La carga de la venganza: Los mosqueteros, Milady de Winter y el conde de Montecristo

Tal vez la belleza de El conde de Montecristo se deba precisamente a esta dimensión profundamente humana de su protagonista, que elige conscientemente convertirse en un demonio vengador.

¿Crees que me gusta ser el Conde de Montecristo? Es un hombre terrible, despiadado y frío. Pero no fui yo quien quiso convertirse en ese hombre. Me bastaba con ser Edmond Dantès, no esperaba más de la vida. Pero ellos me lo impidieron. Al matar al joven marino que no les pedía nada, hicieron nacer al demonio vengador que viene a pedirles cuentas.

Con estas palabras iniciaba una de las tantas adaptaciones que se han hecho de El Conde de Montecristo, una de las obras cumbre de Alexandre Dumas padre. Palabras que, sin embargo, no son del todo ciertas: si bien es cierto que murió como Edmond Dantès, el conde de Montecristo tenía una vida nueva por delante. Fue él mismo quien decidió a qué dedicarla. La venganza era un deseo natural, después de todo lo que le hicieron pasar sus enemigos, pero la decisión de llevarla a cabo sigue siendo suya. Se trata de un protagonista trágico no tanto porque caiga en el deseo de destrucción, sino porque cae teniendo otra elección.

Fijémonos en cambio en la antagonista de Los tres mosqueteros, Milady de Winter, seguramente el personaje más odiado de la novela. El origen de su carrera como espía y asesina se encuentra en un crimen por el cual fue encarcelada y marcada con la flor de lis: esto le quita para siempre la posibilidad de tener una vida honrada y la obliga a seguir para siempre el camino del mal, que inevitablemente acaba con una muerte terrible. Los mosqueteros se toman la justicia por su mano y la condenan, no solo por sus crímenes y por el peligro objetivo que representa, sino por las afrentas personales que les ha causado. De nuevo aparece la venganza, pero la capacidad de maniobra de cada uno es diferente: igual que el conde de Montecristo, los mosqueteros tendían elección, pero liberarla habría sido a todas luces una mala elección.

La venganza del conde de Montecristo no calma su cólera sino que la aviva, hasta el punto que él mismo decide renunciar a ella porque ve que está causando sufrimiento sin ganar nada, ya que lo que le fue arrebatado no le será devuelto. Habría podido tomar su tesoro, resarcir a sus amigos y vivir una nueva vida desde el principio, evitando más sufrimiento. Su venganza es un privilegio que decide tomarse en virtud del poder que le concede su nueva riqueza, mientras que la venganza de los mosqueteros, si bien alimentada por razones personales, es un acto de necesidad para evitar males futuros.

Tal vez la belleza de El conde de Montecristo se deba precisamente a esta dimensión profundamente humana de su protagonista, que elige conscientemente convertirse en un demonio vengador. Aunque racionalmente se lo podamos reprochar, lo podemos entender porque en su situación estaríamos tentados de seguir el mismo camino (y seguramente muchos lo elegirían). La lección que nos da es, precisamente, que tomar el camino de la venganza tiene un gran coste y nos convierte, a su vez, en objetivos de la venganza de los perjudicados.

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