La danza de los hombres polilla

El otro día, paseando borrachos y colocados por la orilla de la playa, mi amigo sacó una foto. Quería retratar la luna. Cuando llegamos a la estación de tren, ya eran altas horas de la madrugada.

Se veía mucho mejor en persona, dijo.

Se veía mucho mejor en persona.

Puedo dar fe de ello.

Se puso triste cuando se lo dije. Puedo dar fe de ello. El muy pazguato pretendía sacarle una foto a la luna y que se viera mejor de lo que se veía en persona.

Eso era imposible. En persona la luna era gigante.

Mucho más que el amor de todas las madres. Mucho más que el vacío que deja la muerte de un hijo. 

Infundía tal existancialidad que al principio nos intimidó. Aunque tampoco demasiado, nuestros anos solo se encogieron un poquito.

De caerse, nos habría mandado a todos al garete, pero en vez de caerse iluminó el cielo como una farola celestial. Los hombres polilla se arremolinaban en torno a ella y bailaban con sus piernas desnudas, brincando como cervatillos horas después de que sus madres polilla les hubieran lamido la placenta de la frente.

Fue tan liberador como plantar un pino en medio del cemento, aún caliente por el sol de las dos de la tarde. Fue tan liberador como salir al balcón a fumar cigarrillos de liar hasta que caer la noche. Fue tan liberador como tener sexo oral en un ascensor de hotel. Y es que correrse entre miradas de turistas incrédulos puede llegar a ser toda una hazaña. Sobre todo cuando has estado fumando cigarrillos de liar hasta caer la noche.

Se veía mucho mejor en persona, dijo.

Se veía mucho mejor en persona. Debería estar de acuerdo pero sigo sin creérmelo.

Más tarde, cuando abrimos la quinta botella de tinto, se había hecho aún más grande.

Más que el boquete de un navajazo a mala leche. Más que la cavidad del cajón de las verduras de mi nevera. Más que mis ganas de seguir comiendo verduras.

La luna quería decirnos algo pero no supimos entenderla. Lo sentimos, luna, pero no manejamos ese tipo de parámetros lingüísticos, le contestamos.

Así que siguió creciendo hasta iluminar las vías del tren, más allá.

El último pasó hace media hora, habrá que andar, dijo mi amigo mientras se embutía una cantidad de vino considerable entre pecho y espalda.

Escuchad el sonido de la luna creciendo, hombres polilla, gritó.

Siervos de lo hermosura de este mundo cósmico.

Seguid danzando con vuestros pies descalzos, hombres polilla, seguid danzando al son de la luna creciendo.

Me tumbé en la cama, hipnotizado, aún embriagado por los excesos líquidos de las horas anteriores. Había crecido tanto que su fulgor despertó a los hijos polilla de los vecinos. Comenzaron a berrear como cerdos entrando al matadero.

Haz que se callen ya estos niños polilla del demonio, grité desde la ventana de mi habitación. Así no hay quien pueda escuchar la luna creciendo.

Lo único que pude hacer es seguir fumando hachís hasta quedarme dormido. Fumar mucha hachís para volver a danzar con los hombres polilla al son de la luna creciendo.

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