demuestra, paradójicamente, que cuando hacemos algo por alguien, seguimos buscándonos a nosotros mismos, en ese proceso tan complejo de conectar emocionalmente con lo que llevamos dentro. Y entregarlo, como un ramo de rosas, a nuestros pasados y futuros aciertos y errores.
Paterson
A William Carlos Williams le tomó cerca de dos décadas escribir Paterson, su poema más ambicioso, en el que intenta hallar los orígenes de un pueblo, su gente, la particularidad del entorno. A Jim Jarmusch, pieza fundamental del cine independiente de los Estados Unidos, cerca de dos horas el dibujar a su modo su propio Paterson. Un chofer de autobús, poeta, que bebe con calma en escapes nocturnos en compañía de su bulldog, que escribe en sus pausas, en su soledad inquieta, inmerso en su cotidianidad, y que está enamorado con locura y a su modo de su mujer. Paterson: el pueblo, el personaje y el poema de William Carlos Williams, personaje de quien parece beber el propio Jarmusch hasta incluso emborracharse brevemente, para dilucidar sus inquietudes, para revelarse a sí mismo la vida del poeta de Rutherford, y entenderla, con ayuda sutil de su recurrente deadpan y la sobriedad de los sucesos. A diferencia del Paterson de Carlos Williams, que se halla yuxtapuesto y parece inacabable e inabarcable (como el mismo Estados Unidos que trata de describir el poeta), el del cineasta sí concluye, parsimonioso, cálido, irreal, hecho sólo palabras fragmentadas, sin el exceso de pretensión habría caracterizado a Williams. Las palabras fragmentadas con las que se compone la cinta han sido puestas a modo y tomadas a propósito por Jarmusch; sin embargo, Godard diría a manera de razón-excusa, que “no es de donde sacas las cosas, es en donde las pones”. Y Jarmusch, ha puesto acá en su lugar todo lo que ha tomado y no es suyo. Ha puesto la poesía por todos lados.
The Dead Don’t Die
No sé si me identifiqué especialmente con esta película por haberla visto durante mi convalecencia por covid-19, pero creo que cuenta con cosas bastante resaltables a pesar de haber sido vituperada por la crítica. Hay una metáfora que cierra el círculo de la película: fenómenos como el calentamiento global o la interconexión provocada por las nuevas tecnologías nos convierten, más o menos, en zombies. El único personaje que sobrevive al apocalipsis es el encarnado por Tom Waits, un vagabundo al que se le respeta tanto como se le teme, que renunció a formar parte de la sociedad. Dice Milan Kundera en La Broma que ser marginado por la sociedad es el peor castigo que puede hacérsele a alguien -noción que vuelve, por ejemplo, en el capítulo White Christmas de Black Mirror, donde el bloqueo es la pena máxima-, pero acá deviene en salvación. Como película, The Dead Don’t Die dista mucho de contar con la poética que sí carga Only Lovers Left Alive, tampoco carga la nostalgia de Paterson y mucho menos la tristeza de Broken Flowers. Se cataloga, más bien, como una comedia coral donde Jarmusch invita al congal a sus amigos más cercanos; y, al mismo tiempo, habría que aceptar que es peor comedia que, al menos, Zombieland (Ruben Fleischer, 2009) y su secuela. En The Dead Don’t Die suceden muchísimas cosas y desfila muchísima gente (el reparto apenas cabe en el póster), pero veo esto como un acto de irreverencia en sí mismo, en conjunto con el humor meta de la película (la escena donde el personaje de Adam Driver habla sobre la canción que da título a la obra es tan grande como cuando Bill Murray acepta estar en Space Jam por ser amigo del productor). Como decía un comentario en Letterboxd: dentro de las no tan buenas películas de Jarmusch, ésta es la mejor.