La espera

Te estás colocando, impaciente porque habías quedado con una amiga y resulta que aún le queda una hora para salir de su casa porque está esperando a un técnico. No sé qué con la mampara de la ducha. Tienes unos quince minutos hasta que llegues al lugar donde habéis quedado, así que fumas tranquilo. A eso de las doce del mediodía te había llamado tu compañero de piso porque estará toda la semana encadenando trámites y viajes y unos colegas pasarán por casa tarde o temprano. Como también son colegas tuyos, aprovechas que ya estás esperando a alguien para esperarlos también a ellos. Ya que esperas, para qué perder más tiempo esperando. Total, ya estabas esperando.

Mientras fumas piensas que tampoco te iría mal una birra. Por qué no darte el gustazo. Total, vas a tener que seguir esperando.

Cuando llegan los colegas, todo va mal. No solo traen decenas de trastos que tendrás que ordenar sino que, además, se han encontrado a un perro sin dueño en el ascensor, han decidido metértelo en casa y ahora tienen que largarse porque un tercer colega está abajo con la furgoneta. También esperando. Está muy mal aparcado y las seis de la tarde es una muy mala hora para tener el coche atravesado en medio de la avenida principal, con el conductor fumándose un cigarrillo de liar y rascándose la barba como si los cuarenta taxis que están colapsando el carril central y mandando al carajo la acústica del vecindario, a sabiendas de que todo el mundo está ya hasta los mismísimos cojones de estos percales no tuvieran nada que ver con él. Pura carne de cañón a punto de caramelo para cualquier chupatintas que vaya toreando el tráfico con la moto. Una multa y adiós al alquiler.

No. No. No. Que hay que bajar. Hay que bajar o el casero nos manda a la puta calle.

Así que se largan. Sin más.

Cuando llamas a la amiga con la que habías quedado desde el principio, te dice que se va a retrasar otra media hora. Miras al perro y lo analizas. Total, ya estabas esperando.

Su cara de felicidad indica que sabe perfectamente a qué ha venido. Tal y como está la entrada, ese chucho lanudo con rastas en el ojete habrá deducido que su contenido dista mucho de lo que está acostumbrado a zamparse allá por donde viva. Según analizaba el acopio de trastos que llenan la pared principal y que parece la obra de un sociópata con síndrome de Diógenes, habrá visto a Javi 1978 —esa escultura grimosa con cara de estar sufriendo de paranoia por tripis, ese maldito jeto de tiza que odian todas tus visitas y que a ti te encanta pero que ojalá no la hubieran visto tus vecinos porque ahora se van a pensar que tienes una mazmorra sexual en la cocina— y habrá supuesto que te alimentas exclusivamente de salchichas industriales y beicon en lata. Por su cara de felicidad, está claro que puede olerlo en tu mirada estupefacta. Lo que no sabe es que tu trambólica mueca ocular se debe a que acabas de llegar a una conclusión de lo más inapelable: ESTE PERRO ES UNA PERRA.

Bien por ella, piensas.

Llamas a la vecina de al lado, una señora de tropocientosmil años simpatiquísima que siempre te invita a pasar —pero al final nunca pasas porque ella no quiere que pases, sino tan solo quedar bien—, por si sabe de quién es la perra.

¿En qué momento te olvidas a la perra en el ascensor?, piensas mientras pulsas el timbre.

La mujer tarda como dos siglos en abrir pero no pasa nada porque tu amiga se va a retrasar por lo menos veinte minutos más. Total, ya estabas esperando.

¿En qué momento te olvidas a la perra en el ascensor?, pregunta la mujer cuando al final consigue abrir la puerta.

Le dices, joder, pues justo estaba pensando lo mismo y te quedas tan ancho.

Vaya follón, te responde.

No pasa nada, total, ya estaba esperando.

Después de charlar un rato con ella te dice que la perra es de una mujer que tiene otro perro, pero que no sabe si en realidad ese otro perro también es una perra. Por lo visto es la propietaria de la tienda perruna que hay justo abajo. Cómo no habías caído. Le preguntas y le preguntas, pero la muy desconfiada sabe perfectamente en qué piso vive y está esperando a decírtelo porque no está segura de que no vayas a querer pasar más adelante. Por mucho que te lo ofrezca, quiere estar segura de que te ha quedado claro que no quiere que pases. Asientes para hacérselo saber y consigues que te lo diga por lo bajini, que aquí los vecinos son muy cotillas. Subes y llamas, pero la mujer no contesta. Estará buscando a su perra, piensas.

Entretanto, tu amiga se va a seguir retrasando otra media hora, así que abres la nevera para darle a la perra lo que quiere. Total, ya estabas esperando.

Vuelves a analizar al perro sabiendo ahora que es una perra. Adoras como se pone panza arriba para pedirte un poco cariño, así que le das agua. Comienzas a estar inquieto porque no sabes hasta que punto podrás seguir esperando. Esta semana hay puente y pueden haberse ido de vacaciones. Vale, tranquilo, piensas. Todo tiene solución. Vuelves a subir y llamas de nuevo, esta vez de forma insistente.

Escribes una nota al ver que sigue sin estar:

SEÑORA TENGO A SU PERRA EN MI CASA
PASE A BUSCARLA CUANDO QUIERA

Como no encontrabas celo, decides cortar varios pegotes de cinta aislante para una adhesión súper robusta. Es una nota importante y no puede perderse bajo ningún concepto. Haces un marco con los pegotes de cinta aislante y colocas la nota en el centro. El encuadre es perfecto. Al abrir el ascensor te encuentras a la presidenta de la escalera que va a ver a tu vecina. A ella sí la deja pasar.

Y esa chapuza, dice.

Tengo a una perra en mi casa. Unos amigos se la han encontrado en el ascensor. No sabemos de quién es así que he hecho una nota, le respondes.

¿En qué momento te olvidas a la perra en el ascensor?, te pregunta.

Eso mismo le he dicho yo.

Tu vecina responde por ti. No ha tardado en abrir a sabiendas que su amiga estaba al caer. Ella también estaba esperando.

Será que de tanta espera al final ha surgido lío.

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