No era, no por lo menos, la guitarra exquisita, el acercamiento con el universo y la cara del artesano entre las cuerdas.
No era, desde luego, sólo el aroma de las estrellas o de la niebla de El Sur. Tampoco eran, sin más, las oleadas de las piedras de Santiago; eran, en todo caso, las verdaderas noches en las que la música -poesía numérica- desprendía su reino al lado del cigarro y el trago cuando la calma colmaba el territorio de la oscuridad, ese peculiar momento en el que la filosofía entraba por debajo de la puerta y se dejaba sentir de lleno como rayo o como un dardo.
No era Jeff entonces, era una forma de mago, de iluminación, el no sentir cuando se siente todo, fa o sol, solo de guitarra, de genial guarida.
Beck, el astro de la penumbra, el compañero que ayudaba a eludir el calendario y los malos ratos, pregón de cuerdas cuando Tomás Segovia ya muerto habitaba las páginas del corazón y Keats soplaba las inminentes lágrimas del rocío, cuando las aves volvían del vuelo nocturno entre las sábanas del alma.
No era, por lo menos, un rumor o el cuento inacabado del ya repetido teclado.
No era, tan sólo, la suculenta sombra de aquel recinto de lluvia y frío.
No era, desde luego, un pasadizo o una pluma dejada al cuaderno abierto que nada sabía de la línea o del punto y coma.
Jeff era algo más que lo exquisito, era platicar a solas con el universo, esa sucursal de lo divino….