La literatura sirve para hacer ajustes de cuentas: Bernardo Esquinca

La narrativa del autor de Mar Negro se explica ante su hartazgo, cansancio y desánimo frente al mundo real.

Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) se ha establecido como uno de los nombres más importantes en la narrativa de lo extraño en México. Ha publicado tres libros de cuentos –Los Niños de Paja (2008), Demonia (2012) y Mar Negro (2014)- y la célebre Saga Casasola; una mezcla de novela negra, policíaca y de terror, compuesta por las obras La Octava Plaga (2011), Toda La Sangre (2013), Carne de Ataúd (2016) e Inframundo (2017). En una de las extraordinarias pláticas que Editorial Almadía lanzó a YouTube en los albores del confinamiento, Esquinca contaba a Alberto Chimal y Daniela Tarazona que su inclinación hacia la narrativa de lo extraño se explicaba ante su hartazgo, cansancio o desánimo frente al mundo real. Tiene que haber algo más allá. Bernardo acumula ya una larga trayectoria realizando incisiones a la realidad que desembocan en un borbotón de sangre oscura. Platiqué con él sobre su trayectoria y en especial Mar Negro, su último libro de cuentos editado por Almadía.

Me gustaría empezar diciendo que, como bien se advierte en la contraportada de tu nuevo libro, éste se compone de una serie de cuentos con la Ciudad de México como una especie de hilo conductor. Mantienes que la ciudad es una especie de lugar que alberga muchas épocas distintas. Me gusta mucho una frase de Rafael Pérez Gay: somos las ciudades que hemos perdido, pero tú defines el Centro Histórico en especial como una suerte de ‘mosaico temporal’. Me gustaría que hablaras sobre eso, o me corrijas si no comprendí la idea…

Pienso que, sin duda, como bien dice Rafael Pérez Gay, somos las ciudades que hemos perdido, pero también somos las ciudades que hemos recuperado. En mi caso, yo recuperé a la Ciudad de México de manera muy especial. Yo nací en la Ciudad de México, en el Hospital de La Raza, pero me crié en Guadalajara, donde pasé toda mi infancia y mi adolescencia -ante esto, me considero de Guadalajara: uno es del lugar donde se cría. Nací en la Ciudad de México, pero a las dos semanas estaba ya en Guadalajara: soy tapatío, me gustan las tortas ahogadas, me gusta el tejuino, me gusta el queso panela y le voy al Atlas. Soy muy tapatío, pero no pierdo de vista que nací geográficamente en la Ciudad de México. Azares del destino me llevaron -y sobre todo consecuencias de una ruptura amorosa, como explico en otros libros…- a salir de Guadalajara y venir a la capital en 2003, lo cual marca un antes y un después en mi literatura porque conforme fui conociendo y adaptándome a la ciudad -en especial al Centro Histórico, tras entrar a trabajar al Museo de Arte en 2007-, la fui haciendo mía y su influjo fue cada vez más importante; se fue metiendo poquito, como la humedad, en mis cuentos -en Los Niños de Paja hay un par de cuentos ambientados en esta ciudad; en Demonia hay más y en Mar Negro todos están ubicados en la Ciudad de México-. Fue un proceso de apropiación y recuperación de la ciudad en la que nací y terminó siendo mi hogar. Vila-Matas dice que no nos realizamos hasta que volvemos a la ciudad que nos vio nacer, y en mi caso eso puede aplicarse. La Ciudad de México es el motor principal de mis relatos y mis novelas: sus calles, sus personajes, sus leyendas, las capas y capas de historia que tiene este palimpsesto fascinante. Tengo la sensación de que la ciudad quiere contarme historias y yo estoy ahí para escucharlas y, a mi vez, transmitirlas a los lectores.

Voy a hacerte una pregunta muy común que probablemente hayas respondido mil veces: ¿en qué momento te diste cuenta de que, lo tuyo, lo tuyo, era la escritura? ¿por qué inmiscuirte de manera tan marcada en el género de terror?

Provengo de una familia de escritores, crecí rodeado de libros y fue algo muy natural sentirme, desde pequeño, interesado por la literatura y la escritura. Escribí un cuento a los ocho años, y me seguí. Conforme fui creciendo fui tomándolo un poco más en serio, pero desde pequeño tuve clara mi vocación: yo quería ser escritor. Ahora: entender que era un escritor de terror sí me llevó más tiempo: a pesar de que mis primeros cuentos ya iban en ese sentido, yo no tenía una reflexión o conciencia de dedicarme a ese género. El primer autor que leí con devoción durante la adolescencia fue Edgar Allan Poe; todo estaba enfocado hacia eso. Me marcaron mucho programas de televisión como La Dimensión Desconocida o Alfred Hitchock Presenta; estuve interesado por lo macabro desde pequeño, aunque si bien mis primeros libros ya traen relatos truculentos, fue hasta que estaba confeccionando en la Ciudad de México el que sería mi primer libro con Almadía, Los Niños de Paja, en 2008, que varios amigos que dirigían suplementos o revistas empezaron a pedirme cuentos; yo tenía cuatro o cinco que revisé y analicé, y noté que todo iba enfocado hacia el terror. Decidí irme por ahí, y enfoqué también mis lecturas, Stephen King entre ellas, en ese sentido. Cuando el libro salió, tuve por primera vez en mi vida lo que llaman un carrusel de prensa, cuando te entrevistan durante la misma sesión varios medios, uno tras otro; a los reporteros de cultura les llamaba mucho la atención que yo hubiese escrito un libro de cuentos de terror. Me decían: qué raro que hayas escrito ahorita esto, porque nadie más está haciendo esto en la literatura mexicana. Cobré conciencia de que ciertamente había ejemplos hacia atrás, como Tario, algunas cosas de Fuentes, otras de Paz, Amparo Dávila, por supuesto, en fin, pero no era una constante en la literatura mexicana la proliferación de cuentos fantásticos de terror, y menos en ese momento en particular. Los reporteros me hicieron cobrar conciencia de eso; soy un escritor de terror, a mucha honra, y soy uno de los pocos que están haciendo esto. Entendí que eso era un distintivo de mi literatura y lo abracé por completo; además, no podría escribir sobre otra cosa porque soy muy fiel a mis obsesiones. Es una singularidad, y difícilmente podría pensar que hubiese otro camino para mí; no me vería escribiendo novelas rosas, por ejemplo.

Varios relatos tuyos están escritos en primera persona, siendo el protagonista escritor. Uno de ellos, en Mar Negro, dice que “si los escritores no somos un poco crueles y egoístas, no vamos a ningún lado”. ¿El personaje es Bernardo Esquinca?

Toda escritura se combina en mitad lo que uno vive, piensa y cree, y mitad lo que observamos de los otros. Hay una mezcla siempre de ficción, autoficción, realidad y fantasía. Siempre hay relatos más personales que otros; en Mar Negro está ‘El ciego’, que es uno de los relatos más personales que he escrito -tiene mucho de realidad: el edificio, Don Manuelito, que vivía ahí y era este hombre que parecía estar ciego pero no lo estaba tanto; hay muchas cosas reales, pero no basta con eso, y ahí es donde yo tuve que llevar el relato a un territorio de fantasía mucho más truculenta que la realidad detrás del relato. Sin embargo, es un relato muy personal porque sí explica o comenta muchas cosas de cómo funciona mi mente, en cuanto a mis obsesiones y manías. Qué tanto soy yo en aquella frase: aunque lo quisiera, no soy cruel, y aunque lo quisiera, no soy egoísta; a veces hace falta, para que no nos vean tanto la cara, pero a mí me la ven a cada rato porque tengo corazón de pollo. Hay partes del relato que sí soy yo y otras que no: es un Frankenstein.

Uno de los cuentos en Mar Negro se presenta como un posible epílogo de Toda La Sangre. ¿Cuál es tu relación actual con Casasola?

Ahorita hay una pausa con Casasola. Tengo pensadas, al menos, un par de novelas más: la primera es un tanto compleja y me requiere bastante investigación al ser una novela histórica. He estado avanzando en la investigación, pero el contexto actual del confinamiento e incertidumbre que estamos viviendo no me tiene con el ánimo de escribir un proyecto tan complejo. De momento avanza lento, pero confío en que eventualmente haré ese par de novelas para después dar una larga pausa en la saga Casasola y enfocarme en otros proyectos que tengo en mente. Mi relación con Casasola es buena: podría decirse que tenemos un matrimonio feliz, aunque como en toda relación es bueno darse ciertas pausas para no saturarse. Por lo menos, te digo, tengo pensadas dos novelas más en la saga Casasola y después veremos qué sucede.

Ahora que hablas del confinamiento: ¿qué tanto se ha transformado tu cotidianidad a partir de esto? ¿es cierto que el escritor está, en sí, acostumbrado a una especie de soledad y aislamiento que le permite no ver esto como una total anomalía? Es curioso que, en uno de los cuentos de Mar Negro, el relato cierre precisamente con el desencadenamiento de una pandemia.

Bueno, sin duda el confinamiento ha transformado mucho mi cotidianidad tal y como al resto del planeta. Ahora: es cierto que los escritores estamos más acostumbrados que la mayoría de las personas a estar encerrados, leyendo, escribiendo, y si bien tenemos una vida social, mucho pasa por el aislamiento natural -nos es natural a nuestra profesión y nos sentimos cómodos con él. Pero, por otro lado, uno puede estar aislado como escritor y saber que tiene posibilidad de salir a donde quiera aunque decida quedarse en casa: no es lo mismo eso a no poder salir al estar prohibido. Simplemente esa cuestión psicológica afecta mucho: los primeros meses del confinamiento no escribí nada y ahora ya empiezo a salir un poco de esa pausa que me impuso la incertidumbre, pero me ha llevado meses. Entonces sí: me ha afectado, independientemente de que el escritor por naturaleza sea un ser aislado y solitario. Sin embargo, no creo que se deba tanto al encierro sino a la situación de incertidumbre que se vive y nos afecta psicológicamente. El relato al que haces mención, ‘La noche de Tlatelolco’, tiene que ver con el contagio zombie, pero ahí sobre todo quería hacer una metáfora de lo ocurrido en 1968 creando una venganza, que me parece muy justa, de los estudiantes hacia los soldados que los reprimieron y masacraron: esa venganza es en clave zombie, y si para algo sirve la literatura es precisamente para poder hacer estos ajustes de cuentas que no ocurren en el mundo real.

¿Tu hábito de lectura se ha modificado también a partir de la cuarentena? ¿En este momento lees más? ¿Te gusta leer sobre cosas referentes al encierro o prefieres aislarte del tema?

Al principio de la cuarentena no tenía concentración para leer; leía poco. Pero con el paso del tiempo he podido volver a la buena forma y quizá ahora sí estoy leyendo incluso un poco más que de costumbre. Dentro de todo, creo que son etapas: de pronto me clavo más viendo películas y series, otras veces me clavo más leyendo; pero ahora, como estoy escribiendo otra vez, la lectura me pone en sintonía. Al principio procuraba eludir las noticias porque me malviajaban, luego busqué un equilibrio entre algunos días leer y otros desintoxicarme. Buscaba artículos más de fondo, que me parecían más interesantes que las estadísticas que solamente aumentan la paranoia, pero de un tiempo a acá, ya no; perdí interés en el tema y más bien leo literatura. Estoy leyendo cuentos y novelas, que creo que es lo que más paz mental me da.

Si bien tus cuentos han estado insertados, como ya decías, en el género de terror, ¿cómo crees que ha evolucionado tu forma de escribir cuentos desde Los Niños de Paja hasta Mar Negro, pasando por Demonia?

Como te decía, soy muy fiel a mis obsesiones y siempre estaré narrando misterios sobrenaturales; siempre me estaré asomando al lado oscuro del alma humana. Pero sí ha evolucionado mi manera de contar cuentos: Los Niños de Paja son cuentos más sencillos en su estructura, son muy cortos en algunos casos, casi estampas, y después mi manera de narrar se fue expandiendo y volviéndose un poco más compleja. En Demonia los relatos son un poco más densos no solamente en su contenido y en sus capas, sino incluso buscan otras formas de narrar; hay otras formas que aparecen como el relato fragmentario y coral de ‘El contagio’, o el mismo relato de ‘Demonia’ que da título al libro y es prácticamente un ensayo sobre la posesión demoníaca. En Mar Negro también se va viendo esta necesidad de contar las cosas de otro modo, como en ‘Sueña conmigo’, que es un cuento sobre muñecas embrujadas y a la vez que conocemos la historia del coleccionista, hay cuentos dentro del cuento que son las historias de las muñecas. Me gusta mucho esta especie de muñeca rusa, donde hay algo dentro de otra cosa. Si bien mis cuentos fueron creciendo en extensión -incluso en el libro que saldrá en septiembre en Almadía, El libro de los dioses, hay una parte del libro que tiene relatos mucho más extensos-, también el artefacto narrativo me ha interesado cada vez más: cómo un relato es contado, según los recursos narrativos que uno va aprendiendo en el camino.

Hablabas de que, de pronto, te clavas más viendo películas y series. Quizá para romper un poquito con la solemnidad de mi entrevista podrías decirme qué películas y series se ubican en tu olimpo personal.

Son muchas. Te puedo mencionar que David Lynch es mi cineasta favorito, ha tenido mucha influencia en mí, quizá más que muchos escritores; de él aprendí a no contarlo todo, a que cuando un misterio se resuelve más bien hay una decepción, y que un misterio irresuelto siempre va a permitir que la imaginación siga trabajando. De él aprendí también que bajo la superficie aparentemente normal de las cosas, siempre hay otro mundo de rareza moviéndose -y muchas veces resulta más interesante. En ese sentido, una de mis películas favoritas es Blue Velvet y una de mis series favoritas es Twin Peaks, aunque hay muchísimas más. Recientemente me gustó mucho True Detective, la primera temporada me pareció alucinante. Me gustan mucho los cineastas recientes que están trayendo sangre fresca al terror, como Ari Aster con Hereditary y Midsommar, Robert Eggers con The Witch y The Lighthouse, y Jordan Peele con Get Out y Us. Me clavé mucho con una serie de ciencia ficción llamada Devs, que fue escrita y dirigida en su totalidad por Alex Garland; una joya, un producto muy raro, un mundo muy personal del autor. Está The Handmaid’s Tale, basada en la novela de Margaret Atwood que también me encanta; es una serie muy pertinente, una distopía que nos habla mucho del mundo actual y del cómo se trata a las mujeres y se abusa de ellas. Podría seguirme el resto del día enumerando series y películas: me gustan mucho el cine y la televisión, son parte fundamental de mi alimento creativo.

Para cerrar, y aprovechando esto último: contó alguna vez Carlos Velázquez que, para él, ver ciertas series como The Wire o Breaking Bad es equivalente (o, muchas veces, más denso) que leer. Me pareció que en Mar Negro los cuentos tienen cierta vertiente cinematográfica. ¿Escribes un poco ‘pensando escenas’ en imagen? ¿o no es algo que pase por tu cabeza?

Sin duda vivimos una época de oro en la televisión, desde que a principios del siglo salieron series como Six Feet Under o Los Soprano. No sé si sea el equivalente a leer, pero sin duda hay a veces mucha más literatura y profundidad en estas series tan poderosas que en bastantes libros -sobre todo ahora, que vivimos una época de muchos libros al vapor y escritores diletantes que más bien son gente famosa a quienes, al saber que van a vender, le piden que escriban novelas y demás. La gran narrativa se ha refugiado en la pantalla chica –True Detective me sigue pareciendo algo brutal, de lo mejor que ha pasado-. En mi caso, no solamente en Mar Negro sino en toda mi obra sí hay una cuestión cinematográfica; se ha dado de manera natural, pertenezco a una generación, la de los setentas, para la cual el cine ya era algo muy extendido en nuestras vidas. Yo tenía cinco años cuando se estrenó Star Wars, y fui al cine a verla; recuerdo que el tema de John Williams sonaba todo el día en la radio y en los Corn Flakes salían juguetes de la película; pertenezco a la generación donde el cine ya era un elemento cotidiano. Esa narrativa cinematográfica se fue incorporando de manera natural a mi forma de narrar literatura; se dio por influencia, como proceso natural. Algunos lectores me dicen que tengo una narrativa muy visual, aunque es algo que jamás pretendí. Yo no me imagino el mundo sin el cine, la televisión y la música; cuando empecé a hacer mis primeros experimentos de relatos largos y novelas, PJ Harvey estaba ahí, Macy Star estaba ahí, los Stone Temple Pilots estaban ahí. Llegué a escribir una novela que nunca publiqué porque estaba chafona, pero se llamaba Los Pilotos del Templo de Piedra, e hice un cuento inspirado en Down By The Water, de PJ Harvey, con esta frase de “Little fish / big fish / swimming in the water”, o Mazzy Star con sus atmósferas de carretera onírica. También la música es vital en todo lo que hago. 

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