Lamb, la reformulación del terror

No creo que sea posible concederle al género de terror un solo espacio o la intensión de verle de la misma forma con cada película, ya no digamos época. Más allá de definiciones o posturas, el terror ha premiado de una forma interesante a la fantasía en un sentido natural, cuya palabra el tiempo ha diversificado. Al menos, como estado de pertenencia, esta naturalidad se halla en la ópera prima de Valdimar Jóhannsson: Lamb.

Resulta difícil expresar los argumentos del director si quisiéramos valernos exclusivamente del género de terror, por lo que viene a cuento mencionar virtudes por encima de complejidades, no porque estas no existan, sino porque la historia misma se argumenta más allá de diálogos y atrocidades. Hablamos de un retrato íntimo que esconde, como en la vida misma, un impaciente aire de nostalgia.

Es así como Lamb trata sobre la vida de María e Ingvar, pareja que radica en una paraje remoto de Islandia, trabajando al cuidado de sus animales, principalmente corderos. En primera instancia y sin sobresaltos, María e Ingmar comienzan un diálogo que los vuelve cómplices de sus expresiones y al mismo tiempo distantes, sin confiarse más allá del cuidado de su granja, el café por las mañanas y, sobre todo, el parto de las ovejas. 

El silencio acontece y traslada al espectador hacia una tensión que no termina por dictaminarse en palabras, excepto en el trabajo visual del director de fotografía, Eli Arenson, pieza fundamental de la película, pues establece un contacto importante con el aislamiento, la frialdad del ambiente e incluso con la psicología de los animales. Estos elementos se introducen en una historia que, dividida en capítulos, anuncian el nacimiento de un bebé cordero, arropado por el matrimonio como símbolo o milagro que parece disipar una pérdida del pasado. Será finalmente la llegada de Pétur, hermano de Ingvar, una presencia que muy probablemente conduzca las preguntas del público ante el crecimiento de Ada, la bebé cordero.

Resultan ser diversas las presencias que implícitamente trastocan la fantasía y lo sobrenatural; por ende, lo irreal, que asusta. La presencia maternal, principalmente, que por un lado se ilusiona con la llegada y, por el otro, que adolece y exige su verdadera descendencia. La presencia de un gato que asomado por la ventana expresa recelo por lo que acaba de ver. Pero, ante todo, la presencia de Ada, ¿o su aspecto? 

No queda más que subrayar la frontera entre lo desconocido y la fantasía como un privilegio por las historias que, de algún modo, dan consuelo sobre lo realmente siniestro o perverso que el ser humano ha depositado a lo largo de su existencia. Sinónimo de ello, visto en Lamb, la soledad o el miedo a crear una familia. El miedo de pertenencia, que en Ada se refleja como una conmoción que no exactamente deviene de un hecho sobrenatural. Estamos ante una historia que logra crear vínculos especiales.

Quizás aún no nos hemos dado cuenta de que en nuestra agonía hemos renunciado a seguir imaginando, o seguir viendo más allá de nuestras posibilidades. Así entendería al horror moderno, dramático incluso, como una antesala de hechos a los cuales no nos hemos preparado por una falta de voluntad o porque la imaginación nos asusta. 

Sea cual sea nuestro suceso más extraño, tengan por hecho que la sala de cine estará abierta para juzgarnos.

Lamb se exhibirá en México gracias a @CineCANIBAL.

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