La mujer que viene del mar

Hace tiempo conocí a la mujer que viene del mar
y como un faro se convirtió en una luz salvadora.
Nos encantaba nadar en nuestro cristalino Mediterráneo,
bañadas por los rayos del sol alicantino,
y no nos dábamos cuenta de que muchas veces lo hacíamos a contracorriente.
Y en esas ocasiones la orilla cada vez se veía más lejos.
Y la gente empezaba a parecer cada vez más pequeña.
Hasta que perdían por completo su forma.
Y teníamos ante nosotras la inmensidad del mar.
El todo y la nada.

Decidimos explorar ese nuevo horizonte azul.
Pero lo hicimos por separado.
Porque tú querías ver arrecifes.
Y soñabas con corales.
Lejanos.
Muy lejanos.
En un nuevo océano.
Y yo, sin embargo, quería seguir descubriendo ese Mediterráneo.
Soñaba con sirenas que me cantaran en un nuevo idioma.
Que me sedujeran y condujeran hasta el fondo.
Infinito.
Y que no me dejaran volver a la superficie.

Pero la corriente, después de un tiempo, nos volvió a juntar.
Y desde allí veíamos a Colón señalándonos un nuevo camino.
Y por un momento, tuvimos la impresión de estar nadando en una piscina.
Calma.
Serena.
Tocando con los pies el suelo.
Y en esa piscina había otras personas.
Que quisieron nadar con nosotras.
Que habían visto otros horizontes azules.
Y con las que parecía que bailábamos sincronizadas.

Pero bailar en el mar era también agotador.
Y el oleaje inevitablemente seguía su curso.
Inestable.
Golpeando.
Transportando.
Y así llegamos a nuestro punto de partida,
donde estaban todas las personas que habíamos dejado en la orilla.
Atrás.
Que ahora parecían distintas.
Distantes.
Pisar tierra firme fue extraño.
Porque nuestros cuerpos aún sentían el vaivén de las olas.
Y teníamos mucha sal en los ojos.
Y todo parecía borroso.
Y caminar se convirtió en una nueva normalidad.

Tuvimos que aprender a dar pasos firmes.
A abrir los ojos.
Para ver que todo lo que trae el mar se vuelve a ir.
Rápido.
Breve.
Intenso.

Pero cuando pudimos abrirlos del todo,
vimos nuestra imagen reflejada en los ojos de la otra
Clara.
Definida.
Colorida.
Con personalidad.
Y muy parecida.

Con el tiempo, la nueva normalidad nos volvió mas implacables,
a pesar de nuestros sueños con el mar
y de nuestras crisis cíclicas.
De frustración.
De esperanza.
Como las mareas.

Ahora, cuando todos se van, me gusta pasear por la costa.
Asomarme al balcón infinito.
Y pensar que nuestro viaje fue:
Una mirada
Una palabra
Un pensamiento
Un sentimiento.

Siempre serás la mujer que vino del mar
y que hizo de toda su inmensidad
un hogar al que volver.

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