Foto: Delio Regueral.

Latinoamérica está definida por las rutas de sangre: Wendy Guerra

Quitándose el vestido de la revolución comunista que le tocó, la escritora cubana se prueba ahora el de la extrema derecha, que le parece igual de vacía y cuestionable.

Primero fue la sangre. Wendy Guerra (La Habana, 1970) ha escogido su rastro, más poético que cruento, para comenzar a narrar una historia manchada de rojo por donde se le mire, pero bellamente empacada en las 384 páginas de su nueva novela, una exploración que ha terminado por sacudirla profundamente hasta hacer temblar las verdades que se cosieron en La Habana revolucionaria que le tocó.

Con el arte como pretexto, la cubana ilumina los secretos oscuros de la derecha y la izquierda, de revolucionarios y contrarrevolucionarios, en este “docudrama” – como ella misma lo ha llamado- titulado El mercenario que coleccionaba obras de arte, que derrumba al uno y al otro, sin puntos neutros, sin tibiezas, y desestigmatiza los extremos que han delineado la historia latinoamericana para dividir, separar y rotular. 

La sangre y el arte en la misma página, porque nos cuesta entender cómo un asesino –escribe- “puede amar la ópera, adorar a Caravaggio o escribir poesía. Estamos hechos de clichés, de fórmulas vacías que nos llevan a pensar que un poeta no puede quemar a tiros a alguien, o que un bandido no es capaz de escribir un buen poema de amor”. 

El arte y la sangre en la misma página para borrar los moldes que aprendimos de memoria.

El arte para ‘suavizar’ escenarios y personajes duros, aun cuando el mismo arte hable sobre horrores. En el mismo título de la novela se percibe: El mercenario que coleccionaba obras de arte, como si ese rol de coleccionista mitigara su condición de mercenario. Cuando se planteó la idea de esta obra, ¿vio en el arte una posibilidad de acercar orillas, a la izquierda y la derecha, a la revolución y su contrarrevolución?

El arte es capaz de sacar el lado sensible de lo cruento y lo cruel. El arte describe, condena, exalta el contexto histórico. La historia es la arena del gladiador. En mi caso es una herramienta, un canal para reescribir la vida como memoria, iluminando a mano lo mejor y lo peor de lo heredado. El arte posa para la vida y los elementos históricos se introducen en nuestros modelos copándolos de crisis, mutaciones y cortes epistemológicos. Los personajes migran y sus condiciones sacan a flote la nata fundacional y sus zagas. Las revoluciones y sus contras forman parte de un mecanismo contemporáneo indivisible, de acción- reacción. No hay una visión certera, de completamiento, que no sea el propio mecanismo móvil provocador de ambos fenómenos. La sensibilidad en lo cruento es un rasgo sistémico de comportamiento, un síntoma que brota de ambos lados y he decidido narrar dentro del conflicto entre mi protagonista y sus enemigos.

La sangre está presente desde la primera escena del libro, y aparece en instantes importantes, o que al menos tienen ese matiz relevante por la manera de presentarla, casi como un personaje, desde el inicio. ¿Por qué ese acento particular?

La literatura necesita de estímulos sensoriales. Este es un continente definido por las rutas de sangre. El mundo precolombino está marcado por esto, los sacrificios, el exterminio, las ocupaciones fundacionales. De la flecha al fusil, los caudillos y alcaldes, presidentes y próceres marcan territorios con ese rojo que conecta la vida con la muerte. La sensualidad de la sangre entre los muslos de una mujer es el sembrado dramático, el eje que comienza la historia. Sin ese elemento, la sangre, no se puede contar la historia de América Latina. La sangre es mi anunciación para toda la trama.

En el lanzamiento de esta novela en México, aseguró que esta obra puso en juego su estabilidad emocional. ¿De qué tuvo que desprenderse y/o aferrarse para lograr terminarla con éxito? ¿Se sintió tan asfixiada?

No he sido el único autor de mi generación que ha tenido pánico al enfrentar el modelo que ha inspirado su libro. Que se asfixia con lo que encuentra al investigar. Hay varios tipos de escritores; yo soy un autor activo, no intelectual, soy un artista que viaja buscando la historia allí donde la haya. Más allá de las elucubraciones, citas o artilugios lingüísticos, un autor vivo tiene el recurso de embarrarse de fango, sangre, saliva, semen y pólvora, para caminar por los escenarios del complejo universo que le circunda. Los cristales o prismas varían cuando te tropiezas otras referencias. Mi modo actual de percibir América, sus héroes contemporáneos y el origen del método revolucionario es hoy muy sombrío. Mientras escribo veo los muertos en Nicaragua y Venezuela. Las anécdotas de El Mercenario, aquellas que me han resultado terribles, que dan asco y repelen, cuadran con la realidad que salta a la vista. He descubierto que ese modo de sostener la ideología ha cambiado. La frontera ideológica se funde en un fango dogmático común. Los latinoamericanos no hemos sabido negociar, amainar, resolver nuestras tragedias endémicas. Fui educada en un sistema socialista donde nada de lo que he investigado y probado era parte de la verdad que nos inculcaban. Después de investigar y leer, tras poner el punto final no creo, sinceramente, en nuestra legitimidad histórica. Esto me ha lacerado en lo profundo. Tengo un agujero en mi sensibilidad que no se puede alimentar con nada. Ahora, ¿cómo ordenar mi biblioteca ideológica? He sido movida de mi centro. No creo en izquierdas ni derechas. El Mercenario es un cínico, los héroes han sido desplazados, uno a uno, con mentiras y sangre; ha caído la base del antiguo panteón. La verdad me ha dado en la cara como un puño y el miedo a seguir a un Mercenario, al peligro de estar sola allí donde me lleve la idea, termina donde empieza mi curiosidad por averiguar todo lo que me ocultaron.

En la primera escena en la que mencionan a Pablo Escobar, cuando Falcón le cuenta a Valentina que trabajó con él, sentimos el asombro de ella en el relato. ¿Sintió lo mismo usted cuando fue descubriendo los vínculos y la historia del mercenario?

Claro, mucho más cuando recibí una carta de la persona que escondió mucho dinero de Escobar y cumplió cárcel por ello. Esta persona creía que el libro trataba de su caso. Significa que esta historia de asombroso alcance está despertando zonas lacradas y acercando terribles aristas de la historia latinoamericana. Bandidos y revolucionarios confluyen en las páginas de este docudrama. El gran mal entendido histórico salta a la vista al tirar, solo, de un personaje. 

En ocasiones anteriores ha dicho que esta novela, más que cubana, es centroamericana. Podría ser, incluso, latinoamericana. Además de la diversidad de personajes y sus orígenes, el contexto, usted tuvo la ayuda de  Sergio Ramírez para ciertos temas, al igual que la de Jon Lee Anderson, que conoce nuestras realidades latinas bastante bien. ¿Siempre se propuso que fuera un relato más general, no solamente cubano, o fue algo que encontró en el camino?

A Sergio y Jon solo les consulté. Necesitaba conocer que esta persona había sido entrevistada por Jon Lee cuando él acudiera, en los años ochenta, al campamento de Hugo Spadafora, en Costa Rica, para hacer un reportaje. Existen fotos del momento, y advierto que esto es una información  pública, que cualquiera es libre de consultar. Con Sergio Ramírez necesitaba tener la certeza de que, en verdad, este personaje existió y era conocido para ellos. Era difícil involucrarlos, no solo a ellos, a cualquier persona ajena al proceso de escritura. Nuestro protagonista es una persona muy desconfiada y celosa de su intimidad. Creo que por eso están vivos él y su familia. Durante la investigación de una obra uno se tropieza muchos lazos, incluso, malévolos, que dan para miles de otros temas. Creo que eso crea un vicio terrible, pero hay que cambiar de tópicos y registros. Hay que saber dónde detenerse para huir hacia adelante. De lo contrario, te conviertes en un ser aburrido que cuenta lo mismo una y otra vez.

Saltar hacia el contexto de la derecha, escribir desde la voz masculina… ¿es esta su novela más ‘contracorriente’ también? 

Escribir en la piel de un hombre, orinar de pie, meter el cañón de la pistola en la vagina de una mujer, matar a sangre fría. Nada de eso está relacionado con mi universo, con mi sensibilidad, con mi saber contar y mucho menos con la ideología en la que fui educada. Pero necesitaba sacudirme y salir de mi zona de confort. Es un reto y ahora estoy feliz de haber tenido el coraje de saltar la tapia y despedirme de mí por un rato.

La contraportada de este libro la describe a usted como “hija del idealismo guerrillero”, lo que algunos podrían interpretar ligeramente como una militancia autoproclamada de su parte. Sin embargo, en la novela y en sus declaraciones sobre esta deja claro que usted no está en  ninguna de las orillas. ¿Siente que ha sido injustamente ubicada en la ‘militancia’ de la revolución por ser una escritora cubana nacida en la efervescencia de este movimiento?

Después de leer nuestras vidas, tras encontrar los fragmentos familiares, las ideologías estallan al contacto con la necesidad del ser humano por estar bien consigo y sus circunstancias. Ponerse en la situación de sostener un sistema ideológico por obligación y no en beneficio del hombre que lo habita es un verdadero despropósito. Estamos de regreso, vivimos en un tiempo de “aversión ideológica”, vemos que allí de donde venimos no nos complace. El problema es definir a dónde vamos y por qué. Este es el final del libro, tenemos que escribir el próximo. Ya es hora.

El personaje de Valentina, con su clase, pero al tiempo con sus modales bruscos, con su desinhibición sexual, con su visión del incesto, ¿es una manera de reivindicar a la mujer cubana de conceptos prefabricados que se forjan en el imaginario de quienes ven al país desde afuera?

Creo sinceramente que lo que aprendemos en este libro es, justamente, a desechar estereotipos. Asomarse aquí implica cambiar los estándares de género, clase ideológica y filiaciones de todo tipo. Esto es incesto ideológico, entre el padre y la hija. Lo más terrible de este encuentro es lo que se parecen las revoluciones y sus contras. Eso es una verdadera pesadilla.

¿Cree que esta novela ayudará a desmitificar a tantos héroes de la historia latinoamericana que hemos construido y que solo han sido, en verdad, una variedad de asesinos?

Este libro es un espacio de reverenda libertad. Creo que uno debe, tras leerlo, sentir la curiosidad de saltar la tapia de cada quién, cualquiera que esta sea. Sirva esta historia para cuestionarse de derecha a izquierda, de izquierda a derecha los patrones impuestos desde nuestra primera etapa de formación a esta de desencanto y divorcio que necesita refundar nuevos iglús ideológicos, más cercanos a lo personal que a lo colectivo.

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