La escritura no es un lugar de vacaciones, hay que vivir ahí: Isabel Díaz Alanís 

La historia de No hay nadie en casa (Dharma Books, 2022), ópera prima de la escritora —y amante del collage—mexicana Isabel Díaz Alanís (Monterrey; 1988), comienza con un durazno olvidado en la mesa del comedor, y del cual la protagonista recuerda su existencia ya sin posibilidad de regresar a salvarlo de la putrefacción, del aroma que atraerá a los roedores en los próximos días y de los problemas que, inevitablemente, surgirán alrededor de esta fatal distracción. 

Pero ese pequeño gran caos es el comienzo del aprendizaje (¿cuál no lo es?), sobre nosotros mismos. Una serie de viajes lleno de diálogos internos, recuerdos y dudas que transitan por diversas estaciones, dolorosas pero a la vez necesarias, donde la vulnerabilidad y la fragilidad son grandes aliadas para llegar a ese destino.

No hay nadie en casa, ganadora del Premio CasaOctavia-Dharma Books, es una novela de no ficción que aborda el oficio de la escritura y los motivos que conducen hacia ella; las creencias que arrastramos desde niños y un día, afortunadamente, cuestionamos si son realmente nuestras; la duda siempre presente sobre nuestra vocación y el lugar que decidimos ocupar en la vida propia (y en la de otros).

¿Podríamos decir que No hay nadie en casa se escribe desde la vulnerabilidad?

Uy, sí; ‘vulnerabilidad’ es una de esas grandes palabras que atraviesan el libro. Y me atrevería a decir, especialmente para la gente que escribe no ficción, la vulnerabilidad es clave, porque si no te pones en esa línea de fuego, no sale nada que valga la pena ser leído. Hay que arriesgarse, hay que ponerse y hay abrirse y compartir lo que estabas sintiendo y cómo te estabas sintiendo, aunque muchas veces te puedes preguntar: ¿y esto que estaba tiene sentido o estoy siendo una exagerada?

Creo que una de esas preguntas que te recorre la mente cuando escribes algo así es: ¿tiene sentido esto que estoy diciendo? Es hacérsela como pregunta crítica, pero también un poco confiar y decir, pues creo que sí y vamos a seguir avanzando.

En la novela nos muestras los diálogos que vas llevando contigo misma; lo que vives, piensas y reflexionas hacia ti. ¿Es este un proceso primordial para el escritor? 

Definitivamente. Una de las grandes trampas, de nuevo, a la hora escribir en general, pero me parece que es especialmente evidente en la no ficción, es tomar la realidad como realidad y punto; decir, esto es lo que es, esto es lo que pasó, esta es la única manera en que se puede reportar los hechos, o lo que sea. Es cuando te enfrentas, aunque suene paradójico, a la realidad; que siempre hay un punto de vista y siempre hay algo que está informando cómo la persona vive cualquier aspecto de lo que esté viviendo. Necesitas esa reflexión para entonces tomar el lenguaje, más como una herramienta de interpretación que como una fotografía o la idea de fotografiar y tener la ‘instantánea’ del acontecimiento. Si le entras por ahí, perdiste.

Conforme avanza la obra, vas dejando varias pistas sobre los motivos de la escritura. ¿Para qué se escribe? 

Estoy segura que cada quien tiene razones distintas y que cada momento pide razones distintas pero, para mí, se escribe para darle descanso a la mente de los pensamientos; para sacar toda la revoltura que está aquí adentro y con la que a veces necesitas establecer distancia para tener claridad, para tener respiro, para crear. Escribimos, o escribo, para poder observarme mejor, para poder entenderme mejor y para tener descanso, porque si no es vivir rodeada de palabras aquí adentro y es, un poco, una tortura. 

Hablas también sobre las creencias. Y llega un momento en que las cuestionas y mientras reflexionas si realmente son tuyas, te vas despegando de algunas de ellas. ¿Cuáles creencias hoy ya no forman parte de tu labor como escritora?

Quizás una de las más importantes es la trampa de la inspiración. Pensar que las cosas te van a llegar de golpe, como una iluminación mística; que vas a tener este arrebato, te vas a poner a escribir como enajenada y, de repente, va a salir esta gran obra. 

Y un poco de la mano con eso, la idea de que la persona de verdad genial es la que no necesita editar tanto. Ahora pienso eso y se me hace una pendejada, básicamente (risas). Le tengo tanto respeto y cariño a la labor de la edición, propia y cuando alguien más también te lee, que esta idea… Creo que es Sor Juana a quien siempre agarran de ejemplo: “No tenía correcciones”. Pues qué bueno por ella, felicidades, pero eso no es algo a lo que hay que aspirar. 

Y la idea de que hay que ser eruditos para escribir, que hay que sabérselas de todas, todas, que hay que tener, no sólo un conocimiento, sino una seguridad de cómo funciona el mundo para, entonces, hablar de él, cuando creo que la mayor parte de las veces estamos, más bien, tanteando. Y creo que justo la escritura es un gran ejercicio de tanteo. 

La vocación del escritor es medular en la obra, y además, siempre está esa duda de si podrás o no podrás dedicarte a ello. Y concluyes que la escritura es una vocación, una aventura y una identidad. ¿Qué tipo de escritora eres o estás construyendo? 

Ay, qué fuerte. Yo creo que escritora, a secas. Me gusta mucho pensar en la palabra ‘escritora’, así como en la palabra ‘creadora’, en su sentido más básico. Escritor es quien escribe. El ejercicio de la no ficción me llama muchísimo la atención y es donde ahorita estoy como muy inmersa, aunque no descarto, para nada, trabajar en otros géneros y líneas, pero me siento muy cómoda simplemente pensándome como escritora, quitándole esa etiqueta, cualquier connotación, entre elitista o elevada. Tiene mucho más que ver con tener oficio, que quiere decir, tener conciencia a la hora de hacerlo; hacerlo estando presente, estando ahí, y hacerlo de manera seguida, que lo incorpores como parte de tu día a día; que no sea un lugar de vacaciones, sino que vivas ahí. 

Como buena escritora, eres también una cazadora de historias. Nos relatas cómo vas caminando por la calle, libreta en mano, cachando conversaciones y apuntando cosas. ¿A quién le termina perteneciendo esa historia: a la gente que escuchas o a ti que relatas sobre ella?

Creo que cualquier persona que experimentó lo que experimentó, lo que vivió… Lo dice Annie Ernaux en El acontecimiento, que si lo viviste, es tuyo para contar. Y no quiere decir que no haya una responsabilidad ética, de nuevo, muy en el territorio no ficción, a la hora de decir, cómo contarlo, qué se cuenta y qué no; qué es prudente contar. Pero sí lo viviste, es tuyo. Creo que la cuestión es entender cuál es el rinconcito tuyo y desde ahí narrar. 

Cuando piensas que estás a punto de resolver el misterio, el centro se repliega en sí mismo. Mientras anoto esta frase me recrimino no saber poner en palabras lo que sucedió en otra dimensión de la experiencia. No sé cómo alcanzar lo que queda sin decir. Borro y reescribo, borro y reescribo, y, de repente, empiezo a crear, mencionas en No hay nadie en casa. Si leer es releer, ¿escribir es reescribir?

Sí, sí, sí, siempre. Creo que, incluso en los casos en los que, pensando en la gente que toma apuntes o que tal vez se le viene una frase para describir algo inmediatamente, incluso en los casos en los que eso ya es inamovible, incluso en ese sentido, hay una reescritura, porque hay un abordaje, hay un ‘posicionarse’. Las cosas son siempre relativas a quién las esté viendo. Escribir es reescribir, precisamente, porque no nos damos cuenta de todo lo que vivimos en la primera ronda de escritura. Necesitamos regresar a esos borradores que hacemos, a esas notas, a esas primeras impresiones, para poder darnos cuenta realmente de qué fue lo que nos llamó la atención, o qué fue lo que nos disparó la emoción disparada. Hay una labor de descubrimiento que rara vez sucede a primera vista, se necesita el regreso. 

Deborah es un personaje medular en No hay nadie en casa. Es, por decirlo, una ‘explosión’ para la protagonista; quien le hace ver y entender demasiadas cosas. Y existe esta admiración hacia ella porque “está dispuesta a ocupar el lugar que le pertenece”. ¿Qué lugar estás dispuesta a ocupar dentro de la escritura?

Esta ya es pregunta de psicoanálisis (risas). Es difícil, es una pregunta difícil, porque va variando a lo largo de la escritura y, ahora me doy cuenta, también a la hora de compartir el libro. 

El libro sale y empieza a vivir por su cuenta, y la dimensión de escritora o la persona de escritora también se sigue desdoblando, o se convierte en otra cosa. Porque antes era estar en frente a la computadora, tomando notas, reescribiendo, compartiendo con cierta gente los escritos; un universo mucho más pequeño. Y de repente se convierte en charlar del proceso del libro, de las personas que tuviste o los libros, o lo que sea que te haya influenciado, y se puede convertir en mucho más que eso, ya puedes entrarle a la cuestión más, entre típica y estereotípica, de lo que es un escritor, una escritora: alguien que gana premios, o alguien que está publicado, o alguien que da una charla; alguien que ya tiene más que ver como figura pública.

Creo que estoy todavía averiguando qué lugares estoy dispuesta a ubicar, a habitar. Regresando un poco a lo que decía antes, de cómo me identifico, como escritora a secas, me gustan ese tipo de espacios en los que se puede hablar sinceramente de las creaciones que estamos haciendo, de la emoción que nos provoca crear cosas, o de la incertidumbre y la frustración de saber que quieres decir algo y no saber exactamente cómo decirlo, de compartir recomendaciones. Un lugar que nunca me gustaría habitar sería el de la erudita, porque no es un lugar con el que me sienta cómoda y dudo que alguna vez me sentiré cómoda, porque es muy evidente para mí que yo no tengo todas las respuestas, ni todo el conocimiento; es increíblemente obvio. No sabría ni por dónde empezar a fingir que poseo todo eso. Entonces, se me hace una batalla perdida desde un principio. Prefiero reconocer mi derrota por ahí y habitar los espacios en los que compartir y acompañar de una manera más horizontal es posible. 

purgante es una comunidad de lectores. ¿Qué libros nos recomiendas? 

Uno que definitivamente me acompañó en la escritura de No hay nadie en casa, y que acompañó mi exploración en la no ficción, es Memorias de España 1937 de Elena Garro, sobre su experiencia de estar en España durante la Guerra Civil, acompañando a Octavio Paz, su entonces esposo, a esta gran conferencia (“II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura”). Me gusta porque es un libro que se podría prestar muchísimo a todas estas trampas de erudición pero que, en cambio, está hecho desde otro lugar por completo. Y una de las cosas que más me fascina de ese libro es que Elena Garro se refiere a él como “Paz”, en vez decirle “Octavio”; supongo, como yo lo interpreto, burlándose un poco la obra de este escritor que de repente, pareciera, no fue persona; que sólo fue voz, inteligencia, inspiración. Ese tipo de guiños me encantan. 

The Art of Memoir, que es como una especie de manual de Mary Karr para la gente que le interesa la no ficción. No necesariamente estoy de acuerdo con todo lo que dice ella ahí, pero fue un libro que me ayudó muchísimo para entrar en diálogo, sobre todo de una manera más pragmática, y empezar a cuestionarme aspectos puntuales de la no ficción, de lo que puede ser y de las cosas que hay que tener en cuenta. 

Y Girl, Woman, Other de Bernardine Evaristo; tiene una experimentación formal muy, muy pequeña, pero que a mí me sirvió mucho para este libro. Todas las oraciones empiezan con minúscula, e incluso los párrafos suelen ser más pequeños y hay algo ahí, muy pequeño, que te descoloca y te hace, me parece, ponerle atención en la narración de una manera distinta. Me gusta mucho, como con lo que decía antes de Elena Garro, este tipo de gestos increíblemente pequeños que pueden tener un efecto muy grande en la lectura. No tiene que ser, la experimentación formal, esta cosa súper rebuscada. Puede serlo, ¿por qué no?, pero no tiene que ser eso. A veces hay cuestiones sencillas que se pueden hacer y que le dan al texto lo que necesitaba. 

Cuando escuchas la palabra purgante, ¿qué significado le das?

Me remite, inmediatamente, a sacar, a vaciarse. Como lo decía antes con la escritura, que produce alivio; que quita el empacho, produce alivio y permite tener, quizá, algo que se parezca a la paz. 

¿Qué viene ahora o en qué estás trabajando? Sorpréndenos. 

Tengo un libro de no ficción en el que ando trabajando ahora. Y también el collage es algo que me encanta, y ando explorando combinaciones entre una cuestión más visual con una cuestión de escritura. A ver si pega el chicle…

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