The Academy of Motion Picture Arts and Sciences will celebrate the 30th anniversary of ÒDays of HeavenÓ with the premiere of a new print of the film on Wednesday, November 12, at 7:30 p.m. at the Samuel Goldwyn Theater in Beverly Hills. The screening is presented as part of the AcademyÕs Gold Standard screening series. The new print is from the collection of the Academy Film Archive, courtesy of Paramount Pictures. Pictured: Terrence Malick during production on DAYS OF HEAVEN, 1978.

Terrence Malick y el lirismo desbordado

The Thin Red Line supuso su regreso triunfal al circuito de directores de culto, para luego levantar todo tipo de sospechas y alabanzas varios años después con The Tree of Life.

¿Qué diablos ocurrió entre 1978 y 1998 con Terrence Malick? Luego de alcanzar la gloria con Days of heaven, pasó dos décadas impartiendo clases de literatura inglesa en Francia, (auto)exiliado, seguramente presa de un desencanto fulgurante por la industria del cine.

The Thin Red Line supuso su regreso triunfal al circuito de directores de culto, para luego levantar todo tipo de sospechas y alabanzas varios años después con The Tree of Life.

Para algunos Malick es el último de los mohicanos. Para otros puede parecer un cineasta aburrido, pretencioso y con ínfulas mesiánicas. El hecho es que estamos ante un director valiente, que ha renunciado con singular entusiasmo al corset narrativo impuesto por Hollywood.

Badlands (1973)

En mi armario tengo un par de vaqueros y un montón de camisas blancas, por si me da convertirme en un forajido que se enamora de Sissy Spacek. En plan mal. Chungo. No es algo agradable de ver. Y de vivir, supongo que menos. En fin. El romanticismo puede llegar a ser muy tóxico. Pregúntales a Bonnie y Clyde. Se enamoraron demasiado. Hay que reconocer que Malas Tierras es una buena película. De esas de cajón de la memoria. La recuerdas como recuerdas las canciones que salían en el FIFA. Y si no has jugado al FIFA, pues lo siento. No es equiparable a otra cosa. Es una sensación de nostalgia que te invade de golpe, aunque sea la primera vez que lo hagas. Es un hechizo. Has pasado por lo mismo que Martin Sheen y Sissy Spacek. Bueno, no. Espero que no. Les pasan un montonazo de cosas terribles. Matan a gente. Ahora veo que no recuerdo bien lo que vi. Y la vi ayer. Es de digestión lenta. Pero cuando pega, pega bien fuerte. Se trata de un dúo muy pintoresco, bien pensado. Tres años después, rociaron a Sissy Spacek con sangre de cerdo y ya no volvió a ser la misma. Supongo que Martin Sheen no pudo superar el cambio repentino y decidió irse a la guerra con Coppola. Estaba hecho para ella. Y os lo cuento así, porque no tiene sentido de otro modo. Una sensación exigente y absorbente. Seguramente no tiene ni pies ni cabeza, pero así es la vida en las Badlands, a veces nacen hierbajos tan altos como un árbol.  

Days of heaven (1978)

Pese a las refrescantes arengas de Scorsese frente de las fórmulas artificiales de Hollywood, el discurso radical de Terrence Malick me parece todavía más genuino. Especialmente tras ese guiño de autoexilio a lo Salinger después de haberlo dicho todo en Badlands y Days of heaven, la película más cautivadora que haya visto nunca. Permítanme explicarlo sin rodeos: verla fue lo mejor que me ha pasado en la vida después de mi pareja, Napoleón —mi perro y el general corso—, mis padres y el fútbol de los noventa. Malick propone una aproximación casi infantil, que permite abordar las cosas a media conciencia, sin posicionarse del todo, como un cúmulo de primeras tomas de contacto. El lirismo que rezuma cada secuencia forma parte de un recurso narrativo, que luego, sin advertirlo demasiado, deviene en elegía. La sofisticada dirección de actores desarrollada por Malick permite que el guion avance sin fisuras —y sin moralismos—, aunque estemos ante la enésima parábola del cielo y el infierno. Richard Gere, Brooke Adams y Sam Shepard se asoman siempre con sigilo, contenidos, casi resignados ante la implacable senda del lenguaje atmosférico. La fotografía de Néstor Almendros y la música de Ennio Morricone no son cómplices de Malick, sino báculos que transforman una idea ambiciosa de cine contemplativo en una experiencia estética inolvidable.

The Thin Red Line (1998)

Tras veinte años de no dirigir, Terrence Malick llevó a la pantalla la novela de James Jones, La Delgada Línea Roja (1998), contando con la colaboración de una pléyade de actores de gran calibre: Sean Penn, Adrien Brody, Jim Caviezel, Ben Chaplin, Elias Koteas, Nick Nolte, Woody Harrelson y John Cusack. Se trata de una obra personal, profunda y reflexiva, que le valió ser nominado a siete premios de la Academia. La película, cuyo argumento se basa en la invasión norteamericana a la isla de Guadalcanal durante la Segunda Guerra Mundial, no se puede considerar del todo afiliada al género bélico. Malick (también guionista) va mucho más allá durante el desarrollo de los 170 minutos de duración del largometraje. El hilo argumental de la trama se enfoca en las experiencias de los soldados que viven el infierno del conflicto armado y, especialmente, en cómo la verdadera lucha no consiste en derrotar a las tropas del Imperio japonés, sino en lo que detona la guerra dentro de la cabeza, alma y corazón de los involucrados. El soldado Witt (Jim Caviezel), quién podría considerarse el conductor de la trama, ha desertado y se instala en un pretendido paraíso. Sus miedos, pensamientos y reflexiones son el inicio y final de la historia. La Delgada Línea Roja nos habla de todo aquello que vive el hombre: miedo, valor, egoísmo, y sitúa a sus personajes en una lucha constante contra la naturaleza, su entorno y, sobre todo, contra ellos mismos. La voz en off es un recurso utilizado por Malick para ser el ‘pegamento’ entre todas las subtramas derivadas de la historia. Cabe destacar la actuación de Nolte, Koteas y Penn, estupendos en sus papeles. Además, la música de Hans Zimmer llena de sonidos el ambiente personal e íntimo. Las casi tres horas de desarrollo pueden parecer excesivas, pero el director encuentra la manera de dejarnos satisfechos, con escenarios que se debaten entre la belleza y el horror a partes iguales.

The Tree of Life (2011)

Mejor lo digo pronto: Terrence Malick no es lo mío. Admiro sus constantes intentos -logros o fracasos, desconozco- por convertir el cine en una suerte de poesía visual, pero me desborda. Me desborda o no me llena: no lo sé, la verdad. No sé si yo me quedo corto intelectualmente para procesarlo -será, seguramente, la posibilidad más alta-, pero la concatenación de planos postales, absurdamente preciosos, maneja significaciones que se me escapan siempre. Acá Malick retrata a una familia cuya tragedia persigue al hijo sobreviviente, Sean Penn, que mediante elipsis constantes recuerda el difícil y turbulento matrimonio de sus padres, Brad Pitt y Jessica Chastain. Con esto no digo que Malick sea un realizador prescindible, porque no. Hollywood debe cuidar, mimar y saturar de proyectos a aquellos autores que todavía tienen -o se les permite tener- una voz propia y no se llamen Christopher Nolan. El problema es mío, quizá: soy un cavernícola al que le conmueve más la despedida entre Vin Diesel y Paul Walker en Rápidos y Furiosos que la primera secuencia de El árbol de la vida: el nacimiento del filme es el nacimiento mismo. Pero híjole: me dijo más Boyhood con Ethan Hawke haciendo hasta lo imposible (siendo lo imposible ubicar una línea narrativa entre los proyectos solistas de los cuatro Beatles y trasladarla a un cedé) para mantenerse vigente en la pubertad de Mason. Hawke, padre violento, seco, se desvive por permanecer. A Brad Pitt, en El árbol de la vida, nunca le interesó. Hay una poética ahí, al fondo del árbol, quizá en la corteza, pero yo no conseguí ver más allá del follaje. A mí me pones a Mason gritándole a Patricia Arquette en las postrimerías de Boyhood que por favor le permita largarse porque no le interesa ser héroe de nadie, e imagino que la paternidad es algo muy parecido a esa derrota. Y sin tener que plantar ningún árbol.

Knight of Cups (2015)

Hay vidas que se encuentran condicionadas, amoldadas con y por el pasado, que sobrellevan el presente en busca de una redención basada en algún establishment. Knight of Cups (Terrence Malick, 2015) es prueba flagrante de ese espacio de condicionamientos para Rick, un Christian Bale en el hastío perpetuo de una inconformidad que aumenta con el tiempo y el dinero que se embolsa, que funge como empleado dentro de la industria, dentro de Hollywood, que no deja verse en su esplendor máximo sino sólo cuando se desenvuelve con sus múltiples amantes, o cuando expulsa fragmentos de ese pasado atormentado. Terrence Malick abandonó, con el estreno de The Tree of Life (2011) en Cannes, esas cintas ya puestas en el baúl de lo culto como Badlands (1973) o The Thin Red Line (1998), para abordar ahora un tópico más universal, vertical, naturalista, introspectivo, reconstruido a través de valores que unifican cada extremo de lo que busca exponer. En Knight of Cups, tercera cinta apenas donde se aborda ese nuevo mundo, hay símbolos varios que son muestra de una artificialidad persistente en Malick como autor, algo que parece querer confrontarse pero que nunca decide soltar por completo: ese origen suyo en el que se siente seguro, pero que funciona a su vez como un gran acierto: la aprehensión. Mostrada en el montaje, en los diálogos, en los movimientos más veloces, igualmente bruscos y descuidados con propósito. La aprehensión misma es un vehículo. Nuevamente, con condicionantes particulares, el mayor éxito se conserva por esa originalidad, por ese lenguaje particular, propio del director, con el que relata, en compañía de cierto onirismo, cuestiones reales, tangibles, aunque dotadas de algún extremo solo perceptible en su cine. Un caos. Hay que dejar que este reine, junto al Caballero, junto a las voces espaciales, sus fragmentos. No hay que rendirse ante las copas.

Song to song (2017)

Song to song no es precisamente una de las mejores películas de Terrence Malick; no obstante, encuentra un goce interesante en la música que hace que nos dejemos llevar más allá de las historias, las decisiones y las palabras. Arriesgada y sencilla, con un vago, cautivo y oscuro mensaje sobre la idea del amor contemporáneo, no por ello cursi; inclusive, en cierta medida, da tregua a una soledad compartida. Hablamos de una película sumamente natural, que suena y la bailamos en emociones delicadas, tales como el mirar un atardecer, besar un ombligo o exactamente eso: escuchar una canción. En las metáforas de la música es que Terrence dibuja imágenes de rebeldía, placer y miedo, mismas que captura Emmanuel Lubezki. Pensando un poco en la imaginación del espectador, frente a este testimonio uno no puede negar que se trata de una provocación al enamoramiento. No necesariamente hacia una persona, sino a la vida, la música, la libertad y sus consecuencias. Veamos este filme como un espejo, dejando de lado la vanidad. Veámonos en él cuando reímos, lloramos y besamos, más allá de los convencionalismos. La historia, también, rinde homenaje a quienes han roto los códigos de la industria dentro de la música. Iggy Pop, Patti Smith, Lykke Li y Florence and the Machine, por ejemplo, aparecen a modo de semblanza poética que, de alguna forma, evocan cierta textura de contracultura. Insisto, no es la mejor obra de Terrence Malick, pero sobra decir que es un exquisito ejercicio de autoexploración. “Help me, I have a condition. I can’t be left alone.” 

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