Homenajes a la infancia, flores multicromáticas, cartas a desconocidos y búsquedas frenéticas forman parte de nuestra selección de mejores lecturas del año.
El fino arte de crear monstruos; Silvana Vogt
Crónica del extravío y hallazgo de un “tenedor infantil que tenía tallado en el mango un pato gordo que sostenía un cuchillo”, El fino arte de crear monstruos (2025) es también un homenaje a la infancia, a todos aquellos recuerdos (buenos y malos) que de manera irremediable nos forjan y acompañan a lo largo de la vida. La autora argentina Silvana Vogt (Morteros, 1969) describe con gracia las andanzas de Vidria, una niña singular a la que le gustan “las motos, los basurales y los perros”, al tiempo que crece entre excéntricos personajes y situaciones inauditas, en la villa argentina de Morteros. Vidria es capaz de reflexionar sobre la muerte, mentir para poder comer todos los dulces que quiera y defenderse ante la violencia que siempre acecha en la niñez; nostalgia y realismo mágico se funden en una trama imprevisible, donde lectoras y lectores no sabrán qué esperar de este mundo lleno de fantasía y dolor. Para la pequeña protagonista la existencia misma es el borrador de la literatura, afirmando que hay que escribir para evitar olvidarlo todo; los perros Poqui y Polidoro, con sus miradas llena de nobleza, aparecen entre los capítulos como una metáfora de la vida y la muerte, delimitando el siempre duro fin de la inocencia. Vidria descubre un día que frente a la tentación, uno tiene dos opciones: caer o no caer. “Caí. Y seguí cayendo el resto de mi vida”. Así de sencillo es caer en la literatura de Silvana Vogt, hermosas letras en las que el chapuzón de fantasía remite irreparablemente a las tardes infantiles y amistades que se pierden con los años. El fino arte de crear monstruos, según la autora, comenzó como un email y tardó 18 años en convertirse en el libro que hoy presenta la Editorial H&O. También filósofa, psicóloga y productora radiofónica, Vogt se estableció en Barcelona desde el año 2002. Rumbo a las últimas páginas del libro (una novela, por supuesto, sumamente autobiográfica), Vidria tiene una conversación filosófica con su perro, un diálogo que funciona como el manifiesto perfecto de la escritora: “La vida –le dije a Polidoro– es una sucesión de acontecimientos: causa, efecto, azar, decisiones, consecuencias, acciones. Pero lo importante, Polito, no son los hechos, ni la presentación, ni el nudo, ni el desenlace, lo realmente importante es el relato que emana de esos hechos, la trama oculta de esas decisiones, el hilo personal y privado con el que uno lee las cosas que vive. La voz, el ritmo, el tono y la forma a través de la cual nos narramos el mundo”. El fino arte de crear monstruos resulta una experiencia catártica y la posible respuesta a los orígenes de sueños y traumas que brotan en la infancia.
Poesía completa; Julio Cortázar
Sin duda, un cronopio como Andreu Jaume sabe que armar una edición con toda la producción poética de Julio Cortázar es una tarea tan difícil como la de navegar en un cometa a través del espacio sideral. A pesar de eso y gracias, en gran medida, a toda la serie de pistas que el autor de Rayuela dejó en su obra, este libro nace como una flor multicromática que alberga tanto el espíritu de Saúl Yurkievich como el de Gladis Anchieri y Rosalba Campra. Pero la cosa no termina ahí, porque las palabras son como series matemáticas infinitas y Jesús Rubio Jiménez da cuenta de ello, pues los poemas inéditos que descubrió en el Fondo Daniel Devoto y María Beatriz Valle-Inclán se suman a una empresa, que por lo demás, tiene tintes cuasi fantásticos. Por último, no podía faltar una mención alejandrina a la traducción de Aurora Bernárdez, la cual aparece en la sección de poemas que compuso el buen Jules, lo mismo en francés que en inglés. Y es que al final, entre fábulas y elogios, entre libros aparecidos y desaparecidos, la poesía de Cortázar sigue latiendo en el fulgor de nuestros tiempos.
Cien palabras a un desconocido; Louise Willder
Quizá la más grande revolución de J.D. Salinger no haya sido formar parte del desembarco de Normandía, autoexiliarse después de la monstruosa repercusión que tuvo El guardián entre el centeno o haber sido el primer amor de Oona O’Neill, la mujer de los hoyuelos en las mejillas que pasaría a la posteridad por ser la última Lady Chaplin, sino mantenerse indiferente ante el poder de seducción de los blurbs, esos brevísimos textos promocionales que se usan en las solapas, contraportadas y fajas para vender más libros. Como bien establece el editor y traductor madrileño Miguel Aguilar en el prólogo de Cien palabras a un desconocido, un guiño a Roberto Calasso de la escritora británica Louise Willder, hay adjetivos devenidos en lugares comunes que se han pervertido sin ningún tipo de reparo. Lo cierto es que hay algo en la naturaleza indeleble de los blurbs que los distancia y los distingue de la lógica más corporativa de la industria editorial. Willder no solo repara en el ejercicio creativo de concisión y concentración que implica despertar algún tipo de interés en libros honestos y de receta con un paratexto que, en las manos incorrectas, puede provocar repulsión, también reflexiona sobre el anticuado intercambio de favores que ha sostenido a varios escritores, a veces prescindibles, en la cima de las listas de popularidad o la subestimada y tortuosa labor del editor como cazador de elogios. Después de leer una de las más recientes entregas de la colección Editor de Gris Tormenta, el acto de internarse en un librería, tomar un libro al azar y detenerse en una solapa cobra una profundidad poética-filosófica que emparenta el hecho con las «cartas a un desconocido» de las que hablaba Calasso y, en palabras de la escritora italiana Daniela Cascella, con el «inicio de una exploración».
Fieras interiores; Andres Cota Hiriart
Andres Cota Hiriart (Ciudad de México, 1982) escribió, en Fieras interiores (Literatura Random House, 2025), algo más que sólo un título que tuvo que ocupar las mesas de novedades y cumplir con el ciclo natural de un libro recién publicado. Pienso que realizó algo distinto. Decía yo anteriormente que fue algo parecido a un ejercicio que desdibuja (o dibuja unos nuevos) límites del organismo humano a través de lo cómico, lo médico y lo reflexivo, tomando como punto de partida el origen y la familia, así como las criaturas que han habitado el propio cuerpo; es decir: todo aquello que, en cierto modo, forma parte de nuestro interior. Cuando conversamos, el también zoólogo me dijo, a manera de confesión o reflexión, que considera que “la realidad y la vida no tienen ningún sentido ni ningún significado: nada (…), pero, a través de nuestras historias y a través de la literatura, en particular, es que le intentamos sacar un poco de sentido a esto que somos y esta consciencia que tenemos”. Me aferro desde aquella charla a la idea de las historias y la literatura para hallarle sentido a este cúmulo de realidades a las que estamos expuestos, pensando que, como humanos, no somos el centro: es necesario dejar de vernos en el espejo eternamente; entender que nuestras posibilidades son limitadas. “Romper esa idea lo superior”, como espetaría él mismo al referirse a la visión con la que el ser humano observa todo a su alrededor. Por el contrario, y me acuso entonces de tremendista y propagador, sembrarse la idea de divulgar y escribir, porque “a todo mundo le hace bien escribir”.
El loco de Dios en el fin del mundo; Javier Cercas
A Javier Cercas (Ibahernando, España, 1962) le encargaron escribir un libro sobre el papa Francisco. Cercas es un escritor consumado y aclamado tanto en su país como fuera de él; autor de obras de espléndida manufactura como Soldados de Salamina, El monarca de las sombras, Anatomía de un instante, entre otras. Lo curioso del encargo fue no solo su “cliente”, el Vaticano, sino también la propia condición del autor: “Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso”, según sus propias palabras. Y no solo eso: su madre —una mujer con un profundo sentimiento religioso— le hizo un encargo especial: preguntarle a Francisco si ella “vería a su esposo (el padre de Cercas) cuando muriera”. Para cumplir con el encargo, Cercas frecuentó, durante dos años, los pasillos del Vaticano y conversó con cardenales, monjas, diplomáticos y misioneros. Además, tuvo la oportunidad de viajar con el papa y su comitiva a Mongolia, un país con nula tradición católica, entre el 31 de agosto y el 4 de septiembre de 2023. A la par, consultó y entrevistó a quienes, por una razón u otra, no comulgaban o tenían reticencias con el hombre (Bergoglio) y con la figura apostólica que representaba (Francisco). Quizá —y esto dependerá de cada lector— no sea la mejor de sus obras, pero es, sin duda, un gesto muy valiente llevar a cabo un escrito que, además de luchar contra los propios prejuicios, puede ser fácilmente vilipendiado, incluso sin lectura previa, de forma agresiva tanto por un bando como por el otro. El libro, desde luego, no tiene la intención de “convertir” ni de “denostar” a nada ni a nadie. Es “ensayo” —y lo entrecomillo— porque hay momentos en los que puede confundirse con una novela, con una biografía e incluso con una autobiografía. Es un compendio de preguntas, respuestas, pensamientos y reflexiones que cruzan, de ida y vuelta, ese punto de quiebre que separa a creyentes y ateos. Cercas borda una búsqueda frenética de cabos sueltos que se perciben en la periferia de esa madeja que es el ser humano y deja abierta a la interpretación —o a la humanidad— cualquier tipo de conclusión inamovible.






